“Caracas me seduce con sus fantasmas y peligros”

El escritor venezolano, residenciado en Madrid desde 1966, presentó en octubre su nuevo libro La noche y yo. La obra es un compendio de tres relatos y fue editado por Páginas de Espuma de Juan Casamayor. Con su último libro, el autor viene a darle séquito a una serie de novelas, cuentos y novelas juveniles, que ha producido sin tregua, en los últimos 20 años. Cabe destacar que la llegada de cada nuevo libro de Juan Carlos Méndez Guédez es un acontecimiento festivo en el mundo de las letras de varios países y en Esfera Cultural quisimos participar del evento con una entrevista a distancia.
Desde su libro de cuentos Historias del Edificio (1994) y hasta La noche y yo (2016), la lista de títulos del escritor barquisimetano pasa por novelas como Tal vez la Lluvia, Arena negra, Los maletines, El Baile de Madame Kalalú o Chulapos Mambo, novelas juveniles como Nueve mil kilómetros y tu abrazo y el cuento infantil premiado El abuelo de Zulaimar. En el conjunto de su obra está la vida misma, personajes locales o universales, descritos en varias dimensiones: la anecdótica y la más profunda. Los sentimientos de los personajes y del propio autor son turbulentos. Para él una bañera o una entera ciudad son el continente propicio para contar la historia de toda una vida.
El primer cuento de La noche y yo es la historia de amor y erotismo de un hombre mayor y una joven hermosa que se llama Ainhoa. Sin embargo, en el relato hay un conjunto de palabras que parecen conformar el hilo conductor de la trama ¿En qué medida palabras como círculo, mezcla, sintaxis, sopa de cebolla, sueño y fantasía, párrafo e historia determinan la historia?
Cuando escribí ese relato sólo tenía claro que el círculo sería un elemento fundamental de lo que estaba contando. De todos modos, te confieso que una de mis técnicas consiste muchas veces en omitir o subrayar muy poco la palabra definitoria de un cuento. Trato de señalarla con otras, de insinuarla y que sea el lector quien la construya. Luego sucede que yo mismo olvido esa palabra y entro de lleno en ese juego de una escritura que intenta recuperarla sin conseguirlo del todo.
Pero gustan esas palabras que subrayas. Algunas de ellas, como la palabra mezcla, pueden definir lo que intento en mi trabajo. Intentar mixturas en las que se creen nuevos sabores. Combinar elementos que en la realidad no se encuentran conectados y trazar entre ellos un pasadizo inesperado. Por eso, en este libro de relatos verás cómo se comunican expresiones narrativas como la novela bizantina y el culebrón latinoamericano, o el relato folletinesco con el relato mítico.
Leer es conectar lo que en la realidad parece distanciado. Y este es un libro de lectores, de personas que hacen de lo que leen una experiencia muy honda del vivir. Por eso surgen ciertos pasadizos fantásticos, como sucede en el primero de estos relatos, donde un hombre pasea por una Caracas desolada y llena de miedo y es capaz de aparecer en un momento dado en una iglesia románica al norte de España, o saltar desde Sabana Grande a la calle Maury de Catia. Porque leer es una especie de sueño compartido en el que una voz externa nos propone insólitos desplazamientos. Estamos en la calle Alcalá de Madrid con un libro en la mano, pero nuestra mirada, nuestro pensamiento se encuentra en La Habana, acompañando a personaje de Graham Greene que se está inventando un montón de espías que no existen para cobrar sus sueldos.
¿Cuál es la intención del cuento?
Te hablo desde mi experiencia. No escribo cuentos con intenciones determinadas. Me asaltan imágenes, voces, historias y siento la necesidad profunda, casi física, de contarlas, de darles cuerpo.
La historia de Un círculo para Ainhoa, tiene lugar en Caracas. El protagonista recorre la ciudad caminando por más de 48 horas seguidas mientras recuerda fragmentos de su vida incluyendo contenidos de algunos libros y versos que aprecia. Este paneo resulta muy atractivo pero ¿Por qué pone tanto énfasis en cada avenida y urbanización de Caracas que transita cuando estamos ante un relato que puede ocurrir en cualquier lugar?
Los lugares nos contienen. Los lugares somos nosotros. Yo no podría haber imaginado esta historia en Nueva York porque solo he estado allí un par de veces, y no olvido que la última vez, cada tanto, el escritor Ricardo Menéndez Salmón me tomaba por un brazo para evitar que yo me perdiese. ¿Cómo transmitir una carga afectiva, una pasión, un deseo, si no lo ubico en un lugar que me despierte emociones intensas? Eso no podría hacerlo tampoco en Ciudad Bolívar o en Praga, porque son lugares que todavía no habitan dentro de mí, que no son prolongación de mis deseos o de mi memoria.
