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El revés de la identidad

La editorial venezolana de Bernardo Infante Daboín tuvo a bien publicar los Poemas selectos de José Luís Peixoto, un escritor portugués relevante cuando sus libros se traducen a 26 idiomas y suma premios literarios sin contar a sus admiradores en todo el mundo

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Desde que Arthur Rimbaud entró intempestivamente en la poesía moderna, el mandato del bardo ha sido la indagación en lo desconocido. Con su afamada Carta del vidente, sentaba las bases para construir una poética cuyo objetivo primordial era romper con la realidad racional con la que lidiamos a diario y abismarnos a la deformación sistemática de los sentidos. Se dejaban las correspondencias inmediatas con nuestra cotidianidad para sumergirnos en una surrealidad autónoma donde el lector perseguía el mensaje profundo del poema. La lógica del absurdo y de lo irreal cobraba una importancia inusitada en libros como Una temporada en el infierno o Los cantos de Maldoror.

Esta ruptura agresiva se convirtió en reflexión en torno a la identidad gracias a Pierre Reverdy. Ya asentada la emoción de la primera búsqueda e intentando puntualizar los hallazgos de los adelantados del siglo XIX, ese autor francés intentaría describir la premisa sobre la que trabaja el poeta: abismarse a las profundidades del inconsciente para extraer un par de claves en torno a la existencia y luego cifrarlas en imágenes que comunicaría a sus lectores. Tal es la claridad de estas palabras que Esa emoción llamada poesía es casi un texto programático para entender la lírica del siglo XX y, en buena medida, la del XXI.

La argumentación precedente pareciera quitarle el piso al trabajo de José Luís Peixoto, al menos por lo que podemos leer en la selección traducida por Ana Lucía De Bastos Herrera y publicada por bid&co.editor. Al contrario de lo postulado por los creadores franceses, Explicación de la eternidad es una muestra que expone lo conocido, incluso lo aparentemente anodino. Una mitología privada. La búsqueda que guía las líneas de Peixoto registra la cotidianidad de un individuo que se detiene en sus aspectos mundanos:

 

… yo soy la cama donde me acuesto, todas las noches diferente,

yo soy la sonrisa estridente de los pájaros en el cielo todo,

yo soy el mar, el océano viejo abriendo la boca en una

gruta que asusta los niños y los hombres que conocen

el mundo…

 

¿Cómo compaginamos estas imágenes con la obsesión por lo incógnito? ¿Peixoto traiciona el mandato dejado por Rimbaud? Antes de dar una respuesta debemos meditar con cuidado el sentido de la lírica. Si bien parece dejar de lado la premisa señalada, cumple con la exigencia anotada por Octavio Paz en El arco y la lira: «La imagen es cifra de la condición humana». ¿De qué otro modo podríamos comprender los poemas de Explicación de la eternidad? La búsqueda que se resume en esta oportuna selección, nos expone a un hombre que intenta transmitir su universo personal:

 

… cuando nací. esperaba que la vida.

me trajese. la tierra. cuando nací.

esperaba que la vida. me trajese.

los árboles. y los pájaros. y los niños.

 

Por supuesto, como siempre ocurre cuando abordamos un escritor consciente de su labor, ratificamos con su “Arte poética” que esto no es obra de la casualidad:

 

… el poema soy yo, mis manos en tu cabello,

el poema es mi rostro, que no veo, y que existe porque me

miras, el poema es tu rostro, yo, yo no sé escribir la

palabra poema, yo, yo solo sé escribir su sentido.

 

En este libro, el lector hallará una voz que se construye a sí misma en sus detalles nimios. Esas costumbres que nos parecen prescindibles y que, sin embargo, nos constituyen como seres humanos. A fin de cuentas, para parafrasear a Juan Sánchez Peláez, somos animales de costumbre y allí escarbamos nuestra esencia. Esos detalles captados al paso son las claves para la identificación. Opuesto a las grandes parafernalias del nacionalismo, Peixoto reconoce que nuestra casa está en las particularidades donde encontramos espejos inesperados. Allí la voz poética descubre su representación y busca moldearla con persistencia.

Sin embargo, esos espejos nos reflejan y nos deforman al mismo tiempo. La imagen proyectada en el cristal no es la nuestra, sino su inversión. Aunque buscamos vernos allí, es imposible ignorar que hay una alteración sutil pero significativa. Nuestros ojos no son exactamente nuestros ojos. No podemos aceptar esta imagen como una fiel copia y, sin embargo, es lo más cerca que estaremos de aquella que ofrecemos a los demás. La identidad siempre es doble: la que nosotros construimos y la que los demás perciben. Quizás aquí está el origen de nuestra enajenación.

José Luís Peixoto se muestra consciente de ello:

 

cuando nací. tenía el mundo. Todo.

después de los ojos. después de los dedos.

y no entendí. no entendí. nada.

nunca imaginé. cuando nací. que la vida.

cuando nací. ya era la oscuridad. la oscuridad.

en que estaba. cuando nací.

En aquello que nos es más conocido, aquello que se cifra en las arrugas de nuestro rostro o las líneas de la palma de nuestra mano, persiste lo incógnito. Lo desconocido nos acompaña a diario. Es un fantasma que nos persigue y tiene nuestras facciones. La clave de la poética de este portugués está en saber cifrar este enigma en versos sencillos: «entre yo y mi silencio hay un / desorden de equívocos que no entiendo y no admito». Así los poemas que ahora presento están repletos de paradojas, una forma que pareciera resumir nuestra condición:

 

estoy acostado sobre mi ausencia

como podría estar acostado si existiese.

Mañana las olas me imitarán en la playa.

Nuestra ausencia ratifica nuestra existencia y el hecho de que tengamos una identidad confirma que nosotros somos nuestros primeros desconocidos. La vida, entonces, consiste en indagar en esas profundidades para hallar diferentes máscaras que nos revelan como otro. Baudelaire aseguraba que siempre se sentía mejor allá donde no se encontraba en ese momento. Esa línea comparte con las de Peixoto la noción de simultaneidad y complejidad que la modernidad trajo a nuestras vidas. Con esto, la paradoja se    ha erigido como una de las estrategias más oportunas para expresarnos. Lo que era un despropósito en la antigua Grecia se convierte en el único modo de dar forma a nuestro día a día. Kafka indaga en el sentido aterrador del absurdo, la risa negra que desmorona al individuo abismado a la burocracia de un mundo vacío. Pero Peixoto recupera su mundo familiar con ese mecanismo, habla de las pérdidas, de la muerte y de las distancias entre sus padres y hermanos, solo para cifrar la contradicción que vive a diario:

 

… cada uno de ellos

es un lugar vacío en esta mesa en donde

como solo. pero van a estar siempre aquí.

a la hora de poner la mesa, seremos siempre cinco.

mientras uno de nosotros esté vivo, seremos

siempre cinco

 

Aquí hay un logro, un hallazgo. Una nueva vuelta de tuerca que descubre su asiento y su paz en la difícil enajenación que nos toca transitar. A fin de cuentas recuperamos a Rimbaud en una nueva paradoja: no hay que desprenderse de nuestro día a día para indagar en lo incógnito, basta con mirarse en un espejo. En ese no-conocimiento reside la irracionalidad de mi pertenencia.