Karl Weidmann, cazador de estampas venezolanas
No escatimó en recursos, ingenio y vivacidad para retratar la Venezuela que lo conquistó con el azul de las costas, el esplendor de los tepuyes, la luz de los andes y el rumor del llano. Fue suizo de nacimiento y venezolano de adopción. Aquí dejó un grandioso legado

Karl Weidmann amó a este país desde que lo vio a través de las ventanas del autobús que lo llevó de Puerto Cabello a Caracas en 1956. Desde ese instante, tal y como dice una bella y vieja canción, Karl llevó la luz y el aroma de Venezuela en la piel. Lo interesante, en su caso, es que decidió revelar ante el mundo el horizonte de esta patria, primero en forma de documentales y luego a través de la fotografía.
De niño lo picó el bichito viajero y aunque nació en un pueblo llamado Embrach, ubicado en Suiza, soñaba cada día con selvas, animales y ríos exóticos. En su autobiografía Relatos de un Trotaselvas, recuerda: “el virus de la selva tropical se me pegó a los 12 años cuando leí una serie de cuentos de aventura que tenía como escenario el África Oriental… Estas lecturas me ayudaron a dar forma a una obsesión: llegar a la selva”.
Relató allí, con cierta picardía, que su decisión se vio teñida por la suposición de que para ir a la selva no hacia falta cursar estudios. Le encantaba deambular por los campos y era buen alumno en geografía y geometría, saberes que luego le rendirían muy buenos frutos. Nadie podía imaginar que el regaño preferido de su padre sería prácticamente una profecía de su futuro como fotógrafo de la naturaleza: “Karl, trabaja y no estés siempre mirando por dónde vuelan los pájaros”.
Con apenas 18 años, alto, delgado y pelirrojo, quiso dirigirse a su anhelada selva, pero sus primeros intentos fallaron. No pudo entrar a África al no tener la cantidad de dinero suficiente, ni tampoco a Brasil ya que no contaba con una visa o contrato de trabajo. No se amilanó y buscó en el mapamundi qué naciones latinoamericanas colindaban con la selva del Amazonas y así llegó a Venezuela. Las facilidades de ingreso para los inmigrantes lo condujeron finalmente a un viaje que nunca se detuvo.
Weidmann viajó en barco desde Europa y llegó al país el 26 de septiembre de 1947 a Puerto Cabello. Posteriormente hizo el trayecto primero a Valencia y de allí hasta Caracas, pero para ese punto lo que había visto por la ventanilla lo había cautivado.De allí en adelante sucedieron 60 años de imágenes capturadas desde un kayak que navega en ríos, desde la cima de los cerros, o desde la planicie de la sabana. En cada lugar cazaba el momento perfecto para hallar esa imagen ideal que pudiera transmitir aquel sentimiento, aquella belleza que percibía. Esa experiencia vital superó los 80 años, en los cuales consiguió más de 50 mil gráficas de nuestro país.
Weidmann falleció en un accidente doméstico en marzo de 2008, pero su legado perdurará en el tiempo mientras exista quien observe sus fotos.






