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¿53 años de “Tres tristes tigres”?

TTT, como el autor llamaba a veces a su novela, es un título que no refleja qué se relata pero resume las intenciones de Cabrera Infante, que el juego adora

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A Alfredo Guzmán y Nano Santamaría

Son cincuenta y tres, no cincuenta, el tiempo de existencia de Tres tristes tigres, la obra con T mayúscula de Guillermo Cabrera Infante. ¿Qué culpa tiene el libro de que la censura lo haya retenido tres años en cuarentena? Quisieron quitarle su virosis de inmoralidad. Pero el querido censor, como lo llama Cabrera Infante, no sabía que el problema radicaba en una deformación de origen. Poco avisado y con mente pequeña, de haber sido un poco más atento lo habría prohibido en lugar de buscar senos, vaginas, culos y demás palabras erógenas. Lo que empieza como alcabala editorial completa el carácter experimental de la obra.

TTT, como el autor llamaba a veces a su novela, es un título que no refleja qué se relata pero resume las intenciones de Cabrera Infante, que el juego adora. Para comprender el sistema de malentendidos que organiza este universo lingüístico, el cibernético lector debe imaginar la luz de una vela cuando está apagada. ¿Ejercicio de ocio etílico o genialidad literaria? Difícil discernimiento. En todo caso, la crítica ha acordado resumir la anécdota como los sucesos de diversos personajes en la noche habanera. No son tres, no son tigres y —la mayor parte del tiempo— no están tristes. Incluso la muerte termina pareciendo un chiste —«me di cuenta de que la muerte era una broma ajena», dice uno de los personajes.

La vida nocturna de La Habana, entonces, una noche solar. No estamos hablando de soles negros sino de la luminosa nocturnidad, de la fiesta lingüística y la risa negra de Baudelaire, herencia indirecta que le llega a Cabrera Infante a través de Raymond Quenau, “Secretario de actas” de la Unesco rebautizada con un nombre más apropiado: Ionesco. Julio Ortega resume los participantes de esta conversación: «Aresnio Cué (actor), Silvestre (escritor), Eribó (bongosero), Códac (fotógrafo), y fundamentalmente Bustrófedon, poeta oral, centro del calembour y la paráfrasis». Sin embargo, aquí no cierra la caterva de personajes que entran y salen de la obra: La Estrella, Mr. Campbell (no el de las sopas, pero (in)gratamente identificado con el famoso playboy multimillonario), la señora Campbell, la actriz que asiste a consulta con un silente psicólogo, Vivian Smith, Beba y otros accidentados de la fiesta. Hasta Trotsky logra presentarse.

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Guillermo Cabrera Infante —casi hablando de sí mismo— afirmaba que todo escritor es un músico frustrado. La materia de su novela, el lenguaje, se trabaja como notas musicales, no valen por su contenido sino por su sonido. No hablamos de música épica, guarda a Wagner, no queremos ahogarnos de sentido. Sino el ajetreo alegre de la improvisación del jazz latino. Kerouac tropical, quizás; no he encontrado el vínculo certero con el beat norteamericano más allá de una foto donde sale un jovencísimo Cabrera Infante leyendo en un bar. Supuestamente lee On the road. Pero la fuente es internet, origen equívoco. En todo caso, el juego con la indeterminación del lenguaje se multiplica gracias a la intertextualidad, los paradigmas, las sonoridades, los anagramas, los palíndromos. El lector entra por el gusto de la sonoridad del español de las Antillas —«El libro está en cubano», se lee en la advertencia que abre la publicación—, por la curiosidad morbosa de las anécdotas, pero se queda por el planteamiento lúdico.

Julio Ortega asegura que «esta novela es un rito y un auto de fe». Rito vital y fe en el absurdo de la existencia. Y a pesar de ese sinsentido o tal vez por ese sinsentido seguimos riendo para darle vuelta a las cosas.

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Pero volvamos a mi pretendido título subversivo o irreverente; ni lo uno ni lo otro, solo un vano ejercicio de erudición filológica. Sin lugar a dudas se cumplen 50 años de su primera edición. Lo que quiero señalar es que el premio se le otorga en 1964 a Vista de amanecer en el trópico. Luego Cabrera Infante —ya en Barcelona— recibe la solicitud para rehacer ese título y darle uno más corto, aunque (¿o será porque?) más efectivo. Pasó de las 120 páginas a las 450 páginas y, en la primera, ahora reza Tres tristes tigres. Entra de nuevo la censura y hace los cortes necesarios para que, por fin, se mande el libro a imprenta. Años después, el 30 de noviembre de 1990, TTT recupera las escisiones que le hiciera la moralidad española y gana otras páginas con el prólogo del autor: «Lo que este libro debe al censor», con motivo de la edición de Biblioteca Ayacucho, «primera edición de Tres tristes tigres que se publica de manera integral, en lengua española, según los originales». Esta nueva entrega apenas cumple 27 años, todavía joven, todavía fresca. Toda esta historia solo para recordar que Cabrera Infante, con ayuda del sistema editorial, creó una novela en proceso de escritura y de edición. Proceso kafkiano para su escritor que escapaba de las represalias comunistas para caer en las fascistas de Francisco Franco, demasiada F junta.

Sorteando tantas dificultades esta ficción acude a lo lúdico para construirse y encantar al lector, convertirlo en partícipe de sus morbosidades a pesar de la moral y buenas costumbres. Si te ríes, eres cómplice. Nada más que decir, solo que empiece el show: «Showtime! Señoras y señores. Ladies and gentlemen».