Inicio»Cine»Game is over

Game is over

Se acerca el final de la popular serie de HBO, Game of Thrones, y Roberto Renán analiza lo que fue la 7ma temporada

4
Compartido
Pinterest URL Google+

Escribir una historia es una operación más o menos sencilla, incluso esquemática, podría decirse: un personaje, en un mundo determinado, hace o se ve envuelto en algo; ¿a dónde lo lleva esto? o ¿cómo reacciona ante lo que le sucede? ¿consigue su objetivo? ¿se transforma por el camino?… y, sobre todo ¿tenemos un final a lo O. Henry? Ahora, ya escribir una buena historia es otra cosa; una historia que emocione, que haga pensar, que se quede latiendo dentro del lector una vez cerrado el libro… y de esas cada autor sólo lleva unas pocas dentro, y tienen más que ver con su sensibilidad artística que con fórmulas narrativas destiladas a través de milenios por el alambique de la cultura. Ahí está la obra de Chejov, que no repara demasiado, por cierto, en los elementos que empecé mencionando. Todo esto a cuento de que ya tiene fecha de estreno la última temporada de Game of Thrones (GoT en lo adelante) -14 de abril- y, los que hemos disfrutado de sus mejores momentos, la esperamos con cierta desazón; la desazón del recuerdo de la total chapuza guionística en que consistió la séptima.

En este momento se produce el siguiente diálogo en mi cabeza.

–Pero… ¿por qué eres tan duro duro? –ese es mi Super-Yo, por utilizar la terminología del austriaco– en definitivas se vendió por millones.

–También la Cocacola –replica mi Ello– y no por ello deja de ser agua con azúcar.

Pero aquí no estamos hablando de vender. De hecho, todavía está por verse si la calidad artística no es más un problema que otra cosa a la hora de vender. Woody Allen cuenta en algún sitio que, en cierta ocasión, le pidió a un productor diez millones de dólares para hacer una película, argumentando que de pronto se ganaba un Oscar, y que el productor le dijo que era demasiado riesgoso, que prefería invertir cien en una de acción. ¡Y miren que los productores saben de eso!

Acción sí; y no es acción lo que ha faltado en GoT; ni atractivos intérpretes semidesnudos –no importa si buenos–, ni sorprendentes efectos especiales. Todo para vender, en palabras de Wajda. Encima ha tenido más: lobos, zombies, gigantes y dragones; momentos sublimes como La batalla de los bastardos (T6-E9) y, en línea general, buenos guiones. Y bueno, ha tenido la séptima temporada…

Tal vez debería señalar, antes de entrar en materia, que los guiones de GoT –como los de muchas series– se levantan sobre dos pilares del viejo oficio de contar: las estructuras míticas, estudiadas en profundidad por Joseph Campbell en Las mil caras del héroe, bajo un enfoque psicoanalítico; y –reconozcámoslo, por favor, de una vez por todas, sin pruritos académicos– las eficaces estrategias narrativas propias de la novela de folletín del siglo XIX (Crimen y castigo; El conde de Montecristo; Oliver Twist…), que le siguen permitiendo hasta hoy vivir del cuento a los palabreros de la tribu.

Algunas de estas últimas son más que evidentes en GoT. En cuanto a las estructuras míticas, denominadas genéricamente «viaje del héroe» –en gran medida a partir de un texto de Christopher Vogler, donde este regurgita la obra de Campbell sin haberla digerido del todo y ofrece una receta para cocinar guiones– que en Hollywood ha terminado utilizándose lo mismo para una bazofia de Marvel que para Titanic (una bazofia multioscarizada)… En cuanto a estas –decía– pues, en principio no hay ningún problema, y le calza como zapatilla al pie de Cenicienta a este relato de fantasía heroica, puesto que ella misma subyace en una larga serie de mitos y sagas a lo ancho y largo del planeta.

El problema se presenta cuando el guion es puro esquema carente de desarrollo, o sea, puro hueso que la carne no alcanza a cubrir. Es el caso de la séptima temporada de GoT. Por eso encontramos allí cuervos mensajeros más veloces que textos de WhatsApp; una súbita atracción sexual entre Daenerys y Jon, que sólo podríamos explicarnos a partir del desespero del último, pues no se plantea siquiera como amor a primera vista; con la guinda del ridículo bocadillo de Snow, llamando «Dany» a la cabalga dragones; un jinete que es capaz de dispersar con un artefacto de fosforitos a un ejército de zombies con el que no pudo la pandilla más salvaje de Los Siete Reinos; trayectos de varios días en un sentido y de media jornada en el contrario, y todo un abanico de personajes comodines que los guionistas mueven de aquí para allá cada vez que se quedan sin ideas –Theon, Sam, Euron, Gendry…–.

Después de ello queda muy poco, porque, precisamente, los aciertos de los guiones de GoT han estado en otra parte. Ni siquiera en su mundo, si bien minuciosamente construido –pero que no introduce nada que no hayan prefigurado ya los mundos de Tolkien, de la LeGuin, o de otros maestros del género–. No, los aciertos de los guiones de Got han estado en la caracterización de personajes dantescos, en los diálogos, y en el desarrollo de las escenas. Incluso en el modo de matar personajes, cuando todavía tienen juego, y la simpatía del espectador.

Esto es evidente en el entorno de los oscuros hermanos Lannister, el mejor concebido de la serie –tal vez porque en ausencia de dragones y caminantes blancos (esto es, despojados del funesto corsé de la receta) debe avanzar a través de sólidas situaciones dramáticas–. La muestra, que después de siete temporadas de vilezas sin par, seguimos queriendo a Cersei. Y ¿cómo no quererla?, si la alternativa es Jon Snow, el personaje más flojo de la serie, cuyas motivaciones, como no sean las de servirle de bestia de carga a los guionistas para tirar del carro de la trama, nunca han sido demasiado claras; seguido de cerca por Daenerys, desde luego. No es de extrañar que, a ambos, que no son grandes intérpretes, les cueste tanto defender sus personajes, y que Daenerys termine reaccionando ante la muerte de Viserion, como si le hubieran derramado un trago en el vestido.

Así las cosas, nos queda esperar a ver con qué nos salen en esta octava, pero la desazón no desaparece.

–¿Por qué? –pregunta nuevamente mi pesado Super-Yo.

Bueno, tiene que ver con la industria; a la industria le sirve vender, le sirven los moldes –si con ello pueden producir series como chorizos–  más allá de dudosos resultados artísticos, y no veo a muchos Chejov escribiendo para ella.