Alejandro Otero y Mercedes Pardo; dos artistas enlazados por el color
La Fundación Otero-Pardo se dará a la tarea de inventariar todo el gigantesco e invaluable legado de la pareja

La Fundación Alejandro Otero y Mercedes Pardo abrió sus puertas en la misma casa donde estas insignes figuras del arte venezolano del siglo XX, compartieron con sus cuatro hijos: Alejandro, Gil, Mercedes y Carolina, los 35 años que duró su matrimonio. Alejandro Otero hacía las maquetas de sus esculturas en la mesa del comedor y Mercedes Pardo, pintaba sus lienzos e inventaba colores en el diminuto y encantador estudio, anexo al jardín. Esto no significa que éste haya sido su único hogar. Tuvieron residencias temporales en otros países y otros lugares.
La Fundación Otero –Pardo se creó con el fin de organizar y digitalizar el invaluable patrimonio documental y gráfico que legaron los dos artistas. Según informa su directora Mercedes Otero, el equipo también integrado por Claudia Abache, Diana Ortiz Otero y María Gloria Pasos, quiere ocuparse de hacer un inventario y un catálogo de la obra completa de ambos. Este será un proyecto a largo plazo porque sus piezas están dispersas en museos y colecciones privadas del mundo entero.

“Estamos haciendo publicaciones y vamos a tratar de organizar una retrospectiva grande de Mercedes Pardo para darla a conocer, especialmente en el extranjero”, asegura la hija de la pareja. Otro propósito de la fundación es poner al alcance de estudiantes, curadores, coleccionistas e interesados, todo el archivo que se consiga durante la investigación. Gracias a la inauguración de este centro de estudio, tuvimos la oportunidad de conversar con Mercedes Otero y comenzamos así:
–¿Que significó para usted , tener una padres tan talentosos que llevaban además la vida de artistas?
— Era sumamente estimulante porque no solamente ellos eran artistas sino todo su círculo de sus amistades lo era. Por ejemplo, ellos fueron muy amigos de Pablo Neruda, Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas, Miguel Otero Silva, que era primo de mi papá, así como el pintor Armando Barrios, quienes frecuentaban esta casa. También Elisabeth Schon, con quien trabajó mucho Mercedes en el teatro; una bailarina como María Eugenia Barrios, el músico Antonio Estévez o Violeta Roffé, que era de la librería Cruz del Sur. Como grupo promovían la idea de la integración de las artes, prueba de ello; un libro un libro de Ludovico Silva que Mercedes y Alejandro ilustraron.

— ¿Había rivalidad profesional entre sus padres?
–No, porque ellos se respetaban muchísimo, se admiraban y apoyaban. Llegaban a ser muy críticos el uno con el otro pero siempre dentro de esa atmósfera constructiva y cada uno tenía su lenguaje y su camino. Dicen los investigadores que hay momentos en qué Mercedes influyó en Alejandro y en otros sucedió lo contrario, pero si bien desarrollaron su obra lado a lado, cada quién tenía su lenguaje.
— A mediados del siglo pasado a las mujeres les resultaba más difícil que a los hombres, incursionar en el mundo del arte porque tradicionalmente ella se dedicaba al hogar y a los hijos. ¿Mercedes Pardo tuvo que enfrentar problemas por eso?
–Ella dijo una vez que para una mujer era un gran reto ser artista pero que para un hombre no lo era menos. Sin embargo, yo la admiro más por ser mujer. Tenía familia, levantó a cuatro hijos y ¡hay que ver lo eso implica! Logró hacer una obra de arte absolutamente trascendental y gigantesca (420 cuadros) que se conoce menos a la de Alejandro, porque Mercedes que era más tímida, reservada, una mujer muy intensa y amorosa. Esta casa estaba siempre llena de gente y quién llegó a conocerla, la ama. Muchos de mis coetáneos la llamaban “madre” por su extraordinaria generosidad. Ella era una cocinera reconocida. Cocinaba rodeada de amigos. Todo el mundo la ayudaba y anotaba las recetas porque ella nunca seguía recetas.
–Ella nuca seguía recetas- repite su hija- y no lo hacía ni en la cocina, ni en su trabajo, ni en sus clases de pintura. Ella daba principios generales y respetaba la individualidad de sus alumnos.
—Alejandro, en cambio, vivía en la estratosfera – afirma Mercedes Otero sobre su padre – él adoraba a sus hijos y le gustaban los niños. Era extraordinariamente inteligente. Siento que con nosotros era muy riguroso. Era auténtico e iba directo al grano. No permitía desvaríos. Sus hijos, también artistas, somos muy sensibles pero él decía: “Una cosa es la sensibilidad y otra es el sentimentalismo y hay que saber separar las dos cosas porque si no te vuelves una estofa”. Esas son cosas que yo puedo entender ahora de adulta porque de niña solo sabía que no podía hablar “pendejadas” frente a mi padre, porque si lo hacía él no me escuchaba. Se iba para otro lado justo en el momento en que , a lo mejor, yo tenía muchas ganas de conquistar a papá.
–Pero le agradezco ese rigor – continúa Otero- porque fue un ejemplo de lo que es la constancia, la coherencia, la honestidad y de los que es ser fiel a uno mismo. Los cuatro hermanos estamos marcados por esa sensibilidad y esos preceptos nos ayudaron, sabiéndonos afortunados de ser los hijos de una pareja extraordinaria.
–¿ Lamenta no haber alcanzado el mismo éxito de sus padres?
–No, para nada. Ellos eran muy respetuosos de nosotros, nunca nos impusieron nada. Yo estaba entre la literatura y la música. Sigo en ese dilema pero me metí por la música. Empecé como guitarrista, después estudié dirección coral y ahora mi campo es la composición. Entonces fue maravilloso, ya como profesional compartir con ellos. Escribí una música para ambientar la escultura de Alejandro Otero que se llama Una flor para el desierto, cuando se hizo la retrospectiva de su obra en el Museo de Arte Contemporáneo e hicieron un documental de 20 minutos sobre su trayectoria con esa música de fondo.
–Con mamá yo conversaba muchísimo — continúa– sentía que había un paralelismo muy grande entre la música y la pintura, particularmente la suya. En su obra los colores están afinados en la misma frecuencia o tonalidad.
–De la misma forma como hay escritores que ponen el énfasis en la palabra , sus padres centraron su obra en el color ¿Cómo lo hizo cada uno?
— De formas muy distintas. Un investigador está desarrollando la teoría de que Alejandro Otero siempre fue escultor incluso cuando pintaba en dos dimensiones pero cuando se reveló realmente como escultor, el colorido de la naturaleza exuberante de su lugar de origen, (Guayana), lo marcó de por vida y se refleja en sus obras. Se trata del color ambiental; el cielo, el color de los carros en movimiento de noche o el brillo de un diamante y el resplandor del sol.
— La propuesta de Mercedes Pardo en relación con el color es otra. Ella era colorista. Inventaba los colores que empleaba al punto de que su reproducción es prácticamente imposible. En sus cuadros se puede observar que por efecto de la forma y el color, se produce un juego espacial muy particular.

