Amor y ciudad, no amor por la ciudad
" Debemos a Yolanda Pantin, XVII Premio Casa de Amèrica Poesía , una poética que cifra nuestras vivencias más inmediatas,ajenas a lo épico y el discurso exaltado",escribe Alarcón en su columna

Según Roland Barthes la persistencia y el caos caracterizan al amor: «Sentimiento razonable: todo se arregla —pero nada dura. Sentimiento amoroso: nada se arregla —y sin embargo dura». Ese desorden perdurable permea las páginas de Correo del corazón, de Yolanda Pantin. Consciente del trillado tema que visita, la poeta le da otra vuelta a la tuerca y hace que la voz de la enamorada se revise con una ironía que la desgarra en cada doble sentido. En «Opio corazón», quien habla busca «de nuevo [en el] buzón» repitiendo «un rito sagrado» que busca la correspondencia del objeto amado y solo recibe «una tarjeta: / “reparamos neveras torres calentadores artefactos eléctricos” / primorosamente / en letra gótica».
De nuevo siguiendo a Barthes, «la carta de amor espera su respuesta» y «obliga implícitamente al otro a responder». Por supuesto que en ese poema se invierte la idea y se expone la eterna espera de la víctima de Eros. De allí el significativo título del libro al que pertenece: «El corazón es eso que yo creo dar» pero si es devuelto se convierte en «lo que resta de mí», una parte que me sobra y me recuerda a cada paso la ausencia de respuesta que me agobia. Porque si «[l]o que el amor desnuda en mí es la energía», al no ser correspondido, no sé qué hacer con ella.
Este tema que invadía tan pronto la poesía de Pantin, atravesará su obra. Pero se materializó en un texto que lo enlaza con la cotidianidad urbana. Hallamos, entonces, el otro tópico que caracterizará su poesía:
Las mujeres solas miran el paisaje
y se diría que son amantes
de las aceras / de los entresuelos / de las alcantarillas/ del subsuelo
de los subterfugios […]
La mujer que piense que su soledad es curable
No es una mujer sola
Es un estado transitivo entre dos soledades infinitamente más peligrosas
Esos tópicos, la ciudad y el amor, se desenvolverán en los siguientes libros —en «Caracas mortal», poema de La canción fría, se afirma: «Las ciudades son Eternas // El deseo es loco / y fugaz». Lo urbano se trasladará a Europa y sufrirá una metamorfosis experimental al plasmar El cielo de París. Más interesante todavía, para expresar con propiedad los «arrebatos de lenguaje» que caracterizan al yo del enamorado, Pantin se enmascara con el rostro de un escritor que divaga:
Amamos, es cierto
mas irónicamente
al buscar amparo y consuelo
en el Otro
sabemos que Aquél es sólo un hombre
despojado ante el mundo
con dolor
igual
con miedo.
El juego de asumir voces ajenas, común en la poesía y más todavía en la moderna, se muestra muy útil en «Soliloquio del vampiro». La máscara prestada enrarece la atmósfera y crea la estrategia necesaria para enaltecer versos harto utilizados: «Yo he sentido el deseo de morir / con sólo verte». Pero las maneras para darle palabra a la experiencia no se agotan y Pantin establece lazos con «los cuerpos torturados» de Cernuda. En el poema «Cuerpos (Luis Cernuda)» el sentimiento cobra una carnalidad que desciende a los abismos del erotismo:
… no puedo más que abandonarme
al vértigo en la piel
así nombrada
[…]
los cuerpos que he besado
los soñados
inmóviles perfectos
terrores de la dicha que tú encarnas
La relación de este sentimiento con la finitud, por último, se hace presente en «Umbral»: «Yo anhelaba la muerte / entrar contigo en el púdico destello».
Pero el péndulo mantiene su ritmo y volvemos a lo urbano que, en El hueso pélvico, se fusiona con una indagación sobre la patria, transformada en «Un hueso / De interrogación […] El hueso duro / De roer». La voz poética expone un tránsito que parte de la ciudad y llega a los «Olores de la infancia en una localidad cualquiera». Durante el recorrido se exponen inquietudes que conllevan al desasosiego:
Te descubres en el tiempo
Que has merecido,
Contigo y con tus hijos.
Estás en el vacío
Pero vas al centro,
Sin orillas, sin escampaderos,
En el presente de los descreídos,
Has sobrevivido.
En el año 2002, Yolanda Pantin publicó Poemas huérfanos. Allí se conjugan los diferentes temas que la poeta había abordado y también se abre a nuevos tópicos o, por lo menos, maneras innovadoras de afrontarlos. La indagación en el amor y el contexto de la ciudad siguen presentes en «No hay poesía». El tema de la familia, ya tocado en El hueso pélvico, gana terreno en un texto como «Majestad» y luego se consagrará en La épica del padre. Pero quiero recuperar otro título: «El ciervo». Muerte, cuerpo y deseo reaparecen en un sentimiento equívoco producido por el asesinato sin sentido de un animal: «Donde hubo belleza / quedó el cuerpo tendido». Ese extrañamiento, esa enajenación en medio de una escena cotidiana, el descubrimiento de que el día a día se desdobla para exponer una epifanía no siempre grata, podría sintetizar el logro de buena parte de la poesía de Pantin.
Según Stéphane Mallarmé, la misión del poeta es «dar un sentido más puro a las palabras de la tribu»; según Alfonso Reyes, «mentar con palabras lo que no tiene palabras ya hechas para ser mentado». Esa batalla entre el silencio y la innovación es la angustia de los creadores. Pantin se enfrentó a una realidad cotidiana a sus lectores que parecía escaparse a lo poético. Lo que sabe hacer esta autora es redefinir ese elemento y darle voz a una nueva forma de concebir la existencia. Lo vivido es diferente, con sus propias angustias, y la búsqueda del poema es asir la palabra justa. Debemos a Yolanda Pantin una poética que cifra nuestras vivencias más inmediatas, ajenas a lo épico y al discurso exaltado. Su logro es descubrir perplejidad donde solo existía la chatura del día a día. Sus palabras han forjado, en cierto modo, la manera en que miramos el mundo. Por ello, espero con ansias su nuevo título, Lo que hace el tiempo, XVII Premio Casa de América de Poesía.