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Gabriel Payares : a la deriva

Con sus más recientes libros de cuentos , " Hotel" y " Lo irreparable", Payares reafirma su carácter de escritor intimista

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Óscar Marcano, en el 2012, escribió, para la revista Notas, que la narrativa venezolana de principios del siglo XXI estaba recreando la experiencia del claustro. Tales palabras dirigían el foco de atención hacia aquellos autores ya recopilados en diversas antologías y muestras que, si bien no concretaban una ruta definitiva para nuestras letras, develaban una nueva forma de producirlas y entenderlas: más allá de las narraciones sobre la crisis —política, económica, social—, cada vez era más frecuente hallar narraciones sobre lo íntimo, lo intrascendente, lo individual.

Dentro de este escenario, más sólido desde la pronunciación de Marcano, Gabriel Payares está consolidado como una voz discreta, pero constante. Ganador de varios premios, menciones y reconocimientos, sus veinticinco cuentos le han otorgado espacio en al menos seis recopilaciones del cuento venezolano propuestas como aproximaciones al canon contemporáneo. Aun cuando su trayectoria está formulada en apenas tres libros de relatos, su obra publicada revela un proceso por encontrar su manera de hacer literatura. Esta, lejos de servir como herramienta para definir la esencia y el color de un país herido por un pasado histórico latente, se convierte en un método para explorar las complejidades cotidianas, lo inasible de la vida, la soledad palpable del hombre, la belleza del instante y el dolor producto de su fugacidad.

El génesis de Payares fue Cuando bajaron las aguas, ganador del concurso de Autores Inéditos de Monte Ávila Editores (2008). El libro inicia con la narración de un mítico diluvio, el cual declara anticipadamente el elemento fundamental en la narrativa de su autor: el agua. Independiente de cualquier alusión simbólica tradicional, las formas del agua creadas por Payares representan la deriva porque su presencia —como la lluvia, la inundación o el mar— anuncia el momento tras la pérdida y el abandono.

En Cuando bajaron las aguas, la experiencia de la ausencia parte de la familia, por la muerte, el rechazo o la desaparición del padre (“Los herederos”, “Ícaro de papel (éxodo)” y “Cuando bajaron las aguas”) y por la incapacidad de asumir apropiadamente las expectativas de nuestra tradición (“Con miedo a los perros” y “Nota de suicidio #5”). Los personajes de estos relatos se resquebrajan ante el peso de las responsabilidades lo cual deviene en el fracaso de la herencia y en la vacuidad del pasado, es decir, en la disolución del origen que permite al individuo empezar a construirse ante los demás. La consecuencia inmediata de tal orfandad es la diáfana conciencia de un mundo desvanecido violentamente, la recreación de la incertidumbre.

Dicha conciencia se radicaliza en Hotel, cuya publicación define a la narrativa de Payares como nómada, pues el viaje actúa como eje central en los siete relatos que lo componen. Acometidos por el tedio, el hastío, la melancolía o el resentimiento —todos productos de la monotonía de la vida cotidiana—, las voces de Hotel aúllan silenciosamente mientras transitan de un lugar a otro buscando un puerto donde encallar. Nagasaki, Londres, Buenos Aires, la habitación de un hotel cualquiera, todos son destinos, espacios para explorar y hallarse. Por lo mismo, las narraciones de estos cuentos están signadas por la soledad; sus personajes son errantes perpetuos, cuyos intentos por labrar un encuentro fortuito y afortunado con el otro —incluso con ellos mismos—, concluye en un trágico naufragio.

En Hotel la contemplación es el estado vital: los personajes son simples turistas, ya sea de la vida propia o la ajena, que observan y admiran desde la

distancia, como si la comunicación, el entorno y quienes lo habitan, sobrevinieran con interferencias. Razón por la cual al posible —y anhelado— apego le sucede una misteriosa ruptura y el descubrimiento de la imposibilidad de estrechar y conservar vínculos. Lo último que le resta al individuo es la referencia de un momento, anclado al efecto de un detalle (una voz, una caricia, una mirada) reproducido difusamente a través del recuerdo.

Así, y a pesar de las reglas injustas, dolorosas o ilógicas pautadas por la vida, para los personajes lo perdurable es la conmoción producida por experiencias abruptas y amargas (como las relaciones amorosas en “Cuento-concierto (adagio pianissimo)” y “Réquiem en Buenos Aires”), inesperadas y sin sentido (“Sudestada” y “Epílogo: Londres, 1982”) e inefables y cautivadoras (“Nagasaki (en el corazón)” y “Hotel”).

La problemática final de Hotel es la incapacidad de arraigarse, fenómeno que se prologa en el último libro de Payares: Lo irreparable. Pero las consecuencias de semejante saber en el primero no trascienden la resignación, mientras que en el segundo la pasividad empieza a contaminarse con cierta rebeldía angustiosa proclive al fracaso. Este último libro, al reconocimiento de que cualquier empresa forja decepciones, asume la afirmación de que el hombre no puede, bajo ninguna circunstancia, revertir la mecánica de este ciclo mundano. El título —referente a una categoría de Giorgio Agamben— no podría ser más elocuente.

Lo irreparable propone una reconciliación con el tiempo. Los personajes de estos cuentos deben, aunque no les guste la idea, aceptar lo perecedero de las cosas porque su destino es desvanecerse; ante la muerte, la inocencia y la cordura (“Para Elisa” y “Siguiendo a Lisboa”), la juventud y el recuerdo (“Los payasos” y “El extranjero”), las certezas y la vida misma (“Las ballenas” y “La tregua”), nada representan. La ausencia ya no está identificada en una figura concreta (el padre, el amado), sino en abstracciones íntimas: falta el centro, un sentido para la existencia,

La belleza en la narrativa de Payares reside más allá de su prosa nítida, sencilla, fresca o sensible; ve luz por su capacidad de transcribir en el papel las grietas del caos cotidiano. Devela nuestras incompetencias, nuestras limitaciones, nuestras batallas insulsas por frenar el devenir de un mundo que continúa girando sin tomarnos en cuenta. Los veinticinco relatos, aglutinados en tres pequeños libros, verbalizan la aspiración más humana: ir tras el faro que nos guíe al puerto seguro, porque en el fondo somos el eco de una época plagada de inseguridades.