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Armando Rojas Guardia: Mi romance con Dios es de larga data

El Deseo y el infinito: la cotidianidad de un poeta atravesada por la experiencia mística

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Individuo de número de la Academia, el poeta, ensayista y narrador Armando Rojas Guardia es una rara avis en el tejido de la poesía iberoamericana. Voz fundamental de la poesía venezolana contemporánea, este fundador del Grupo Tráfico (UCAB, 1989) se considera tributario del poema Fracaso, del bardo Rafael Cadenas, y mira al proyecto país desde allí. Su disciplina escritural se ajusta dentro de la llamada “ filosofía narrativa” en la que inscribe su más reciente obra: El deseo y el infinito, editado por Seix Barral —un conjunto anotaciones que conforman un primer Diario ( 2015-2017). Un ejercicio para explorar el contenido intelectual de su vivencia diaria. La suya es una religiosidad activa y atenta en la que la oración y la misericordia se adueñan de la cotidianeidad. Esa también es la mirada a la que invita.

SALVE

El poeta conecta con lo sagrado. Todos los días entrena su espíritu con la media hora de oración que se procura. Allí, en ese espacio desprovisto de ornamento que es su apartamento, inicia su jornada de amorosa correspondencia con el mundo. Su hogar está amoblado con cientos de libros. Textos de filosofía —una de sus pasiones—, de poesía —su estar en el mundo—, de vocación cristiana —su razón de ser.  “Allí, a la oración, me llevo las tribulaciones y las converso con Dios”, expresa tras aspirar la bocanada de humo de su cigarro.

Disfruta cada pregunta y la macera dentro de sí para ofrecer a quien indaga una respuesta que encierra y provoca estallidos. Una lectura sobre otra. Un constructor que sostiene a otro a manera de palimpsesto lo sitúa en el mundo de la palabra y el riguroso adiestramiento del pensamiento que teje dentro de sí y para los otros. Sea en los talleres de Mística —donde el participante viaja por toda la experiencia de lo sagrado a través de las distintas tradiciones que el coordinador conoce con hondura, recordemos que de 1967 a 1979 fue marcado por la experiencia religiosa jesuita y luego vivió en la comunidad de Solentiname (Nicaragua)— o bien un transitar por los entresijos de la Tragedia Griega o quizá en un estudio de las tradiciones de la poesía occidental. Encuentro que esto ya es tradición en la formación de los poetas contemporáneo y deviene en hermandad creadora. También puede que se encienda por las luchas de comunidades minoritarias como la LGBT. Todo ese fulgor está ahí.

 

En esta foto de Edisson Urgilés el poeta Armando Rojas Guardia aparece con su mejor mentor

Despunta el día. Organiza su agenda: los varios talleres que dicta desde hace 17 años, su propio trabajo como lector impenitente, los libros que aún le corresponde escribir, sus obligaciones en la Academia de la Lengua a la cual pertenece desde 2015, cuando asumió el sillón que dejara su amigo —“mi hermano” como suele llamar a sus compañeros de camino— Carlos Pacheco, profesor, escritor, editor e investigador venezolano que partió en 2014.

—El deseo y el infinito, Diarios de Armando Rojas Guardia, publicado por Seix Barral, acerca la mirada del poeta a lo cotidiano. ¿Cómo se trama el tema de la cotidianeidad en la poesía de RG?

—La cotidianeidad representa un enfoque temático que me ha atraído prácticamente buena parte de mi vida. En —el grupo— Tráfico, buscamos reivindicar una poesía de lo urbano. Una poesía de lo histórico y lo cotidiano. Nos parecía que la mayor parte de los creadores venezolanos en poesía, había soslayado esos tres temas, que implican procedimientos estilísticos determinados y específicos. Desde comienzos de los 80, empecé a trabajar el tema de la cotidianidad. En Tráfico nos parecía que la mayoría de los poetas venezolanos acusaban la influencia de la poesía francesa, italiana y alemana, pero habían evitado la influencia de la poesía norteamericana que es la única en la tradición occidental donde lo cotidiano, lo histórico y lo urbano tienen una relevancia absoluta. Mi poesía es una meditación lírica de mi vida diaria. Llegó el momento de escribir en el 2015 mis diarios. La idea se me ocurrió durante el retiro que me brindó —el escritor y pensador— Jonatan Alzuru Aponte

—Yo pasé cinco días en una casa que tienen las monjas del Cristo Rey en El Hatillo, guiado por Jonatan Alzuru en una serie de ejercicios espirituales. Durante esos días comencé a tomar nota de lo que me ocurría en el retiro y así surgió la iniciativa del diario. Al llegar a Caracas proseguí con esa aventura escritural. En el 2017 decidí terminar —parcialmente— ese episodio, porque fui publicando las entradas de mi diario en el portal Prodavinci. Un día recibo la llamada de Lourdes Morales y Mariana Mazuk de la Editorial Seix Barral, proponiendo la publicación de esas entradas que venía publicando en Prodavinci y me pareció que podía reunirlas en un libro.