— Ella realizó múltiples actividades en su larga vida. Entre tantas la docencia en el campo del arte ¿Cuál fue su aporte en esta área?
–Uno de sus aportes es una filosofía para el trabajo con niños en las Artes Plásticas. Empezó con las clases de pintura infantil en el Museo de Bellas Artes, y luego trabajó en la Fundación Mendoza donde formó a un grupo de maestros para trabajar con niños. Yo estuve entre ellos y por eso conozco el método.
–Consistía en lo siguiente – especifica – cuando los niños son muy chiquitos tienen un mundo interior y una concepción de la realidad maravillosos. Lo plasman todo en sus dibujos y entonces el maestro tiene que partir de la propuesta del niño y no imponer su visión de adulto. Por ejemplo, un niño te puede hacer una flor azul pero llega la maestra y le dice que la flor siempre es roja. La cuestión va moviéndose hasta que llegamos a la clase de las formas geométricas (…) El niño necesita amor y va a seguir el camino seguro. Para complacer a su maestra y hacerse merecedor de su cariño , anula su mundo interior. Aquí es necesario escuchar al niño y permitirle que crezca. Cuando llega a sexto grado y más si está bloqueado, habrá que enseñarle a ver, a interpretar y a expresarse. Lo más importante es que el niño no copie lo que hacen los adultos ni trate de aplicar técnicas avanzadas a destiempo.
–Mercedes Pardo hizo un importante telón de teatro
–El telón de Boca del Teatro Municipal para su centenario. Es un tapiz de 30 metros de ancho por veinte de alto. En su exposición retrospectiva en la Galería de Arte Nacional lo restauraron y expusieron. Fundarte hizo una serigrafía del telón pero desde entonces (1991) yo no lo he podido encontrar ni en Fundapatrimonio, donde trabajé 4 años, ni en la Alcaldía de Caracas.
–¿Que quería expresar ella en su obra de arte?
–En su obra está la fuerza y la intensidad de la vida con sus luces y sus sombras y su mundo interior que siempre sale.
— ¿Y Alejandro Otero en sus esculturas?
–La fuerza telúrica de la naturaleza de Guayana.
–¿Ellos dos se dedicaron a la política?
–Con la “p” mayúscula. Eran comunitarios. En sus escritos expresan su preocupación por Venezuela, por Latinoamérica, por lo que somos nosotros, de dónde venimos y nuestro deber ser. Ambos tenían un profundo sentido del colectivo. Tan es así, que hace 58 años fundaron una escuela comunitaria con un espíritu de cooperativismo aquí en San Antonio de los Altos.
— ¿Cómo eran los cuadros que pintó Otero entre 1946 y el 48 llamados Cacerolas, Cafeteras, Cráneos, Potes, Cafeteras rosadas o Calavera.
–Son cuadros inspirados en la estructura esencial de Paul Cézanne. Las cafeteras , por ejemplo, es una serie de cuadros que Otero empezó con la verdadera cafetera y luego fue descomponiendo su parte figurativa , su contorno y todo lo anecdótico, en varios cuadros, hasta quedar sólo con lo esencial. Trazos pequeños de color en el lienzo que corresponden a la síntesis absoluta de un estudio de color en el espacio.