Así que, en concreto, esta historia escrita por mí, sólo podía suceder en Caracas. En una Caracas muy precisa, con puntos determinados que me produjeron alguna vez emociones palpables que pude prestarle a mi personaje.
Por otro lado, siempre me ha encantado leer ciudades. Hay una Buenos Aires que me regaló Cortázar; o un París que me dio Bryce Echenique o una Lima que me vino dada por Vargas Llosa, o una sugerida Salamanca que me entregó Carmen Martín Gaite. Y me fascina cuando dan referencias concretas de esos lugares porque es como si me lo estuviesen mostrando, como si estuviese paseando con ellos. Algunas de estas ciudades no las conozco, pero viven dentro de mí por esas narraciones. Tienen una carga palpable y a la vez llena de ensoñación, porque se han deslizado por mis ojos como una referencia ficcional.
Me gusta contar Caracas con esos detalles. Esa es mi Caracas. Una Caracas que va desde Los Jardines del Valle y que se extiende hasta Chacao, que atraviesa la Universidad Central de Venezuela, que deambula por Los tres símbolos y que siempre tiene a la calle Maury de Catia como un lugar entrañable, inolvidable.
He sido feliz en esos sitios. En ellos he conocido el miedo, la alegría, el tedio, la euforia. Así que si quiero transmitir esas pasiones al lector debo asentar los pies de mis personajes en esos territorios.
Por otro lado, admito que me apetece mucho que un lector español o ecuatoriano o chileno también tenga en su imaginario ciertos nombres nuestros, que cruce conmigo desde Plaza Venezuela hasta Chacaíto y pruebe un jugo de fresa magnífico que hacían allí hace muchos años.
En síntesis, quiero emocionarme al escribir y que el lector se emocione, así que cada historia trato de ubicarla en el lugar más adecuado para producir ese efecto. Por eso, la idea de dar un paseo circular por Caracas me pareció seductora por lo que tiene de peligrosa esa caminata y por lo que tiene de entrañable para mí sentir que me muevo por esos lugares.
Incluso los personajes con los cuales el protagonista comparte al andar por Caracas son criollos, pero a la vez arquetipos. Por ejemplo, el vendedor de dulces, Papadiós, el jubilado, la mujer que fuma, el viejo pordiosero con una vida de novela que en realidad es un delincuente…
Es que este primer cuento de La noche y yo tiene algo de sueño febril. Hoy en una entrevista en la radio me hablaban de que era una especie de viaje al estilo de la Odisea. Me gusta pensarlo así. Y la aventura de caminar es completa cuando encuentras personas o presencias perturbadoras.
Cuando ya llevaba avanzado este relato, comprendí que escribirlo era un modo de releer desde mis claves personales una novela preciosa de Tabucchi: Réquiem. Allí un personaje es invitado por un fantasma a una reunión en una Lisboa aplastada por el verano, y de ese modo el personaje se encuentra con los fantasmas más importantes de su vida. Ese modelo estaba allí. Y yo puse a mi personaje a encontrarse con “presencias” fundamentales de su memoria. Figuras que quedaron en el pasado pero que esa noche reaparecen para acompañarlo y orientarlo en ese paseo mágico con el que él intenta acercarse a una amiga que esa tarde ha desaparecido de su vida.
¿Cuáles son los aspectos típicamente caraqueños que quiso subrayar en El Círculo de Ainhoa?
Algo maravilloso de ciudades como Caracas o Madrid es que cada una de ellas funciona como una ciudad que alberga muchas otras ciudades dentro de ella. Caracas es superposición de capas, en ella convive una Caracas rural que se oye en los ranchitos donde cantan los gallos, con esa Caracas de rascacielos donde se hacen negocios millonarios. Sólo te pongo ese ejemplo, porque la ciudad múltiple que conocí, quizá se ha transformado para mal en estos años, con discursos que desde el poder intentan unificarla, aplanarla, convertirla en un inmenso cuartel rendido a las glorias de esa silueta siniestra que llaman “El comandante Eterno”. Pero la Caracas que vive en mí es el sitio donde podías escuchar a unos señores en una plaza hablando siciliano, mientras jugaban dominó y bebían cerveza Polar, a la vez que unos Hare Krishnas cantaban y tocaban tambores.
