¡Adiós, Sofía!
Una mujer única, ícono de la cultura venezolana, se despidió a los 92 años la madrugada de este lunes 20 de febrero. Su legado, sin embargo, la hace eterna

Sofía Ímber, la insigne, falleció. Su legado, en cambio, hoy pesa aún más, hoy trasciende más alto y hace historia. Cuando se graduó de Periodismo en 1942 Sofía no estaba consciente de que iba a zarandear, como lo hizo, el mundo cultural de un país que le dio cobijo cuando la guerra rusa desvanecía su pueblo natal. Pero más que jactarse de honorable, Sofía lo único que reconoció fue que trabajó: “Trabajar, trabajar y trabajar”, decía sobre su carrera. Esa que le mereció al menos una decena de reconocimientos, muchos de ellos internacionales, muchos de ellos irrepetibles.

Sofía fue la primera mujer en obtener el Premio Nacional de Periodismo, pero también obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas y la Orden Libertador aquí en su tierra. La Medalla Picasso que otorga la Unesco, la Legión de Honor en grado de Gran Oficial que ofrece Francia, el Águila Azteca originario de México, la Orden Boyacá proveniente de Colombia, la Orden al Mérito italiana, la Orden de Mayor argentina, la Orden al Mérito Docente y Cultural Gabriela Mistral de Chile, la Orden de Río Branco de Brasil y la Orden del Mérito Civil española, son el testimonio del adjetivo que le otorgamos: insigne.
Trabajó y escribió en los principales periódicos y revistas de Venezuela y colaboró también para otros extranjeros. Innovó con impecables y nutridos programas de televisión y radio. Sin embargo, su acercamiento a la cultura puede tener algo que ver con su primer esposo, el escritor Guillermo Meneses. Con él, tuvo a sus hijos Sarah, Adriana, Daniela y Pedro Guillermo. Meneses también le abrió las puertas a ese círculo que la llevaría hasta París en donde se afianzó un interés por el arte, que no se acabaría nunca. El grupo de artistas venezolanos, Los Disidentes, le abrió los brazos tal y como hicieran Víctor Vassarely y Nicolas Schöffer.
La pareja Meneses Ímber fundó, en la década de los sesenta, la revista Crítica, Arte y Literatura (CAL) lo que le dio paso a Sofía para presidir la Asociación Internacional de Críticos de Arte. En el 71, luego de obtener el Premio Nacional de Periodismo, publicó su autobiografía, titulada: Yo, la intransigente, en donde destapó por primera vez las complejidades internas de su persona. En 1979 contrajo nupcias con Carlos Rangel, a quien acompaño hasta su muerte en 1988.
Entre 1975 y 1996 fue directora de las páginas culturales del diario El Universal, labor que compartió desde el 73 con la dirección del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas que fundó para esa fecha. 4 mil obras de arte invaluables dentro de una de las colecciones artísticas más importante de América Latina. es uno de sus grandes aportes al país. Artistas de la talla de Picasso, Matisse, Segal, Moore, Rivers, Botero, Reverón, Vigas, revistieron las paredes de aquel garaje. Esa contribución le fue retribuida, simbólicamente, al colocarle su nombre al monumento que, hasta 2001, se llamó Museo de Arte Contemporáneo de Caracas “Sofía Ímber” (Maccsi). Por orden del difunto presidente Hugo Chávez Frías, ese año fue removida de sus funciones en dirección y su nombre se desvaneció en esos espacios.
Intransigente e indomable
El año pasado Diego Arroyo Gil publicó Sofía Imber, una pasión indomable, un libro escrito en primera persona que engloba la vida de este personaje. El texto se convirtió, luego de 3 años de amasarlo, en un confesión íntima. Fueron 600 grabaciones de conversaciones entre Arroyo e Ímber. Rescatamos, para despedirla, este fragmento:
Hoy en día, cuando me preguntan si me siento satisfecha, siempre digo lo mismo: me siento satisfecha de las cosas que hice bien. ¿Feliz? Lo he sido a veces. No se puede ser feliz constantemente. Mi mayor logro, eso sí, son mis hijos, a pesar de las dificultades que hemos enfrentado. Quise para ellos tres cosas en la vida: que hablaran inglés, que supieran nadar y que tuvieran unos buenos dientes. Pedro, mi único varón, murió en enero de 2014. Tenía 51 años… Horrible… Horrible… Lo pienso mucho. El dolor hace pensar. A muchos les parece insólito que yo no llore. Dicen: “Es una mujer cruel, es una mujer insensible”. Si yo llorara, lloraría el mar entero.
Los que me frecuentan han visto que tengo mucho sentido del humor. Me río de mí misma. Reflexiono. Me analizo. Hago psicoanálisis desde que vivía en París, donde comencé a verme con el doctor Daniel Lagache, en el número 270 de la rue du Bac. Luego seguí mi terapia en Caracas, hasta hoy. Uno nunca termina de conocerse. El análisis es como un espejo. Solo da lo que uno muestra. Tal vez lo único que lamento es no haber podido creer todavía en Dios. No nací con la virtud de creer. Si creyera, la vida sería más fácil. El que cree se siente acompañado. El que no, está solo. Con todo, pienso que si hay un Dios bueno para mí, cuando llegue el momento de mi muerte, será rápida. No quiero que, dado el caso, me prolonguen innecesariamente la existencia. ¿Para qué? ¿Qué sería de la vida? ¿Qué sería de la vida sin pasiones? Nada. ¿Tragar, cagar y dormir? No. Para mí, eso no. Y mis hijos ya lo saben.