Centenares de libros conforman el mobiliario de la demora de Armando Rojas Guardia ,escenario de esta memorable entrevista de Yoyiana Ahumada con fotos de Edisson Urgilés

Pensamiento en acción

—Creo que mi diarismo se caracteriza no tanto porque yo doy cuenta de lo que me va pasando  si no por las resonancias mentales e intelectuales que me producen los acontecimientos que vivo. Más que diario lo que hago es un pensario. Intento elaborar conceptualmente el impacto que me produce el día a día, más que relatar las peripecias anecdóticas de lo que vivo. Busco aprehender la vivencia intelectual de lo que me ocurre. En eso es determinante mi formación filosófica. No sólo porque estudie filosofía —Caracas, Bogotá y Friburgo (Suiza)— si no porque toda mi vida he sido un apasionado lector de textos filosóficos. Concibo el diario como un recuento de pensamientos. En mis diarios aparecen con peso real los hechos que me ocurren durante mi jornada, por más que la gravitación gire en torno a los pensamientos. He procurado combinar con equilibrio las dos cosas: el anecdotario íntimo de lo que me ocurre, con la reflexión intelectual.

—¿El diario viene a ser una suerte de ejercicio, una práctica sobre la lectura de esos textos realizada en un espacio y tiempo determinados?

—Exactamente. Así es. Friedrich Schelling, en el siglo XIX, acuñó el término de filosofía narrativa. Yo busco hacer una filosofía narrativa. Un pensamiento que se nutra de los acontecimientos que elijo relatar. Walter Benjamin decía que hoy en día —lo constataba en los años 30— no abundan las personas que saben narrar. Decía que después de la Primera Guerra Mundial,  los hombres salían de los campos de batalla mudos. Sin poder relatar lo que les había ocurrido. Benjamin asegura que toda auténtica narratividad se basa en la experiencia. Si el hombre no sabe contar, es porque adolecen de esa experiencia. Los primeros cuentos que la humanidad conoció brotaron de las hazañas de los comerciantes y los marineros; la gente hacía corro para oír las anécdotas de sus travesías por los desiertos, los caminos, las encrucijadas del mundo antiguo. Entonces la narrativa tiene mucho que ver con la experiencia. Benjamin decía que, cuando la noción de experiencia está en crisis, muy poca gente sabe contar. La filosofía narrativa pretende contar lo que pasa y además sacar la lección psíquica, intelectual, de lo que acontece. Yo he procurado en el diario hacer una filosofía narrativa.

—¿Cómo integra lo sagrado, su concepción religiosa, a esa filosofía narrativa?

—La experiencia de Dios es la experiencia crucial de mi vida. Muchas veces he pensado, en los últimos días sobre todo, que mi relación con Dios es una historia de amor. Lo que yo vivo con Dios es un romance que data de hace muchísimos años, viene gestándose desde mi infancia y mi adolescencia. Si se trata de una historia de amor, se desarrolla en el escenario de lo cotidiano, porque toda historia de amor impregna el día a día del enamorado. En el Diario publicado por Seix Barral, el lector podrá darse cuenta de cómo vivo cotidianamente mi relación con Dios. Vivo cotidianamente mi relación con Dios empezando con la media hora de oración que practico todos los días, a través de las relaciones interpersonales que establezco con mucha gente diariamente: amigos, conocidos, familiares, desconocidos que encuentro. Vivo la relación con Dios a partir de la vivencia que tengo de las lecturas estudiosas que repaso a diario. Empiezo por la lectura del periódico. Vivo la relación con Dios, también, mirando los paisajes urbanos y naturales que me es dado contemplar a lo largo de la jornada. A través de todas a esas modalidades cotidianas intento aproximarme a lo sagrado.