Así que los aspectos típicamente caraqueños no sé si existan. Y no sé si es necesario que existan. Caracas es una ciudad costera que no tiene playa, es una ciudad andina que no está en Los Andes, es una ciudad europea que está muy lejos de Europa, es una ciudad gringa que no se encuentra en Estados Unidos. Caracas es todo eso y su lenguaje es la mezcla de esa totalidad.
En este cuento los sentidos y las sensaciones son particularmente relevantes ¿Ambos elementos están presentes en toda su obra literaria?
En mis narraciones se piensa, sí, pero sobre todo se refleja una sensorialidad algo alterada. Me gusta que los personajes experimenten la realidad como una inagotable sensación de sabores, olores, tacto, sonidos, imágenes; mejor si son percepciones inesperadas, pero desde luego, me encanta que esos seres que aparecen en mis narraciones sientan el mundo.
Leía en Rafael Cadenas como él habla de que la búsqueda de cierta trascendencia, de cierta conexión con lo sagrado, debe tener como sentido no el acceso a otro mundo, sino una reafirmación más plena de este universo que nos ha tocado. Me interesa eso, estar en el mundo de una manera más plena; una especie de espiritualidad que desemboque en lo carnal.
De todos modos, eso es lo que creo en este momento de mi vida. Hace un tiempo leía con deleite una novela de Andrés Neuman y comprobaba maravillado como él enlaza una serie de imágenes surrealistas en una historia ubicada en el XIX. Qué juego más hermoso, pensé. Y luego he estado leyendo a Alejandro Zambra y me maravilla su despojamiento, la musculatura de sus frases y de su lirismo, tan seco, tan exacto. Te hablo en concreto de dos autores más jóvenes que yo; porque el escritor que imagina que con él ha acabado la literatura está destruido. Hay tanto que aprender. Hay tanto que desaprender.
¿Qué puede destacar de los protagonistas de este relato tan intenso de apenas 51 páginas?
Creo que eso lo dejaría a los lectores. Sí te diría que la narrativa que me interesa escribir es aquella que gira alrededor de un personaje poderoso, intenso, hondo. Todo lo demás: lenguaje, estructura, anécdota, para mí viene dado por el hallazgo de un personaje especial. Ojalá este relato y los otros dos, causen esa impresión en quienes los lean.
Xibanya.
Es un cuento aparentemente simple porque trata de la vida de un hombre común pero la historia se complica cuando usted, su autor, decide profundizar en el carácter de los personajes y también en las relaciones sentimentales que ellos establecen y en su vida. ¿Podría referir los aspectos trascendentes de este cuento?
Mira, con Xibanya tuve como reto principal contar una vida a través de los cinco libros preferidos de un personaje. Se trata de alguien que va a morir en cinco segundos y en ese brevísimo tiempo un trozo importante de su existencia pasa frente a sus ojos, pero transformado por sus lecturas de Bryce Echenique, José Balza, Hemingway, Cortázar y Manuel Puig. Es decir, él recuerda lo vivido, pero se le entremezcla con lo leído.
Me hacía ilusión escribir esta historia porque además intenté que dentro de ella hubiese mudanza de estilos y de estructuras que evocasen a los cinco autores que el personaje tiene como fundamentales.
Así, Xibanya es un cuento que va de lo trágico, a los humorístico, a lo folletinesco, a lo mítico. Un poco el viaje que puede hacer un lector al pasear por los distintos mundos que le proponen sus autores, sus libros amados.
La noche y yo.
¿Le resultó difícil describir cómo piensa, siente, actúa y habla una mujer en la víspera de su boda en el relato La noche y yo?
Crecí rodeado y protegido por mujeres. Lo he dicho en otras oportunidades, pero durante mi infancia en alguna ocasión llegué a contar veintidós mujeres a mi alrededor: mi madre, mis tías, mis primas. Era un universo maravilloso, fascinante, en la que ellas hablaban de sus vidas con absoluta naturalidad y yo era el único testigo de sus dolores, de sus dudas, de sus anhelos en ese momento.
Eso quizá me ha dado cierto oído para intentar que algunos de mis cuentos tengan una voz femenina.
De todos modos, creo que una simplificación absurda en la que caímos los hombres durante mucho tiempo era pensar: las mujeres son así, las mujeres hacen esto, las mujeres se comportan de esta manera. Sospecho que hay tantas formas de ser mujer como mujeres hay en el mundo, y tantas formas de ser hombre como hombres hay en el mundo.
Quizá me equivoque. Escribir es apostar al error.
En todo caso, buena parte de las historias contenidas en este relato me las han contado mujeres, son cosas expresadas a veces con sus expresiones casi exactas.
