Anima y todo ese asunto de los sueños
El corto de 15 minutos difundido por Netflix reúne nuevamente el buen entendimiento entre el músico Thom Yorke y el cineasta P.T. Anderson en una pieza que no es simple video-clip

La psicología arquetipal es materia de profusión de tantos autores como revisiones, recorrido ya trecho del camino hacia la exploración de la psique profunda iniciado por Carl Gustav Jung. El abordaje del Ello freudiano, siempre turbador, sustancia informe bajo el Yo y el Súper Yo; el inconsciente que anhelamos cifrar entre el sueño, si se elige como asunto o tema, se antoja desafío empinado, sea desde la creación artística; sea el relato literario, cinemático o las experiencias estéticas replanteadas por el progreso tecnológico y el advenimiento digital.
Que el músico Thom Yorke, front man de la súper banda Radiohead, insista de nuevo en que su reciente lanzamiento video-discográfico va del tema de los sueños desde la perspectiva de Jung, puede ser tan atrayente como disuasorio. Quien siempre haya visto con reserva a las estrellas de la escena pop rock, y se detenga en la prosodia de las canciones que difunden, no se sorprenderá al imaginar al artista de marras pasar las páginas de una bella edición ilustrada de El hombre y sus símbolos, mientras demora las horas de un solaz entre una gira y otra; entre una sesión de grabación y otra.
Es el caso de Yorke que Jung ocupa sus horas de lectura desde hace tiempo, y puede creérsele no porque lo diga en declaraciones a la prensa, en medio de la campaña de medios de un nuevo lanzamiento: Anima titula el álbum flamante del cantante. La obra implica en su unidad conceptual un cortometraje de 15 minutos, ingeniado por Yorke junto a Paul Thomas Anderson, el deslumbrante director que debutara en los ’90 con Boogie Nights y Magnolia, piezas ahora relevantes de la historia del cine.
El surrealismo, el advenimiento estético que manifestó en las primeras décadas del siglo pasado, de la mano de las teorías de los psicoanalistas en torno al llamado mundo de los sueños, hoy en día hiper codificado por la industria cultural, puede resultar, si no en algo ya visto o demasiado familiar, en redundancia estéril, cansona. Las vanguardias artísticas procesadas, por un lado, por la industria del espectáculo y, por otro, por la academia, pueden encender escolásticas alarmas ante el anuncio de la estrella pop: “Creo que la razón detrás de lo que hemos llamado Anima se debe en parte a que estoy obsesionado con todo el asunto de los sueños y la teoría de Jung”, declara Yorke en entrevista para Pitchfork, así a trazo grueso. Pero, sin dejar ganar al prejuicio intelectual, Anima y la puesta cinemática de uno de los temas del álbum ‘Not The News’, podría ofrecer al espectador una experiencia no solo emocionante.
El artista en su comentario, además, no es que se calza la etiqueta de surrealista y ya, sino avanza una percepción lúcida de la alarmante transformación del mundo por el lenguaje digital: “Vemos a Boris Johnson mentir, prometer algo que sabemos nunca ocurrirá. Pero, no tenemos por qué conectarnos con él; no es sino un avatar. Es un pequeño hombrecillo con ese ridículo corte de pelo que agita una bandera…Está bien, es divertido. Y las consecuencias no son reales. Nada de lo que hacemos (en las redes sociales) tiene consecuencias reales. Podemos permanecer anónimos. Enviamos nuestro avatar a repartir abuso y veneno y correr de vuelta a nuestro anonimato”.
Yorke aprovecha, de paso, para meter basa en el viscoso asunto del poder y la crisis de representatividad política que atraviesa su nación, el Reino Unido. Pero, importa más lo que apunta sobre ese activismo sin consecuencia de las redes. La ansiedad solitaria de quien se agazapa tras un avatar tal vez adhiera el tono sonoro y cinemático del corto dirigido por Anderson.
El gigante del streaming Netflix que suma a su “parrilla” el one reel de Yorke-Anderson limita el marketing a la frasecilla: a mind-bending piece (una pieza alucinante) ¿Qué se puede esperar de una tag line? El propósito de tales sintagmas publicitarios es sonar lo suficientemente idiota como para que al espectador no le quede remedio sino ver la pieza con sus propios ojos.