Karín Valecillos: Ser guionista es una lección de humildad
Lo esencial para esta guionista y dramaturga venezolana es conectar directamente con el otro a través de sus relatos

La sombra la cubre de la incandescencia del sol de abril. Mientras habla, su mirada, enmarcada en unos lentes de pasta gruesa, contempla atenta lo que la rodea. Unos rizos, ahora amarillos, caen a los lados de su rostro moreno. La sonrisa siempre está presente, así como las ganas de contar historias.
Karín Valecillos es conocida en el mundo del teatro, la televisión y el cine por sus libretos y guiones. Estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello y se fue por un tiempo a Argentina a complementar su formación en la escritura para cine. Escribió la historia de la multipremiada película El Amparo, la de El DiCaprio de Corozopando, la de Jazmines y, en este momento, trabaja junto a Marcel Rasquín en la adaptación de La otra isla, novela original de Francisco Suniaga.
Antes de decidir qué carrera universitaria tomar ya le fascinaba el mundo de los relatos. De pequeña solían contarle historias que ella escuchaba maravillada. Más adelante, en el liceo Rómulo Gallegos, escribía adaptaciones para las obras de teatro que iban a representar. “Cuando te cuentan historias sientes amor por escuchar. A través de cada historia es posible vivir otras vidas sin necesidad de volver a nacer”, explica.
El “soundtrack” de su vida
En el teatro comenzó como actriz. Mientras estaba en la universidad tomó talleres de actuación con Frank Spano y fue en una sesión especial de dramaturgia donde descubrió su verdadero talento. “El teatro siempre me ha gustado, pero mi primer texto teatral fue como encontrar la música que te va a acompañar durante toda la vida”, comenta sobre su primera experiencia como dramaturga. La televisión vino después, cuando trabajó junto a Radio Caracas Televisión (Rctv) en la creación de libretos para telenovelas existosas como Estrambótica Anastasia; Calle Luna, Calle Sol; Mujer con pantalones; Amor a palos y Camaleona.

Al cine siempre lo vio como un sueño. A los 16 años fantaseaba con ganarse el Óscar, pero escribir para el séptimo arte era algo que veía lejos. No sabía cómo adentrarse en ese mundo. Decidió capacitarse en el área, viajó a Argentina donde realizó sus estudios en guión y al volver comenzó a trabajar junto a Rober Calzadilla. Ambos pertenecen a Tumbarrancho Films, productora que nace de la compañía de teatro del mismo nombre.
Decidieron hacer una adaptación de la obra Sobrevivientes y llevarla a la gran pantalla como El Amparo, película que narra la masacre a 14 pescadores por parte de funcionarios policiales durante el gobierno de Jaime Lusinchi. Para Valecillos el paso de un género a otro fue un proceso difícil. “El cine y el teatro usan lenguajes diferentes. Puede que haya una escena que te encanta, pero en pantalla no funciona así que la tienes que transformar. Cuando se es guionista hay que aprender a desprenderse”, precisa.
A Karín le gusta contar historias en las que el espectador pueda conectarse directamente con los personajes y con la trama. En las que se pueda sentir al otro a través de lo narrado. Una de las anécdotas de los festivales internacionales a los que viajaron con El Amparo, es que antes del estreno de la película los invitaban a Robert y a ella a dar algunas palabras. Luego, podían salir de la sala ya que se asume que la han visto muchas veces. Sin embargo, se sentaban a ver los primeros minutos y luego no querían irse. La historia los “enganchaba” y la disfrutaban como cualquier otro espectador de la sala.
El trabajo silente del guionista

La escritura del guión cinematográfico es un proceso complicado, según dice. Requiere una estructura específica que permite generar un efecto con lo que se cuenta. Además, el trabajo del guionista no es fácil. “El guión es una puerta que se abre para que otros trabajen en esa idea. Te da una lección de humildad, de generosidad porque después del proceso de escribir hay muchos aportes diferentes a los que tú diste. El resultado final siempre es distinto”, explica. Luego entre risas, cuenta un chiste interno que tiene con otros compañeros: “El guionista es aquel que pasa un año entero escribiendo una historia y que, cuando llega al set de grabación, el equipo se pregunta: ¿Y este quién es?”.
En cambio, en el teatro, la obra del dramaturgo es lo que permanece. Ha habido millones de montajes de Hamlet pero el texto siempre estará asociado a William Shakespeare. Este no es el caso del cine, donde el guionista es prácticamente anónimo. A pesar de que el texto es esencial para comenzar una película, no es el producto final. En una obra audiovisual lo que más destaca es la mirada del director, puede haber miles de films de un mismo guión y todos van a ser distintos, porque tienen miradas diferentes. “Lo que escribe el guionista desaparece cuando una película ya está terminada. De hecho el mejor guión es el que se diluye dentro de la obra”, apunta.
Por esta razón el trabajo de escribir para cine es tan complicado. “Creas un mapa, una ruta, pero no viajas. Quien viaja es el director. Durante la creación tienes que estar dispuesto a aceptar críticas, es un choque que está relacionado íntimamente con el ego. Quien toma el camino de guionista debe estar consciente que estará lejos de la fama y el brillo que podrían adjudicarle al cine”, refiere.
A pesar de todo esto, este fue el camino que escogió Karín Valecillos. Un sendero que recorre con gusto porque, como ella misma lo indica, es la música que acompaña su vida. No se ve haciendo otra cosa y si tuviera la oportunidad de volver a nacer escogería ser, sin lugar a dudas, lo que es ahora. Aún no se ha planteado escribir y dirigir una misma película. “Me parece muy compleja la dirección de cine. Un director debe manejar un poco de todo porque es el que comanda todo el equipo. Sin embargo, sí me gustaría escribir y dirigir en el teatro”, concluye.