Caracas revive la diversidad de la tradición venezolana
Con la migración del campo a la ciudad, la capital se nutrió de las manifestaciones religiosas de los pueblos

Caracas esta próxima a cumplir 450 años desde su fundación en 1567. Durante todo ese tiempo pasó de ser una ciudad que se organizó en cuadrícula para mantener el control de la población, a un centro de concreto rodeado de un cinturón de ladrillos y zinc.
Desde los primeros años, las tradiciones, relacionadas al catolicismo, cobraron gran importancia entre sus pobladores. De esta manera la Semana Santa y el Carnaval fueron las festividades más esperadas. Sin embargo, una vez que se inicia el proceso migratorio del campo a la ciudad, Caracas se enriquece con las manifestaciones de los pueblos del interior del país que cantan y bailan a sus santos.
Así es como los que habitan en la capital comienzan a conocer, de la mano de sus cultores originarios, los velorios de la Cruz de Mayo, los tambores de San Benito, los Diablos Danzantes, el Tamunangue, la Paradura del Niño, los cantos a San Juan y a San Pedro, entre los más destacados.
Caracas no es solo Caracas

La Fundación Bigott organizó la charla “Los santos viajan a Caracas” en ocasión del aniversario de la ciudad. Jhonny Castillo, Cecilia Fuentes y José Pérez fueron los ponentes que compartieron sus conocimientos sobre las distintas manifestaciones artísticas que se han desarrollado en la capital, bien sean propias o traídas del interior.
Fuentes, investigadora en la materia, explica que la primera celebración que se abogó al rescate de las manifestaciones tradicionales fue La Fiesta de la Tradición. Durante este evento los asistentes tenían la posibilidad de pasearse por diversas interpretaciones del folclor nacional que, de otra manera, no hubieran podido conocer en un mismo espacio.
Luego, los años 50 representan la época de las migraciones. No solo tiene lugar el éxodo del campo a la ciudad sino que inmigrantes españoles, italianos y portugueses llegan a Venezuela huyendo de la guerra en sus países. Su acervo cultural también nutrirá el espectro de tradiciones que se comienzan a desarrollar en Caracas.
El madero florido

Cuando José Pérez se mudó del caserío a las afueras de Barquisimeto en el que vivía para la capital, lo que más le impresionó fue ver que los cantos a la Cruz de Mayo eran entonados por la Billo’s Caracas Boys y tenían una connotación más recreativa que religiosa. Tiempo después entendió que las tradiciones cambian su significado a medida que cambian de residencia. Sin embargo, se dedicó a enseñar durante 20 años cómo se hacían las ceremonias tradicionalmente.
Los velorios de la Cruz de Mayo son manifestaciones religiosas que rinden culto al madero en el que murió Jesús y preceden a la época de lluvia. Con cantos y rezos se le canta a la naturaleza para que la tierra, los mares y los ríos bendigan la cosecha que está por venir. La evolución de esta costumbre ha llevado a considerarla como una forma de protección durante todo el año.
Los cantos que la acompañan suelen ser acordes a las manifestaciones musicales de cada región, como los galerones, puntos, llanos, fulías, malagueñas romances y tonos. Los decimistas son los encargados de recitarle a la cruz con estrofas de 10 versos octosílabos llamados décimas. Pérez considera que la aceptación de la música venezolana en la capital también influyó en la revalorización de las tradiciones del interior del país.
Con sones, salve y garrote

Otra manifestación religiosa es el Tamunangue, se hace en honor a San Antonio de Padua y es tradicional del estado Lara. Se presume que es resultado de la unión de cuatro culturas: la indígena, la española, la africana y la cultura precolombina Chibcha. Pertenece a las celebraciones del solsticio de verano y es una de las más antiguas instauradas durante el período colonial.
Como toda fiesta religiosa, tiene sus ritos a cumplir y cada localidad establece sus rasgos particulares. En la víspera del 13 de junio se celebra la Cantauría de velorio cuyo fin es el pago de promesas hechas al santo. Para ello se instala un altar adornado con palmas y flores en una mesa sobre la cual se coloca la imagen de San Antonio. Ante los símbolos se recitan oraciones y se cantan tonos o décimas que expresan la gratitud antes los favores recibidos.
José Pérez también es tamunanguero por tradición, forma parte del grupo folclórico Alma de Lara y en Distrito Capital es fundador de la Sociedad de amigos tamunangueros. Confiesa que cuando llegó a la capital se sentía como un “bicho raro” y le avergonzaba admitir su trayectoria dentro de esta manifestación. Luego, decidió enseñarle a la población los conocimientos de su tierra.
“El día de San Antonio, se le prepara una misa al santo, luego se realiza la procesión o La Batalla, donde dos personas con garrotes realizan una danza ritual. A continuación se procede a cantar los siete sones: La Bella, La Juruminga, El Poco a Poco, El Yiyivamos, La Perrendenga, El Galerón, y El Seis Figurea’o”, explica. El acto litúrgico finaliza con el canto del salve por los músicos y cantadores.
Pagar promesa con el rostro negro carbón

En las ciudades mirandinas de Guarenas y Guatire, la celebración a San Pedro es conocida. Se realiza el 29 de junio para honrar al santo y pagar promesas. La voz popular sostiene que durante la época de la Colonia, una esclava llamada María Ignacia le pidió a San Pedro que curara a su hija que estaba muy enferma, a cambio le ofreció rendirle tributo cada 29 de junio. La niña mejoró y, luego de varios años de pagar promesa, María Ignacia murió dejando la tradición en el pueblo.
En la víspera los sanpedreños se reúnen para pulir cada detalle. Deben revisar las levitas y los sombreros pumpás, arreglar a la muñeca Rosa Ignacia, armar el altar, preparar el negro-humo y hacer la comida y bebida para la noche del velorio. Los cantos comienzan desde la noche del 28 mientras alguna pareja baila en el centro de la rueda, todos aguardan por la parranda del día siguiente.
Después de la misa, durante todo el recorrido, el cargador pasea al santo y se encarga de portar la imagen. Con él va el banderero, sanpredeño que encabeza la procesión y guía, con una bandera compuesta de un triangulo rojo y amarillo, al resto de la parranda. También están los tucusitos que van siempre al lado de María Ignacia, quien es un hombre vestido de mujer en representación del esposo luego de que decidiera pagar la promesa iniciada por ella.
Ahí vienen los Diablos

Entre las tradiciones centenarias más importantes de Venezuela, están Los Diablos Danzantes del Corpus Christi, declarados en 2012 por la Unesco, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Esta manifestación se vive en 11 poblaciones del país y cada una de las cofradías se caracteriza por tener un estilo particular.
Yare por el estado Miranda; Naiguatá por Vargas; Ocumare de la Costa, Chuao, Turiamo, Cuyagua y Cata por Aragua; Patanemo y San Millán por Carabobo; Tinaquillo por Cojedes; y San Rafael de Orituco por Guárico son los poblados a los que llegan los diablos en sus distintas expresiones. Cada cofradía usa máscaras distintas, con colores diferentes y adapta los rituales a la zona en la que se desarrollan. Todos tienen lugar en torno al día de Corpus Christi.