El cine, ese terco moribundo
Grandes del cine como Martin Scorsese y Ridley Scott anuncian el crepúsculo del arte al que consagraron sus vidas. Pero, hasta ahora la criatura sigue viva

La noticia tarda en llegar, sobre todo, a un país como Venezuela o cualquiera más al Sur del Equinoccio, en América y Asía, solo por mencionar. “El cine ha muerto”, titulan algunos lo que ya no es primicia; desde 2016, más o menos, un puñado de luminarias de la gran industria estadounidense se esmera en el obituario. A ver a cuál de ellos resulta la esquela de mejor sublimada épica.
“Movies are dead”, anunció en 2017 Martin Scorsese, cual vocero designado por la familia del difunto. Al castellano, la luctuosa declaración traduce: “Las películas han muerto”. Pero la lengua que estas líneas procuran acostumbra a sus hablantes a “ir al cine”, mientras los angloparlantes prefieren el sintagma: “Let’s go to the movies”. Así que nosotros vamos al cine, mientras ellos van literalmente “a las películas”. El asunto de la semántica de una y otra lengua viene a cuento a la hora de preguntarse ¿qué ha muerto?, el cine o las películas. Para el hispanohablante acaso sea indiferente.
Pero, Scorsese, triste pese a que sigue haciendo películas, se demora en la faena de cincelar el epitafio: “La sala siempre estará ahí para la experiencia comunal (del cine), no hay duda. Pero, ¿Qué clase de experiencia? ¿Será la de una película como parque de atracciones (theme park)?
En las cinematografías llamadas emergentes y/o periféricas, valga decir, una industria pequeña como la venezolana o más o menos consolidada como la argentina o, también, una poderosa, con su “edad dorada” incluida, como la mexicana, indistintamente de su antigüedad y tradición que la llevan tan larga como la de Estados Unidos y Europa, el asunto que tanto atormenta a los sospechosos habituales del Oscar, no parece tener cabida. ¿Quién en una industria acosada por la inestabilidad como particularmente es la de Venezuela, hasta ahora tributaria del Estado, puede claudicar en semejante existencialismo? ¿Cómo declarar muerto lo que no termina de nacer, crecer o al menos florecer y madurar? ¿Sería como una muerte anticipada o contra natura?
No solo Scorsese, uno de los ilustres creadores del llamado en su momento “Nuevo Hollywood”, manifiesta el luto. Otro gran maestro, el inglés Ridley Scott no duda la sentencia: “El cine (actualmente) es bastante malo”.

Lamenta el director de Alien (1979) y Blade Runner (1982), el predominio del género de súper héroes: “Me han pedido hacer alguna película de súper héroes, pero no quiero (…) No puedo creer en la tensa y frágil cuerda de la irrealidad del súper héroe”.
Scorsese cumplió 76 años y Scott 81. De modo que el tiro de cámara de ellos sobre la industria es un picado a una inclinada ladera por la que suben afanosamente los bárbaros para asaltar el Parnaso que tan merecidamente ocupan los añosos creadores. Paradójicamente, Stan Lee, artífice del señorío de Marvel y el género de súper héroe, murió el año pasado a los 95 años; edad suficiente para ahijar a Scott y Scorsese.
Scorsese, no obstante, pone el foco crítico en lo cierto del fenómeno: la proliferación de la imagen en pantallas y dispositivos móviles en manos de miles de millones de usuarios confina, si no descarta, la experiencia cinemática genuina: “Lamentablemente, las últimas generaciones no saben cuán importante fue”, dice para culminar con un desdén a la “superficialidad tecnológica”.
Personalidades de generaciones más recientes dentro de una industria que no es una sola y absoluta, como el guionista devenido director, Charlie Kaufman, manifiestan cierta nostalgia también; un espíritu crepuscular.
Hubo tiempos en los que hacer cine era divertido. Se trata de la experiencia del set; el pequeño templo al que acude el equipo, crew, el ágape de iniciados en el proceso de hechura de una pieza cinemática. Sea eso lo que la “superficialidad tecnológica” está reduciendo a la mínima necesidad. Eso del lado de los que hacían y hacen cine como el de Scorsese. Del lado del espectador, se pierde la experiencia intransferible de la sala oscura.
Hubo un tiempo en que todos los valores expresivos y propiamente técnicos se orientaban solo al arrobo estético del espectador en la sala oscura. Eso es lo que los guardianes de la galaxia, esa del cine “de todos los tiempos” que floreció en el siglo XX, temen se desvanezca en el ruido digital.