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En torno a «Lugares comunes»

 Este grupo de relatos escritos entre 2017 y 2018 los sometí a consideración del Premio de Relato Corto “Isaac de Vega” 2018 que convoca la Fundación Cajacanarias en Santa Cruz de Tenerife. Resultó ganador. He aquí una breve reseña de su contenido y algunas inquietudes sobre el compromiso de la escritura

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Lo primero que debo señalar en torno al libro «Lugares comunes» es que la naturaleza de lo que uno escribe viene dictada por tres vías (al menos fue así en este caso): a) la condición del oficio del periodista; b) los afectos personales; c) el mirarse las propias limitaciones y anhelos en el espejo de la página en blanco.

En otras palabras, «Lugares comunes» es o ha sido una forma de atender los ruidosos latidos de la actualidad: cuando ella atosiga de forma espectacularmente dramática pero también abre posibilidades, quien lleva el oficio en las venas debe decir algo; no puede dejar pasar el momento. Y entonces se hace la tarea. La tarea no resulta en una opinión ni tampoco en un ensayo, no es un viaje onírico ni tampoco un intento soberbio de buscarle la metafísica a la noticia. Lo tomas todo, lo amasas en la cabeza y lo trabajas sin saber que lo estás trabajando. En algún momento te sientas ante la computadora y ahí viene la lucha denodada con la palabra. Hasta que te escuece el culo. Al final resultará un relato donde uno lo ha dejado todo, y todo lo que lleva a cuestas subyace allí de alguna manera.

El escritor no puede ni debe ser exhaustivo ni totalizador. Debe de dar, nada más, su versión de los hechos.

Son ocho relatos y se titulan «Yuri», «Mientras estabas en pausa», «Relato de veladas cicatrices nocturnas», «Un mediodía en la casa natal de Hemingway», «Extraña fruta», «Corriente de entusiasmo tan divina», «Lugares comunes» y «Los donceles del café Gijón».

Sebastián de la Nuez en su despacho. Foto La Provincia

CANCIONES DE SIEMPRE

Mi literatura resume mis valores y mis tormentos. Les pone rostro y sombras.

Claro que buscar un fundamento teórico al trabajo propio resulta forzado, lo siento como un ejercicio de onanismo. Un poco en balde. Lo cierto es que cada uno de estos textos lleva lo que lleva como anécdota pero en cada uno hay algo más que anécdota o hilo conductor. Lo que nunca quisiera que se derivase de uno de estos trabajos es “un mensaje”.

 

Deben pasar a manos de la gente, siempre es bienvenida la opinión que tenga a bien formular un lector conocido o, mejor, desconocido. Esas apreciaciones suelen conducir a lo que uno mismo no sabía que estuviese dentro del texto. Un buen lector es un lector independiente de todo esquema o teorización; un descubridor.

 

¿Cuál es el proceso para hacer relatos o escribir algo, en general, de ficción? Por lo general, se me aparece una idea como un tono. Un tono y un ritmo que viene después. Creo en esto: adquiere la energía musical sin tener conciencia. La música te entra por un oído y ni de broma te sale por el otro. NO. Se te queda ahí dando vueltas. Y se relaciona con la idea. Con lo que a uno le preocupa o motiva o le divierte.

 

No es que asocie una canción determinada a un cuento en desarrollo, no; eso sería como muy obvio. Puede suceder pero no es  a lo que me refiero. Lo que sucede es que música y creación musical para mí van de la mano. Le pongo un diapasón imaginario al párrafo a ver si funciona o no mientras pronuncio sus palabras (uno mueve los labios sin querer cuando escribe o cuando repasa lo que escribe).

 

Al final confío en que mis historias sean semejantes a melódicas baladas llenas de ritmo, color y sentimiento. Baladas, pero también puede haber un blues. O una discreta sinfonía.

 

Uno podría hablar de una estructura; de unas herramientas determinadas que significan una manera de echar cada cuento. En general, uno mete la mano en el saco de todo lo leído, escuchado, visto, padecido y sentido. Todo ello hace una masa informe. Arrancas pedazos de esa masa, como si fuera plastilina. Das forma al pedazo arrancado.