Balaceras
Con todo, "Edipo de Texas (espaghetti western)" brinda instantes de goce y permite adentrarse en una parcela, aunque ficcionalizada, del cine menor. Una lectura divertida y memoriosa que, salvando los escollos, nos lleva a reflexionar sobre el equipaje simbólico de nuestra cultura

A los cinéfilos venezolanos lectores de crítica es seguro que el nombre de Héctor Concari les resulte familiar. Durante al menos dos décadas, sus notas sobre cinematografía vienen apareciendo en los principales diarios, revistas y páginas electrónicas del país. Este asiduo examen de todo tipo de producciones fílmicas tal vez ha ocultado sus aportes en el campo de la narrativa: en 2005 Concari debuta con un sólido volumen de cuentos: Fuller y otros sobrevivientes (Caracas, Random House Mondadori), en donde traza, con adecuado dominio de las herramientas compositivas, el mapa de sus intereses temáticos: el cine, por supuesto, y la vida de (o en) los hoteles. También deja colar allí algunas peripecias relacionadas con situaciones políticas acaecidas en el último tercio del siglo XX en el llamado Cono Sur (Concari es uruguayo) y en Venezuela, pero sin cargar las tintas.
Simultáneo con Fuller y en la misma casa editora se dio a conocer su primera novela De prófugos y fantasmas, ambientada en el mundo hotelero y, claro, con ostensible impronta cinematográfica. Cierro el recuento, antes de entrar en la materia que motiva estas líneas, con Yo fui chofer de Dillinger (Caracas, Random House Mondadori, 2008), tomo de relatos en el que sobresalen, como en el compendio anterior, dos o tres ficciones excepcionales; citemos una: “Orinoco Karl”.
En 2016 la Editorial Dahbar puso en circulación Edipo de Texas (espaghetti western), la segunda novela de Héctor Concari. Se trata de una suerte de homenaje a esa clase de filmes del subtítulo producidos en Italia y que recreaban el oeste norteamericano del siglo XIX de una manera un tanto burda y, para muchos, hasta risible. La pieza gira en torno de Mario Botazzi, consagrado director de este género de películas, quien se enamora de su sobrina bonaerense, una bella jovencita de fuerte carácter a la que convierte en actriz. Sobre este argumento se despliega una batería de temas relativos al cine de los años setenta, a la lucha de un grupo de personajes contra la dictadura argentina (1976-1983) y al recuerdo de un hecho trágico ocurrido en el último trabajo del regista, vinculado con la chica y con los opositores a la tiranía militar. La obra suma, asimismo, elementos caraqueños (el Cine Prensa y el sujeto que escucha el cuento sobre Botazzi referido por un ex empleado del italiano) para arrancar y para darle cierre a la historia; como pretexto, en fin, para contarnos las acciones.
Aunque entretenida e interesante por sus articuladas referencias intra y contextuales, la novela tropieza en su desempeño cuando se desplaza de un escenario y de un tiempo representado a otro, pese a las señalizaciones al inicio de los capítulos. El lector pierde el balance porque algunas voces no están bien perfiladas o por lo abrupto de su incorporación. Lo mismo pudiera decirse respecto de la trama: no es verosímil (hablo desde una perspectiva técnica) la estrategia de fundir los avatares de financiamiento de los alzados contra los milicos como parte del rodaje de un largometraje, de resultas, además, de un romance parental. Quizá el autor intentaba componer una novela al uso de un western europeo y por ello el forzado desenlace en apariencia jocoso; pero ese remate falla en virtud del tono nostálgico de la atmósfera general del texto. (Ese halo de nostalgia, vale decirlo, caracteriza mucha de la narrativa de Concari). Advertencia: la añoranza y la risa pueden anudarse, marchar juntas, ser complementarias. Sin embargo, en este caso su manejo conjunto tiene el efecto de un contrasentido: el valor de Edipo de Texas descansa, justamente, en el rescate de una franja del espectáculo (que podría rozar el arte) perdida en la vorágine de lo efímero: los filmes de poca trascendencia y, por lo común, de baja manufactura; no en la expansión de la comicidad ni en la puesta en escena de uno de los períodos más oscuros de la vida sociopolítica de América Latina.
A este reparo estructural debe agregarse otro que atañe a la forma de presentación de ciertos contenidos: los comentarios del personaje Albert de Roffet para L’Écran Démoniaque sobre la filmografía espagueti de Botazzi, un recurso con el que se pretende mostrar las proyecciones estéticas de aquella materialidad. Siendo el crítico y el órgano donde escribe franceses, en la novela se reproducen las columnas del especialista en ese idioma para de inmediato, página contigua, leerlas en castellano. Al principio podríamos pensar que los párrafos en francés esconden una clave o algo parecido. No obstante, las siete entradas no enriquecen la historia, antes bien, se convierten en una dispendiosa faramalla que obstaculiza la fluidez de la prosa en español.
Por otra parte, hay un grave traspié que acaso pudo resolver el editor: los abrumantes queísmos que flagelan el estilo: “Y cuando se fue, me di cuenta [de] que la velada había terminado” (p. 30); “antes [de] que se diera cuenta” (31); “la botella antes [de] que cayera al piso” (32); “me entero [de] que el cretino de Damini” (93); “Lo convencí [de] que escribiera” (115); “solo para darme cuenta al cabo de unos segundos [de] que ya no me reía” (148); “Estoy seguro [de] que” (149); entre otras docenas de frases del mismo cuño. Ese mismo editor debió eliminar las tediosas repeticiones de términos, tildar las palabras que lo requieren, corregir los mínimos errores sintácticos.
Con todo, Edipo de Texas (espaghetti western) brinda instantes de goce y permite adentrarse en una parcela, aunque ficcionalizada, del cine menor. Una lectura divertida y memoriosa que, salvando los escollos, nos lleva a reflexionar sobre el equipaje simbólico de nuestra cultura.