Pero te asomo también una explicación literaria para estas tentativas de mis libros. Una de las novelas que más he disfrutado en la vida es Ifigenia, de Teresa de la Parra. Qué delicia de libro, qué fulgor, qué inteligencia. Mientras muchos escritores venezolanos de la época estaban haciendo libros para explicarse la identidad nacional o los tipos de flores andinas, Teresa de la Parra estaba construyendo una novela espléndida, lúcida, irónica, devastadora.
Quizá lo que intento cuando escribo desde estas voces femeninas es dialogar con ese libro que amo tanto.
Este cuento retrata las vicisitudes de un grupo de personajes que pertenecen a la clase alta. ¿Por qué los eligió?
Me aburren los autores que cuentan siempre la misma historia en los mismos ambientes.
En este caso concreto, las situaciones vitales que yo quería describir le venían mejor a una mujer adinerada. Su miedo a la vida no es el miedo que tenemos el común de los mortales, que cada vez que nos acercamos a un cajero lo hacemos con el terror de no conseguir nada en nuestra cuenta.
Es un miedo de otro tipo, es un miedo a la noche, a sí misma, a la soledad, a lo que puede tener el amor como monstruo devorador de la identidad personal.
Supuse que alguien con sus economías saneadas, podía experimentar un terror especial a la existencia, al reconocer en sí misma una fragilidad que no lograba resolver con viajes, paseos costosos, buenos restaurantes.
Pero como digo siempre, muchas de las reflexiones posteriores a un libro no sé si realmente lo expliquen. Porque en mí el impulso al escribir esta historia era febril; así que no recuerdo si en ese momento me detuve a pensar en cosas como las que te comento ahora.
Cuando escribes, construyes universos con esa especie de arbitrariedad que tienen tus pensamientos cuando te estás quedando dormido y te mueves en un territorio intermedio entre el sueño y la vigilia.
Llama a la atención el manejo que hace de las letras. Por ejemplo, emplea la letra minúscula para escribir ciudades y nombres propios o comienza un párrafo con una coma.
A estas alturas, nunca utilizo nada de manera gratuita.
Cuando se comienza a escribir hay dos cosas que solemos hacer todos los autores. Insultar a escritores con más obra para que la gente nos preste atención, y atiborrar lo que escribimos con toda la técnica que hemos aprendido.
Sobre esto último, te digo que actualmente cuando utilizo un recurso lo hago con la finalidad de que produzca un efecto determinado. No es mi intención innovar. No sé si eso es posible o si está al alcance de mis fuerzas.
El asunto es que quiero decir algo de un modo personal. Y en este cuento eliminé signos de puntuación como el punto porque sentía que no reflejaban la corriente de pensamiento que se produce durante el insomnio. Del mismo modo, utilicé una especie de doble coma, porque de esa manera creaba una impresión de pausas que no llegaban a serlo del todo. Pero debo decirte que hace poco en una entrevista me dijeron algo que me gustó mucho; esa puntuación da la impresión de que hay una parte del texto que se ha omitido, que sólo asistimos a lo más musculoso de la reflexión de esa mujer que la noche antes de casarse tiene un insomnio feroz y está recordando sus amantes y sus lecturas.
Otro aspecto llamativo es dado por las citas de otros autores como Octavio Paz y las metáforas que usted creó para este cuento; por ejemplo: …“la mañana que le baila en los ojos”… y …“ el suelo que le baila en los zapatos”…
Mira, no me había percatado de esa metáforas bailables y bailadas. Bailar es en mí una gran nostalgia por lo que nunca fue. Logro llevar el ritmo con corrección, pero sin gracia, y crecí en una zona de Caracas donde las personas bailan como dioses. Supongo que trato de compensar en lo escrito lo que no me han regalado mis pies. Este año, por cierto, aparecerá en Venezuela una novelita corta titulada: Veinte merengues de amor y una bachata desesperada. Me la publica Madera fina y transcurre entera en una fiesta donde sólo se están bailando merengues y bachatas de los años ochenta y noventa.
En todo caso, volviendo a La noche y yo, te diría que en general es un libro donde los personajes se alimentan de sus lecturas. En este último cuento hay trozos en los que la protagonista habla con palabras propias mezcladas con Roland Barthes, y hasta se mofa de eso, porque el personaje comprende que en el insomnio nuestras palabras son nuestras, pero también las palabras de los otros nos pertenecen durante unas horas.
Y es que finalmente el insomnio es un estallido de lenguaje.
En tercer lugar está el estilo catarsis que empleó en “La noche y yo”, que estuvo en boga hace décadas y parecía olvidado.
Porque así es la mente de la persona que no puede dormir. Una continuidad febril, un exceso, un no parar.