“Hamlet Involución”: Todos somos Hamlet

El padre de Hamlet ha muerto. Luego sabremos todo es obra de un plan, que ha sido un asesinato pensado por su tío en complicidad con la reina. A partir de este acontecimiento, en la obra se desencadena un solo deseo, la venganza. Motivado por ello el joven príncipe de Dinamarca va revelando oscuros secretos y, a su vez, tejiendo otros. El afán de justicia le da paso a la locura y este camino lo lleva a un abismo de angustia pesar y muerte.
“La dramaturgia es siempre bélica como la poesía es siempre funeraria o fecundadora”, considera el director y dramaturgo mexicano Alberto Villareal Díaz. Generalización aparte, su sentencia lleva una verdad impresa cuando se habla de un autor como Heiner Müller.
Müller, es considerado el último dramaturgo del siglo XX. Su obra Máquina Hamlet, escrita en el año 1977, convertía la tragedia shakespeariana en un objeto teatral en la que la dramaturgia pierde (en forma) su facultad de convención y se halla a sí misma aprisionada en su cualidad de estado puro: diálogo, didascalia, estructura y narrativa. Todas conviven sin separaciones en un texto que funciona no en pro de los artilugios teatrales, sino como consecuencia de ellos.
A Müller le basta descuartizar el Hamlet de William Shakespeare, para ir más allá de la tragedia y hablar sobre la tragedia misma. Entrelaza el artificio con la historia, convierte el evento dramatúrgico en un hecho teatral de maquinaria visible, donde el actor ya no encarna a Hamlet, sino, a sí mismo como intérperte de Hamlet.
Ese juego suprateatral, es similar al de la concepción del “Yo existo”, que también forma parte de los artefactos, y promueve un comportamiento bélico como el planteado por Villareal. Un “Yo existo” que parte de su tradición modernista (Shakespeare) con base en los estudios existencialistas (Müller). Ambos se muerden la cola.
Es un “ser presente” que se distorsiona en la medida que el conflicto en escena se va dando. Evolución versus transformación (distorsión). Ser versus no ser.
En Müller los personajes no evolucionan, porque no transitan para llegar al abismo -como ocurre en el caso de la pieza de Shakespeare- sino que viven ya en el abismo y la evolución parte desde la conciencia del “Yo”.
“Yo no soy Hamlet”, exclama el personaje de Müller y esa consciencia es un canto de guerra, belicismo existencial, tan violento para la concepción de lo teatral, como el propuesto por Shakespeare a lo largo de su obra y que culmina en ese desolador diálogo <<el resto es silencio>>.
Si el actor no es Hamlet, sino que interpreta a Hamlet para consumo del público, también abre una puerta en el espectador que puede asumirse a sí mismo como el personaje, nada lo impediría. “Yo no soy Hamlet” es una negación, pero también una invitación a idear sobre el personaje el distanciamiento necesario para la identificación de la tragedia: Todos somos Hamlet.
Involución
Jesús Carreño, dirige su propia obra, Hamlet Involución y juega principalmente con esa idea. Para él la identificación con la tragedia se asume desde el drama de la negación de ese valor existencial. Tomando como base el texto de Müller vuelve al origen agregando fragmentos de Shakespeare. La vuelta de tuerca se presenta en esa dinámica, donde la violencia funciona como motor para remover dentro de la oscuridad de ese Hamlet, que termina por ser muerte.
En consonancia con esa lógica, la maquinaria de Carreño satiriza desde las sombras. Su propuesta abarca las ideas antes descritas, pero agrega una serie de elementos simbólicos que permiten la conexión con nuestra presente nacional inmediato.
Para Müller el actor no es Hamlet, pero existe la posibilidad de que todos lo seamos. Para Carreño, Hamlet es la muerte y desde esa verdad, manteniendo el código de Müller, todos somos la muerte. Carreño asume a Hamlet como un militar portador de la calavera, ser que en su recorrido va a dejando a rastras la desgracia. ¿Cómo era el eslogan de campaña del chavismo hace unos años, ese que precedió a la muerte del mandatario? ¿Todos somos Chávez, juntos somos Chávez?
Tomato. Potato.
Carreño ahonda en las profundidades del mal y del sufrimiento. La involución de su Hamlet va precisamente en esa línea, el endiosamiento de la venganza, y la banalidad que puede desprenderse de esas acciones motivadas y accionadas desde la más pura maldad.
La literalidad de esta situación se presenta cuando el resto de los personajes ahondan desde la risa, con sus macabras narices de payaso, frente a la violencia. Rien, se burlan, señalan. Es la banalidad del mal frente a la angustia de la razón que se ha visto deslastrada, para darle paso al sufrimiento eterno. El dramaturgo metaforiza el país, y a partir de ese momento, frente a la ceguera de la justicia, sus personajes se manifiestan como los guardianes del terror.
“Nuestra intención es derrocar todas las condiciones existentes”. Bajo ese lema- que forma parte del texto original de Müller- este Hamlet, Involución, afronta su real propósito. Dicho a coro y repetido hasta la extenuación, se convierte en un mantra de múltiples lecturas. ¿Con base en ese tipo de intenciones movimientos como el Daesh (Estado Islámico) no quieren acabar con la cultural occidental? ¿bajo esas intenciones el chavismo no se ha hundido profundamente en la política nacional? Va siendo hora de que las intenciones de la justicia obren a favor del bien ¿bajo esas intenciones el pueblo no debería asumir su poder frente a un artículo como el 350?
Evolucionar o involucionar, he ahí el dilema.
Hamlet Involución, se presenta en la Sala Rajatabla los días viernes a las 7: 00 p.m., sábados y domingos a las 6:00 p.m.