—Por ejemplo: hay un señor que vive al lado mío que siempre me martilla cigarros. Hace unos días empecé a molestarme porque me parecía un abuso por lo caro que están los cigarros. Ese incidente acabó causándome problemas intelectualmente y fue motivo de oración. Llevé ante su presencia eso que me estaba ocurriendo con el vecino, porque si me pide cigarros es porque no tiene para comprarlos. Me acordé de esa frase taxativa que los Evangelios ponen en boca de Jesús: El que te pida no le des la espalda. Una experiencia religiosa que no se materialice no es tal experiencia religiosa, porque en la vida cotidiana se dirime la verdad y la autenticidad de los que vivimos religiosamente. Santa Teresa, que sabía mucho de eso, decía: Entre los pucheros de la cocina anda el Señor. Trato de que, en mi vida cotidiana, haya ese reflejo permanente de Dios, esa relación con lo divino.

—¿Existe una contradicción entre la tradición filosófica en la que se inscribe su pensamiento y el dogma de la fe que profesa?

—Un dogma es un postulado sin el cual una doctrina se desnaturaliza. Sin ese postulado, la doctrina deja de ser lo que es. Por ejemplo, el budismo no es exactamente una religión, es una filosofía de vida, y nada menos dogmático que el budismo, sin embargo, el postulado del nirvana es una verdad fundamental en el budismo. Equivale a un dogma. Si le quitamos al budismo el postulado del nirvana se desnaturaliza y deja de ser lo que es. En el cristianismo, por su parte, postulados como La Trinidad o la encarnación son verdades pivotales. Lo que pasa es que nada autoriza a imponer esos postulados dogmáticos a los seres humanos. La iglesia católica, por desgracia, durante milenios, impuso, a través del derramamiento de sangre y la coacción psíquica y física, muchísimos de esos dogmas y eso es radicalmente antievangélico. Jesús no impuso a nadie su propuesta religiosa. En el cristianismo hay unas cuantas verdades dogmáticas sin las cuales el cristianismo deja de ser lo que es. Hoy en día los católicos estamos conscientes de que no podemos ni debemos aceptar —ni asumir— acríticamente las formulaciones de los dogmas de épocas pasadas. Entendemos el dogma de La Trinidad o de la encarnación de una manera muy distinta a como se entendía en los primeros siglos del cristianismo o de la edad media. En el cristianismo, estos postulados dogmáticos constituyen un marco teórico dentro del cual se desarrolla la reflexión de la fe. Como católico nunca me he sentido inquieto, perturbado, desasosegado, molesto por ese marco.

—Dentro de esa fe cotidiana en acción, usted pone el énfasis en la atención. ¿Qué significa actualmente estar atento?

El tema de la atención es crucial, no solo en mi vida. Creo que es un tema absolutamente central en la propuesta que la experiencia religiosa tiene que hacerle al hombre contemporáneo. La atención tiene que ver con el hecho de estar despierto. Buda en sánscrito significa, el despierto, y en el Evangelio de Marcos hay un versículo con esta frase: ¡Atención, estén despiertos! El velar, el estar despierto es el arranque mismo de la vida del espíritu. Hoy en día, el hombre y la mujer contemporáneos viven muchas veces de espaldas a la relación con la materialidad del mundo, ¿por qué? Porque el mundo contemporáneo en occidente gira en torno a la autonomía de la conciencia individual. No es casual que uno de los cuatro mitos del mundo contemporáneo, el Quijote, el Fausto, el Hamlet, el Don Juan, sea Hamlet, que es la exacerbación delirante de la consciencia individual. La autoconciencia elevada al paroxismo, por eso es que Hamlet es un personaje permanente dubitativo que no puede actuar —precisamente— por el exceso de conciencia. Ese plus delirante de hipercriticismo hace que el hombre no tenga una relación visceral orgánica con la materialidad del mundo. Todas las tradiciones religiosas importantes quieren educar al hombre relacionándolo con esa materialidad del mundo que lo rodea. El vehículo privilegiado para ello es la meditación, como la disciplina mental mediante la cual el hombre se vuelve visceralmente atento al mundo. Yo he procurado desde hace muchos años adiestrarme disciplinadamente en la atención tal vez porque como hijo de mi tiempo y producto de mi formación intelectual y humana, tiendo al laberinto de la autoconciencia. Mucha gente señala que una de las características de mi espiritualidad que reflejo en mis ensayos es la lucidez. Esa lucidez en mi caso tiene un doble viso: por una parte brota de ese exceso laberíntico de autoconciencia y, por otra parte, brota de mi disciplinada atención al mundo.

Un cuadro absolutamente lúcido nos deja en estas páginas el poeta de lo urbano, cotidiano e histórico. Fotos Edisson Urgilés

—Esa disciplinada atención y esa consciencia de estar atento lo lleva a reflexionar sobre el proyecto país.¿ Se inscribe en la idea del fracaso y mira al país desde esa tesis?

—Creo que el diagnóstico que me permito hacer de la Venezuela actual tiene un nombre Fracaso Civilizatorio. El chavismo representa un fracaso estruendoso en materia civilizatoria. El chavismo no solamente ha significado para Venezuela una regresión en algunos aspectos al siglo XIX, basta ver las nuevas epidemias que hoy padecen los venezolanos, enfermedades que ya habían sido erradicadas, basta ver el hambre que cunde. La Venezuela del siglo XIX era una sociedad palúdica y hambrienta. El chavismo ha convertido al país en lo que hoy se llama un Estado Fallido. El país —a través del chavismo— dilapidó una cantidad gigantesca cerca de 2 mil millones de dólares en 18 años. Creo que ese es el desfalco económico más evidente y notorio de la historia económica del mundo. Hay otro aspecto del fracaso: el daño antropológico que ha ocasionado el chavismo al país. Un detrimento apabullante de la moral pública. En la Venezuela actual nada funciona, todo se hace mal o mal hecho. Ese deterioro de la moral pública se refleja también en el ámbito de la moral individual. Es como decir que el tejido moral de la nación estuviera desgarrado y, en el centro de esa desgarradura, está palpitando como una llaga el odio, el resentimiento y la desconfianza: desconfiamos inmisericordemente los unos de los otros, nos laceramos los unos a los otros de manera inmisericorde y eso es fruto del chavismo que nos enseñó a odiar, nos enseñó a desconfiar y nos enseñó ese resentimiento que seguramente ya estaba ahí. Pero el chavismo los exacerbó.

—Dijo que siente una conexión con el poema de Rafael Cadenas, Fracaso, como una mirada desmitificadora del imaginario…

—Son varias las lecciones que nos da ese poema. Para salir del fracaso hay que empezar por reconocerlo por aceptar que está ahí. El poema de Cadenas traza una línea no épica ni heroica de posible salida de la situación de fracaso. Toda la psicología colectiva venezolana está marcada por el modelo del héroe. Se nos ha acostumbrado desde niños a sentir que los venezolanos nacimos como nación, de una generación irrepetible. Todos nos sentimos crónicamente disminuidos ante la envergadura existencial, político y militar de la generación de los próceres independentistas. El gran psiquiatra Rafael López Pedraza decía ¿qué es lo contrario a una sana espiritualidad? El éxito, la obsesión por el éxito que es típicamente titánica. El héroe y el titán anclan modelos y paradigmas en la adolescencia, Venezuela es una sociedad adolescente. La adolescencia es la edad heroica por excelencia. Si uno está obsesionado por el éxito es tácitamente un titán adolescente. El poema de Cadenas nos trae una espiritualidad que no es ni adolescente, ni titánica ni heroica. Nos dice en última instancia que al centro accedemos desde la periferia, desde la marginalidad. Es usual pensar a Venezuela desde la marginalidad, hay toda una literatura venezolana que piensa al país desde la marginalidad. Tal vez porque la entrada de Venezuela a  la modernidad ha sido siempre conflictiva, traumática y bloqueada. Nos hemos asumido como un país que vive militantemente la marginalidad. ¿Cuál es la manera de acceder al centro desde la marginalidad? Primero reconociendo, paladeando esa periferia y después asumiéndola creativamente. Tenemos un ejemplo paradigmático en nuestra historia cultural de una marginalidad creadora: alguien que asumió la periferia con talante creador y llegó al centro desde la periferia: Armando Reverón. El castillete es el emblema de una marginalidad convertida en ocasión creadora.

—¿Que rol está jugando la poesía en la crisis actual?

—Venezuela es un país paradójico: socialmente la palabra poeta en Venezuela ha sido una palabra bastante devaluada. ¿Como estás, poeta? Hola, poeta… Endilgándole esa palabra a quien no se la merece. En segundo lugar, Venezuela es un país que no propicia estados de conciencia donde se haga posible la experiencia poética. Sin embargo y esta es la paradoja, Venezuela cuenta con una tradición poética que es una de las principales de la lengua española. Los lectores de poesía en Venezuela son minoritarios y escasos, pero al venezolano se le da con enorme facilidad la poesía. Frente a la regresión que representa el chavismo hay una contracultura que se le opone y en la vanguardia de esa contracultura están los poetas. La poesía en nuestro país tiene ese empeño y esa tarea contracultural de oponerse a la barbarie.