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Caicedo, palabras para Una noche sin fortuna

Mario Morenza rememora su relación con la literatura del colombiano Andrés Caicedo a través del documental "Noche sin fortuna" de Álvaro Cifuentes y Francisco Forbes. Al final de la nota, el enlace para la pieza audiovisual estrenada en 2011, que relata las aventuras del viaje a la ciudad de Cali de dos argentinos y de un colombiano buscando referencias de la vida y obra del recordado escritor

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La primera vez que Andrés Caicedo me guiñó el ojo fue a mitad del bulevar de Sabana Grande, o calle Lincoln, como descubrimos que se llama en realidad Sabana Grande cuando leemos la célebre obra prima de Carlos Noguera. El local queda justo donde se apilan una serie de cuatro árboles que hoy aún, entre smog y contaminación sonora, permanecen nítidamente frondosos. Estos árboles ocultan el local, o más bien, lo que parecía un galpón que vendía libros sobrevivientes, de hongos y contaminación sonora, de las editoriales Bruguera y Oveja Negra. Hoy ese mismo local vende ropa interior femenina y es Norkis Batista la que te guiña el ojo para que aproveches la oferta 3 x 1 en el mes del amor, el afiche es invariable y lo usan en diciembre, mes de la Navidad, en mayo y en junio, meses de la ma’e y el pa’e para que compres lingerie y otras prendas dignas de película playboy de finales de los setenta.

Hace unos diez años, caminaba desde el CVA de Las Mercedes hasta la UCV. Sabana Grande era el corredor ineludible que unía mis pasos hasta la casa que vence las sombras desde la casa que trató de vencer mi mala pronunciación del inglés (recordemos que para Caicedo esto fue un gran problema, cuando, en su cruzada por Hollywood, quería que le presentasen a Roger Corman). Pues, bien, entre esos dos puntos, y oculta por la sombra de los árboles, se ubicaba la casa que vendía libros a 500 bolos. Yo, en mi temprana época de ucevista y mensajero (o correveidile) siempre tenía 2000 mil bolívares en el bolsillo cuando pasaba por ahí. Tal vez lo de la caminata era una excusa para no usar el Metro y así llevarme dos libros más a casa. Por cosas del destino, siempre elegía tal o cual novela o colección de relatos, y evadía el de Caicedo (Cuentos completos), primero, por el volumen: no cabía en mi desteñido bolso de estudiante; y segundo, porque los ejemplares se encontraban algo deteriorados, como si la noche anterior hubieran tenido una orgía con alimañas bibliófilas. Finalmente, erróneamente, los apartaba con el desprecio del vecino adicto a las anfetas que nadie entiende ni quiere que sea delegado de la junta de condominios, aunque ese año le toque. En su lugar, elegí Divertimento, de Cortázar, que me decepcionó, El examen, de Cortázar, que me decepcionó, ambos escritos a la misma edad veinteañera de Caicedo, y algunas sorpresas: El cobrador de Fonseca, o Vacío perfecto, de Stanislav Lem, que hasta ahora están los libros a los que con frecuencia vuelvo. Andrés Caicedo, durante años, se cobraría muy tenazmente mi omisión y me dejaría en un perfecto vacío. Cuando sí quise leerlo sin importarme el estado del libro nunca encontré nada escrito por él, ni siquiera en Ciudad Seva.

El apellido de este (por y para siempre) joven escritor, parece un fortuito y acertado juego de palabras que cifra el fracaso y también la tolerancia. Cai-cedo. Caer y ceder en notable hibridación. Caer y ceder ante la incapacidad de asir los misterios del mundo. Caer y ceder ante el espasmo de lo real. En su apellido persiste una química por la supervivencia de lo acaecido: ¿y cómo es esto posible? Cristóbal Peláez González (1998) entiende la vida de Caicedo como la del «romántico que siente la insignificancia de su existencia [y] reivindica para sí otros valores corrosivos: los sueños, la indisciplina, la noche, la holganza» (p. 44). En estas actividades o en esa fugaz dinámica de la evasión, se hallaban los dispositivos con los que se desconectaba del mundo.

Caicedo contraviene la norma fatídica de que los genios inmortales mueren a los 27 años. Él no necesitó de dos años más para seguir pensando en lo que nos ha legado por casi cuarenta años y la cuenta no para. Caicedo aún persiste en sus libros, en sus memorias, en todo aquello que no logró cristalizar. El caer y ceder de sus pasos por el mundo ha dejado una estela perenne. El segundo apellido del escritor era Estela.

