“La ira de Narciso”: el amor a través de reflejos literarios
Rossana Hernández dirige la obra de Sergio Blanco que forma parte de su trilogía en homenaje al dramaturgo uruguayo. La pieza está protagonizada por Gabriel Agüero y su tema es la creación artística vista desde la autoficción

Narciso es un personaje de la mitología griega que fue castigado por la diosa Némesis, quien lo obligó a enamorarse de su propio reflejo. ¿Acaso el arte no es el reflejo de la belleza, fuerza, ira y precisión del artista? En la escritura todo es posible, pero en el teatro es donde lo imposible se materializa y se convierte en algo verosímil. Entonces, ¿un artista puede enamorarse, incluso obsesionarse, de su obra?

Rossana Hernández dirige, por segunda vez, una obra de Sergio Blanco. En esta ocasión, se trata de La ira de Narciso, una obra que apuesta por el género de la autoficción y el monólogo, con la actuación de Gabriel Agüero. La pieza se presentará en el Espacio Plural del Trasnocho Cultural hasta el 28 de julio.
“La ira de Narciso me parece una obra fantástica de Sergio Blanco, con quien ya habíamos trabajado anteriormente en Tebas land; esta es la segunda pieza de una trilogía suya que terminará con El bramido de Dusseldorf. Es una obra que tiene una estructura muy interesante, pues Sergio Blanco sigue explorando la autoficción (género que él ha implantado y desarrollado en el teatro). Tiene un tema central que es el de la creación, con el mito de Narciso. Eso lo encuentro fascinante, además, juega con elementos de thriller policial y erotismo. De esto hay mucho en la obra”, apunta Hernández.

La obra comienza con una explicación: “Es un relato que estoy escribiendo para Gabriel. Me gustaría que él lo representara. Les propongo hacerlo el año que viene, que Rossana lo dirija. Lo estrenamos en Caracas”, lee Agüero, desde su teléfono celular, un mensaje de Sergio Blanco que le envió desde Liubliana, capital de Eslovenia. Luego, Agüero propone que él no es un actor, sino que se encargará de representar a Sergio Blanco (he aquí la autoficción) durante su semana en la capital eslovena. “Esto es un relato, y como todo relato, va ir avanzando de manera progresiva a lo largo de hora y media”, comenta.
Si bien la obra tiene una importante narrativa, la directora persiguió unos códigos escénicos que permitieran hacer el recorrido a través de elementos simbólicos que parten de lo intelectual y conectan con las emociones del actor y el público. Entre esos elementos, las luces son parte fundamental de la puesta en escena, así como la música de David Bowie. Esta última forma parte del discurso latente de la unión de lo “viejo” con la actualidad. Asimismo, forma parte de la trama, pues el filólogo critica la banalidad de los hombres modernos y su ignorancia hacia los temas estéticos, políticos y sociales más importantes.

Cuando el escritor uruguayo llega a Liubliana va directo a su hotel. Sin embargo, una vez instalado en su habitación, la número 228, consigue una mancha roja en la alfombra que llama su atención. Justo en ese momento, comienzan los movimientos corporales poéticos del personaje; estos son recurrentes durante la obra y ofrecen una mirada, un tanto visceral, sobre lo que pasa por la mente del escritor durante su estadía.
Todo se complica cuando recibe una llamada de Igor, un joven actor pornográfico, que desea mantener un encuentro sexual con el filólogo. Entonces, los recursos audiovisuales transforman la sala de teatro en un cuarto donde el erotismo, sin llegar a ser vulgar, invade cada centímetro de proyección. De nuevo, son los movimientos del personaje los que juegan con las imágenes de un joven desnudo para causar en el espectador las más provocativas sensaciones. Este tipo de encuentro sucede múltiples veces durante la obra: es una pasión que podría terminar en obsesión.

La ira de Narciso está narrada como si fuese una crónica. Los tiempos pueden ser días, horas e incluso minutos. De esa manera, la audiencia entiende los acontecimientos lineales de la puesta en escena. Sin embargo, un detalle es capaz de cambiar toda esta propuesta de los tiempos: si el espectador está atento, y recuerda cómo empezó la función, puede imaginar lo que sigue. Pero no todo es lo que parece. El juego se intensifica y complica con cada segundo que pasa.
Rossana Hernández no esconde su emoción al hablar sobre la obra. Sonríe y se puede percibir que genuinamente siente pasión por lo que hace. “Yo el año pasado leí la obra y quedé enamorada. Luego, lo contacté para comentarle que estaba realizando un proyecto y parece que le gustó porque nos permitió utilizar su texto. Sergio nos dio todo su apoyo de manera incondicional y está muy pendiente de lo que hacemos aquí”.
-El montaje tomó tres meses- señala la directora- y fue un paseo muy entretenido por la manera en que se llevaron a cabo los ensayos, toda la producción en general y el juego de la realidad y la ficción.
Gabriel Agüero,el protagonista, comenta: “Sergio Blanco quiere que hagamos un viaje. Entenderlo me permitió canalizar la interpretación, sus niveles, sus matices y situarme francamente en su propuesta. Sentí una libertad muy rica, como actor, para dejarme llevar. El punto es entregar un personaje de la manera más limpia y llana posible. El público debe construir la trama a partir de las ideas que te da el personaje. Sin embargo, como actor no tuve la necesidad de crear un personaje. Fue un proceso de entrega total”.

Las manchas rojas de la alfombra, el erotismo y la ponencia del profesor de filología, en una ciudad desconocida encuentran un punto común en Gabriel Agüero. Pero, para entender lo que sucedió durante aquella semana en Eslovenia, es vital ver la obra y prestar atención a todo lo que el actor va diciendo. Las pistas están en las palabras. “En la escritura todo se puede”, dice el filólogo , o quizá Sergio Blanco e incluso pude ser el propio Gabriel Agüero. Esta obra reflexiona sobre temas como la estética, la banalidad, las pasiones, la soledad y constituye una joya para la trilogía que Rossana Hernández pretende realizar con la dramaturgia de Sergio Blanco.