Carta de un escritor al diablo
Una nota sobre: "Cartas de amor a Stalin" de Juan Mayorga, 1999

En la Rusia comunista de Stalin (1920-1950) hizo vida artística el escritor Mijaíl Bulgákov. Durante años fue silenciado por estar en contra de la situación política que atravesaba su país y, sobre todo, por reflejarlo en sus obras. El letrado intentó hacer llegar sus reclamos de diversas maneras, mientras que los medios lo acusaban de ser demasiado “anti-soviético”. Un día le escribió una carta al camarada Stalin para solicitarle permiso para emigrar de la Unión Soviética. Sorpresivamente, éste lo llamó por teléfono para responderle.
Bulgákov termina trabajando en Moscú, en el Teatro de la juventud obrera (gracias a los pedidos del propio Stalin) y en el Teatro de Arte. Allí se rige por la figura de su fundador y teórico teatral Konstantín Stanislavski.
Enmarcado en este incidente real, el dramaturgo español Juan Mayorga escribe sus Cartas de amor a Stalin, construye una historia donde la libertad es tema de fondo y convierte a Bulgákov en la imagen de un grito histórico.
Por un lado, esta obra nos recuerda que los artistas silenciados son un mal indicio de que la estructura social está siendo modificada, que derechos como la libertad de expresión, son anulados. Sin ir muy lejos, en Venezuela, la censura se practica a través de cierres de canales de comunicación, medios impresos y radiales. Así mismo, el control de cambio ha mermado la exportación de nuevos libros e incluso ha obligado a librerías a cerrar sus puertas. Es un cerco cultural.

El propio comportamiento de Bulgákov resulta una paradoja en sí misma, pues mientras intenta hacer valer su derecho a pertenecer, a quedarse, a no abandonar, culmina por ser arrastrado y domesticado. Más triste aún, es vejado y sus contemporáneos y colegas le dan la espalda. Utilizan esa maquinaria anulativa que es, en este caso, el comunismo, sus sirvientes y derivados.
La historia de Bulgákov nos recuerda que el camino de la búsqueda del derecho por la dignidad es tortuoso y tormentoso. En medio de ideas que supuestamente están ahí para ser puestas sobre el tapete de la palabra utopía libertad.
La anécdota del escritor que no quería ser silenciado, es la historia del artista que quiere aferrarse a su gentilicio a pesar de que otros no se lo permiten. El artista que lucha por ser tomado en cuenta, para no terminar siendo una nota al Pie de página, una condena histórica, donde la muerte del autor (como la proclamaba Barthes) es aún más cruel y lapidaria, pues si un escritor no pertenece a ninguna parte; solo a su escritura, y además se ve cercado en su acto creativo, ya ni siquiera se puede proclamar su muerte, porque no ha existido autor posible.
¿Qué es un escritor? Luis Yslas, en su libro de aforismos (A la brevedad posible, 2015), dice que “escribir es decirle adiós a esa voz que huye en busca de un lugar menos callado”. Quizá, en ese sentido, un escritor también es una especie de fantasma que necesita de los vivos, para hacer eco en ese lugar donde la escritura no ha desembocado.
Para Bulgákov, salir de su Ucrania natal, que entonces formaba parte del imperio ruso, conlleva un tipo de muerte espiritual. Su necesidad se ve precedida por su anulación como artista, por un estado que no le permite visibilizarse. Ha sido condenado al olvido.
Pero la necesidad de Bulgákov por levantar su voz se torna turbulenta, necesita ser representado, no ser su único lector. Y el mal se aprovecha de ello.
La imagen del mal, Stalin, está representada por Mayorga, pero no uno cualquiera, el propio autor aclara que es El Diablo en sí mismo. Luego veremos que la metáfora transciende al descubrir que es una proyección mental del propio Bulgákov, una nacida de su delirio y frustración.
En la puesta en escena, Bulgákov, interpretado por Juvel Vielma, que también funge como director de la pieza, queda presa de la frustración porque la llamada que recibe de Stalin, no se concreta. Antes de poder concertar un encuentro para conversar su situación, la llamada se cae, y Bulgákov no logra conciliar su deseo de haber concretado ese encuentro. Mientras, su mujer; Bulgákova, en la piel de la actriz Martha Estrada, busca alternativas para partir de Rusia, en medio del laberinto mental que su atormentado esposo atraviesa.

En la propuesta, la locura de Bulgákov se sobreexcede en las palabras de Vielma, el viaje hacía el infierno se asume sin instrucciones, y cuando Stalin, llevado de la mano por Wilftredo Cisneros, se asoma por primera vez a la ventana, el distanciamiento entre alucinación y realidad deja de estar presente, lo que finalmente no termina por guiar al espectador a esa zozobra nacida a través de la indignación. Bulgákov, pues, enloquece drásticamente, y no vemos su transformación, pero sí su profunda tristeza. Una que como espectadores ya cargamos a cuesta, y que el pasado y el teatro se encargan constantemente de advertirnos.
En Cartas de amor a Stalin, pareciera se perfilara el destino intelectual de nuestro país. Inundan las redes sociales las misivas abiertas a nuestros mandatarios. Ya se sabe que el epistolar ha sido uno de los géneros reavivados en estos tiempos de “revolución”. Es una señal de nuestro afán por seguir siendo escuchados, a pesar que durante años seguimos sin respuestas, ya no tanto de lideres ausentes, sino de promotores del olvido.
Cartas de amor a Stalin se presenta en el teatro del Trasnocho Cultural todos los jueves a las 7:00 p.m.