Postales
El registro gráfico de sus incontables viajes se conserva dentro de latas de manteca tapadas para que la humedad no afecte los negativos. Están ordenadas por regiones tal y como su autor lo quiso, según relató su hijo Ralf Weidmann.
Weidmann padre, era celoso de su trabajo y perfeccionista. Tenía que quedar convencido de que tomaba la mejor foto, con el ángulo más deseable y una luz impecable. Eso lo llevó a visitar lugares como el Salto Ángel una y otra vez buscando la foto perfecta. Su apellido significa cazador en alemán antiguo; afortunadamente, su único deseo era capturar paisajes, pájaros, amaneceres, saltos, animales y árboles sin dañar a ninguno de ellos.
El fotógrafo y aventurero fue bautizado por los Yanomamis con el nombre de Waiteri, que significa bravo y valiente. “Yo no soy propiamente valiente, pero me escasea el miedo. Debe ser porque el día cuando Papá Dios repartió el miedo entre los humanos, yo llegué algo tarde (tal vez porque estaba tomando fotos por el camino) y ya no quedaba casi nada”, aseguró en algún momento.
Tanto las fotos como los videos las realizó con equipos rudimentarios de los años 50. Cuenta Ralf, que la cámara más moderna de su padre era de los años 70 y de manera autodidacta aprendió a utilizarla, tal y como lo hacía con el resto de sus conocimientos. Por sí sólo logró dominar, el alemán natal, el inglés y el español, y obtener,de una gran cantidad de revistas científicas a las que estaba suscrito, exhaustiva información sobre astrofísica.
En un país con muchos ríos que sólo son usados por los ribereños para pescar y bañarse, Karl Weidmann aprovechó al máximo ese recurso y al respecto decía, “el placer de viajar por el río es único”.Viajaba por todos lados con un kayak plegable, que se conoce como faltboot. Tenía milimétricamente calculado dónde colocar cada objeto que conformaba su equipaje: chinchorro, mosquitero, comida y demás enseres para armar el campamento en el cual pernoctaba al aire libre en medio de tantos parajes. Así conoció los recodos y recovecos de los ríos de Venezuela.
Lo mejor fue ella
Gisela Wengenroth, se acercó a Karl luego de ver uno de los documentales que hizo sobre el Salto Ángel. Ella deseaba preguntarle cómo hacía para conocer esa maravilla venezolana y allí saltaron las chispas. “Entre el numeroso público asistente, lo mejor era Gisela. Al terminar la película, ella quiso saber como se llegaba al Salto Ángel, que quería ver ‘en natura’. Mi respuesta fue: ‘si tiene dinero, contacte a Jungle Rudy en Canaima, él la llevará al salto en lancha con motor fuera de borda. Ahora, si el dinero es problema, la solución es hacer el viaje conmigo en faltboot, pues siempre tengo uno en reserva'”, escribió en su biografía.
Gisela vive rodeada de recuerdos lindos de los miles de viajes que realizó junto a su pareja. “Si tienes un compañero de confianza, el resto es natural. Lo miré a los ojos y ya confié en él. Nunca me defraudó. Era una persona muy sincera, de un carácter excepcional”, relata en entrevista telefónica. Tuvieron dos hijos, Sven y Ralf.
“Karl sabía de todo, construyó nuestro hogar que es donde vivo, hizo todos los muebles de la casa, era un hombre dedicado a la ciencia, le gustaba la astronomía. Sabía los nombres de las orquídeas. Era uno de los que sí conocía a Venezuela de verdad. Tenía el mapa en su mente”, apunta la viuda de Weidmann.





Leyendo la luz
Aunque muchos lo consideran solo fotógrafo, desde 1956 Weidmann filmó documentales silentes para mostrar las regiones de Venezuela que más lo impactaron. Ellos son Selvas de Venezuela (1959), Del Páramo Andino a la Zona Tropical (1961), Hoy en la edad de piedra y Tierra Yanomami (1966), Llano, sol y agua (1970) y Viajando por la Gran Sabana (1976).
Proyectaba sus películas al tiempo que daba charlas a las interesadas audiencias, sobre cada detalle de sus filmaciones y también de las experiencias que tenía durante los rodajes. Así lo recuerdan su hijo Ralf Weidmann y su viuda, Gisela de Weidmann, con quienes conversamos para este reportaje. En ocasiones dio hasta cuatro conferencias de estas en un día.
El listado de las publicaciones que dejó Karl es extenso, pero dentro de sus más reconocidos libros se encuentran: Alto Orinoco, Tierra Yanomami, Parques Nacionales de Venezuela, Páramos Venezolanos, Venezuela y el mar, La Colonia Tovar, La Gran Sabana, Fascinante Venezuela, Fauna de Venezuela, Flores de Venezuela, Venezuela paraíso de orquídeas y Venezuela Tierra del Tepuy. Allí dejó plasmados, no solo impactantes recuerdos de sus recorridos, sino momentos cumbres de sus excursiones que se llevaron a cabo de norte a sur, de este a oeste, por todo el territorio nacional.
Mención aparte merece su autobiografía, Relatos de un Trotaselvas, publicada en español y en inglés, que fue éxito de ventas en el 2000 en toda la nación. En esta emocionante crónica de viajes Weidmann deja muy claro su lema de nómada: “Para viajar se necesitan muchas ganas y ninguna exigencia”. Es un relato ameno, en primera persona, con una capacidad de detalle muy vívida y anécdotas de viaje por Venezuela que caracterizan a nuestro pueblo de manera muy sincera.
Por ejemplo, en su primera visita al llano venezolano intentó pescar a la usanza de la región, sin caña y con naylon. Su presa capturada, y acuchillada, fue un caribe, que le mordió un dedo mientras intentó examinarle la dentadura. Llegó a la oportuna conclusión: “parece que esa experiencia la viven casi todos los pescadores novatos: los caribes muertos todavía muerden”.
Texto tomado de su autobiografía, Relatos de un Trotaselvas
Fotos: Cortesía de Ralph Weiddman