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El Reverón de Rísquez tiene a Goya y Velásquez flotando en la retina

En " Reverón", Rísquez se adhiere al pintor para percibir un mundo particular

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Ranking: 9/10

Con la muerte de Diego Rísquez, un duro golpe para la cinematografía nacional, se aviva la necesidad de regresar a la obra de este creador distinto, pero indispensable de nuestro país. En un panorama que a veces no nos parece lo suficientemente diverso en historias y géneros, ver la película “Reverón” es reafirmar el abanico de posibilidades visuales y narrativas del cine nacional.

Volver a ver  la cinta Reverón, a pesar que las razones para esa decisión no sean del todo gratas, resultó todo un placer visual, auditivo y sensorial. Solo con esas primeras tomas iluminadas con la bella y poderosa luz de la costa venezolana y escuchar el ritmo de esos tambores carnavalescos, alegres y etéreos dan esa sensación de estar entrando en la percepción de una realidad particular, amable, caótica y feliz de un alma sensible y creativa, sensación que no te abandona en el resto del filme. Porque si algo tiene Reverón, como pieza cinematográfica, es la intencionalidad de no ser el típico biopic que recoge el transitar de una vida, o una parte específica de la biografía del enigmático pintor; sino que busca adentrarse en su psique, en el mundo particular que se construyó, y hacer un reflejo lo más fiel posible de la percepción del artista. Nos encontramos ante una historia de amor, un encuentro romántico de dos personajes particulares: Juanita y Armando, dos almas libres, inocentes y atormentadas a su propia manera, que tuvieron la suerte de encontrarse y no tener miedo de unir sus vidas, para formar un núcleo y un universo que cambiaría la historia de las bellas artes. Cabe preguntarse ¿sin la protección y cuidado de Juanita, Reverón hubiera podido permanecer protegido de la pacata sociedad caraqueña por tanto tiempo? ¿Sin el alma sensible de Reverón, Juanita hubiera llegado a satisfacer su vida deseosa de juegos y arte? ¿Hubieran podido ser uno sin el otro? Pero como ellos ya no están aquí son preguntas que quedarán sin respuesta.

Tanto la pintura de Reverón como la luz que marcó la obra de este pintor, son elementos que están presentes desde los inicios artísticos del director Diego Rísquez. A ambos temas le dedica su cuarto cortometraje A propósito de la luz tropical y esta obsesión se hace evidente en el cuidado y amor puesto en cada fotograma, en cada frase del guión y en la selección del equipo técnico y el elenco que pusieron alma y corazón para la realización de esta película. Mientras la ves, percibes que, más allá de las pretensiones artísticas, está el encuentro y el reconocimiento de dos almas creadoras sensibles: la de Diego Rísquez y la de Armando Reverón. Sus visiones del universo se compenetran en un solo discurso.

Esta película nos permite conocer a un pintor que va más allá del epíteto el “loco de Macuto”, como fue conocido en su época y que ha transcendido hasta la nuestra. Configura una intimidad plagada de los tormentos a los que está atada toda persona ligada a la creación artística, pero sin hacer hincapié o explotación sobre ellos. Era un hombre que sufría, pero que también se divertía a costa de la extrañeza que despertaba en aquellos que tuvieron la suerte de conocerlo. Su locura es tratada con respeto y su tormento nos genera dolor sin caer en el melodrama. Su amor nos enternece, su mundo nos subyuga y maravilla, y su sensibilidad, su amistad y su dulzura nos tocan al nivel de las lágrimas. El director no nos ahorra el triste final del artista, lejos de su castillete y su Juanita, por culpa de una sociedad que no lo entendía.

Con la película Reverón, a mi parecer, Diego Rísquez logra unificar perfectamente su experiencia dentro del cine experimental, su búsqueda pictórica dentro del elemento fílmico y la amabilidad de la narrativa cinematográfica más tradicional. Esta obra es quizás uno de los más hermosos logros de la cinematografía nacional y no debería pasar al olvido.