Su locura no rayaba con una forma de demencia. Su locura era la hipersensibilidad para captar y «descomprender» los movimientos del mundo. Quizá de allí se motive su ansiedad por la experimentación con psicotrópicos. Hallar en los productos [químicos] de la Tierra sus códigos originales: deseaba a toda costa abrir las puertas de la percepción de las que hablaba Aldous Huxley. Patricia Restrepo, novia de Caicedo, lo define perfectamente. Lo codifica de esta manera: «Yo pienso que Andrés tenía el horror por dentro, (…) era una persona muy vulnerable y con mucho miedo, era como si estuviera en una burbuja de terror» (1998: 46).

Desde la secundaria frecuentó prostitutas hasta bien entrado los 22 años. En Caracas, sus Cuentos completos se vendían en un único lugar: una calle apuñalada por los tacones de prostitutas. Es posible que la palabra que sobrevivió a Caicedo ejerciera una fuerza de atracción desconocida sobre ellas.

En Noche sin fortuna, el documental que animan estas palabras y mi regreso a los cuentos de Andrés Caicedo, se dejan escuchar estas, sus palabras: «Mi adolescencia fue pobre, vulgar y un tanto desperdiciada. No hice nada que valiera la pena hasta que cumplí dieciséis». Su vida no fue ir de un punto A a un punto B, su vida delineó una trayectoria irregular para flagelar su destino. Recordemos aquel epígrafe de Mick Jagger y Keith Richards que abre su relato «El atravesado» (1997): «El verano ya está aquí / el tiempo para pelear en las calles es correcto». Su vida siempre fue verano. Esa es su manera de guiñarnos el ojo.

Andrés Caicedo encontró en el cine una forma de realidad continua. Era su vida. Su vida paralela, que de a poco la configuró como su vida propia. Esto lo llevó a escribir un diario de películas vistas. El cine fue su estación inmóvil, donde no se desplazaba de un punto A a un punto B. Las coordenadas de su viaje se dirigían hacia su mundo interior. En la oscuridad del cine se aplacaba ese terror que advertiría Patricia Restrepo. Es posible que hallara en la edición de la revista Ojo al cine una clave para exorcizarse.

En el documental Noche sin fortuna se entremezcla en ciertos momentos la memoria de Caicedo, fijada e inamovible en sus libros, con escenas, con guiños, de películas clásicas. Las veremos fugaces y entretejidas a ese diálogo de experiencias frenéticas con que nos traza cada recuerdo, las primeras veces, su primer suicidio, su primera muerte y su primera resurrección, la primera vez que probó tal o cual sustancia, o su teoría de que estas no son las que lo acaban a uno, sino los sustos.

Su vida en cierta forma fue una ruleta rusa. Este documental nos muestra que la vida y obra de un escritor —que siempre tendrá la infalible edad de 25 años— puede llegar a ser inabarcable y que puede que en la próxima frase que leamos de él, nos detone una revelación: no son los años en extensión, sino en profundidad.

Cuando terminé de ver este documental recordé un breve poema de Corina Michelena. Su vida se resume en un «a la una, a las dos y a la sien». En algún momento de Noche sin fortuna escucharemos una sucesión de preguntas incómodas. De esas que suelen hacerse cuando inauguras una historia médica o de encuesta de estudiante de sexto semestre de Psicología: ¿has probado tal o cual sustancia? ¿Escuchas voces? ¿Alguna vez has tenido ganas de matar a alguien? ¿Crees que alguien controla tus acciones usando brujería?, ¿has considerado que eres un ser especial y tienes superpoderes?, y otras tantas por el estilo. Son preguntas que de un modo u otro representan un test de salud mental dirigido, consciente o inconscientemente, a la humanidad entera. Y ahora pienso, que si en alguna ocasión nuestra respuesta es afirmativa, esa afirmación, o confesión, nos haría más humanos y más felices y más caicedos. Yo añadiría una más: ¿has leído los cuentos de Andrés Caicedo para salvarte? Sí, yo me respondería, él me ha guiñado el ojo y ya me he salvado.

Hace unos años este documental se estrenó en nuestro país. Fue una noche afortunada en Centro Cultural Chacao. Ahora tenemos la oportunidad de verlo de nuevo o por primera vez: