Los rostros en Blackkklansman
En la mirada del escritor y catedrático Mario Morenza :"BlacKkKlasman nos habla de ser otros, asumir otras voces, convivir con varios yo para sobrevivir, ayudar a los hermanos y, de alguna forma, «hacer lo correcto» por la nación, por la familia, por el amor, por uno mismo. "

He went to fight wars
For his country and his king
Of his honor and his glory
The people would sing
Ooooh, what a lucky man he was
Emerson, Lake & Palmer
La primera vez que me crucé con el cine de Spike Lee fue en sexto grado. Malcolm X me sonaba a X-Men por lo que le pedí a mi padre que alquilara la cinta de VHS en la extinta BlockBuster.
Hoy pienso en una de sus escenas: Malcolm X (Denzel Washington) desea, como ya se nos muestra desde el inicio del film, cambiar la apariencia de su cabello al estilo conk, de moda entre los años veinte y los sesenta. Inesperadamente, los grifos del apartamento no suministran ni una gota de agua: es invierno y las tuberías se han congelado. Esto no hubiera sido un detalle tan grave si enumeramos los ingredientes con los que su barbero (Spike Lee) preparó la crema que aplicó al cabello del líder social: gel, clara de huevo, papas y Diablo Rojo. Cuando Malcolm X introduce la cabeza en el bol del inodoro, único lugar en el que encuentra algún vestigio de agua, justamente, en esos instantes, la policía allana el apartamento. Malcolm X es sorprendido con el cuero cabelludo ardiendo en llamas. La fotografía que le toman antes de ser juzgado en tribunales no lo favorece. Su apariencia es la de un desenfocado pandillero, y para nada corresponde a la de un defensor de los derechos humanos. Su rostro ha sido de alguna manera alterado, por el flash, por la represión, por la injusticia, por el infortunio, por el invierno y por el accidente en estética capilar. Y también lo será por el balazo que recibió en el pecho.
Ronell Eugene Stallworth es un oficial de policía retirado. En 2014 publicó el libro que animó a Spike Lee a realizar la adaptación de esta obra testimonial: Black Klansman: Race, Hate, and the Undercover Investigation of a Lifetime. Una de las seis nominaciones al Oscar 2019, que recibe esta película es a la de Mejor Guión Adaptado.
John David Washington, hijo de Denzel, y que debutó precisamente en Malcolm X haciendo de estudiante en un salón de clases de Harlem, interpreta a Ron Stallworth en BlacKkKlansman y, desde el primer instante, observamos la esperanza en la mirada de este joven afroamericano. Llega a la policía de Colorado consciente de los prejuicios que destiñen la sociedad. Comprende que cambiar de look es la primera alcabala que debe superar para empezar a gestar esos cambios. No obstante, sus futuros jefes le dicen que no es para tanto, que de alguna manera será el Jackie Robinson de Colorado Springs, el primer negro en vestir un uniforme con su voluminoso y esférico afro.
Ron se aburre de trabajar en una vetusta y hacinada oficina entre archivos y solicita un cambio a otro departamento, uno que le confiera más responsabilidades. Se aburre, sí, pero lo que más lo obstina es atender las impertinentes solicitudes de otros oficiales con aires de superioridad, que exigen los expedientes de simios en lugar de ciudadanos, que han tenido inconvenientes con la ley. Todos están transmutados, animalizados. Las Panteras Negras, por ejemplo, llaman cerdos a los policías.
Ron Stallworth asume su rol con absoluta seriedad. No cambiará el aspecto de su cabello como Malcolm X, pero sí se hará pasar por un hombre caucásico cuando converse telefónicamente con David Duke (Topher Grace), hablará con él pestes de los negros, los vilipendiará, constatará sus intenciones de rescatar a la sociedad con los valores del hombre blanco americano, y lanzará decenas de alabanzas al supremo y enloquecido líder del Ku Klux Klan.
BlacKkKlasman nos habla de ser otros, asumir otras voces, convivir con varios yo para sobrevivir, ayudar a los hermanos y, de alguna forma, «hacer lo correcto» por la nación, por la familia, por el amor, por uno mismo. Pero este ser otro no se relaciona con dejar atrás la apariencia, sino ser otros para defender lo que eres. En BlacKkKlansman hallamos parodia conspiranoica, relato policial, espionaje, cine de denuncia social, historias de amor, personajes con delirios mesiánicos, humor negro, borrachos insufribles e irrecuperables y también hallamos amistad, como la que se fragua entre Ron y su compañero Flit, que compartirán oficina e identidades.
Adam Driver, que obtiene una merecida nominación como Mejor Actor de Reparto, interpreta a un doble desterrado: es judío, pero siempre quiso ser negro; no ha practicado nunca su religión paterna y ahora debe negar los rituales que siempre obvió ante las bizarras ceremonias del Ku Klux Klan, dejarse bautizar, meterse de cabeza en el racismo extremo de la hermandad aria. Para no quedar al descubierto, Ron lo entrena en la jerga negra, los modismos, las fluctuaciones, el tono, para que su voz por teléfono no parezca tan distinta a la voz de Flip en persona. Ambos intercambian sus vidas y, eventualmente, ambos le salvan la vida al otro en determinados puntos de la trama. Son dos existencias que se reflejan, se complementan, se estrechan.

BlacKkKlasman de igual modo nos habla de buscar la felicidad, de amor, porque en todo este rollo también hay tiempo para enamorarse. No son pocas las escenas que muestran esto, pero me quedaré con un par.
Cuando Ron y Patrice (Laura Harrier) van a cenar, la chica no hace otra cosa que hablar de política, de las acciones y triunfos recientes y de los planes del Poder Negro en los años venideros. Ron, obstinado, apacigua el furor político de la chica con obsequios y palabras atemperadas, mimosas, tantas que ya Patrice empieza a sospechar que su pretendiente no es otra cosa que un cerdo, o sea: un asqueroso policía. Acaso no haces otra cosa que hablar de política, le dice Ron. Y ella, a la defensiva, desconfía de los gestos que la invitan a la tranquilidad, un síntoma traicionero de aquellos que no han despertado del todo, que aceptan con reprochable obediencia su condición de esclavos. «Esto es un trabajo de por vida», insiste Patrice.
En otro momento, cuando su relación se muestra un tanto más sólida, ha crecido la intimidad, el cariño, cruzan un puente que seguramente los conectará con una zona más confortable de su romance, la pareja charla sobre cine, como las que tendremos a partir de hoy en Cineclub: Los hijos de Tarkovsky, espacio que inauguro con este ensayo. Patrice y Ron, a su manera, como dos versiones del mundo tan distantes como los extremos del puente que recorren, les hacen un homenaje a películas blaxplotaition. Mientras, aparecen los carteles de los filmes como si se trataran de referencias bibliográficas de un trabajo académico. Patrice aduce lo que podría ser el objetivo general de una tesis sobre el tema: «Son filmes de explotación de la raza negra, lo cual es fantasía. La vida real no es así. En la vida real no existen Cleopatra Jones ni Coffy. En la vida real los cerdos matan a los negros».
Leyenda para los pósters:Shaft (1971, Gordon Parks), protagonizada por Richard Roundtree, que interpreta un detective negro en el que se despliegan todas las características del subgénero blaxplotaition, como en las películas que mencionan Ron y Patrice en su cinéfilo paseo: Hit Man (1972, George Armitage), Super Fly (1972, Gordon Parks, Jr), Cleopatra Jones (1973, Jack Starrett) y Coffy (1973, Jack Hill), dos filmes estelarizados por Pam Grier, actriz a la que Quentin Tarantino le rinde homenaje en Jackie Brown (1997).
Ron sigue empecinado en infiltrarse en el áspero corazón de la joven presidente del sindicato estudiantil. Y de nuevo Patrice a la defensiva: «Este tipo de películas lo único que han logrado es dañar nuestra imagen». Y Ron la apacigua: «Pero, tranquila, son solo películas». Y la chica, como buena e indomable Black Panther no da su brazo a torcer. Saca sus garras teóricas que sostienen la dualidad de los afroamericanos ante un sistema racista, en el que nunca será posible cambiar las cosas desde adentro. Parafrasea a W. B. E. Du Bois: «¿Qué es la doble conciencia? Uno siempre siente su dualidad. Un estadounidense. Un negro. Dos ideales opuestos en un cuerpo oscuro». Y es justamente lo que Ron de alguna manera está haciendo. Cambiando el sistema y cambiándola a ella. Si alguien sabe de dualidad es él.
En Estilos radicales Susan Sontag nos habla de cómo el cine nos acercó más a la dimensión del rostro: «Oscar Wilde señaló que la gente no había visto la niebla hasta que determinados poetas y pintores del siglo xix le enseñaron a verla; y seguramente, nadie tuvo una visión tan completa de la variedad y sutileza del rostro humano antes de la época del cine». Cuando el líder ideológico Kwame Ture (Corey Hawkins) es invitado por el sindicato de estudiantes para dar una charla en la universidad, lo escuchamos a él, pero, sobre todo, observamos con extrema claridad los rostros de los jóvenes americanos y negros que lo escuchan, hipnotizados, fervientes. Kwame Ture habla de la supremacía negra, exalta los rasgos, la nariz ancha, la altura, la fuerza, insiste en que en realidad ellos son los superiores. Siguen pasando los rostros en close up hasta que la cámara se detiene en el de Ron, a quien vemos por primera vez inseguro, desenfocado, como quien no se cree ni comparte el discurso furioso pero vacío del talentoso y carismático orador. Ron no está de acuerdo, pero recuerda que es su primer trabajo en el ramo del espionaje y vitorea, a todas luces sin mucho convencimiento. En otro momento del film, se nos muestran dos discursos que transcurren simultáneamente: el de David Duke, que está de visita en Colorado, y el de Jerome Turner, interpretado por la gloria musical Harry Belafonte. Ambos discursos se alternan. Se yuxtaponen. Los jóvenes afroamericanos escuchan, atentos y desconsolados, el testimonio del anciano y muestran, como estandartes, imágenes impresas de la tragedia a la que se refiere el orador: un adolescente de color fue condenado a las llamas. Se le acusaba falsamente de violación. Mientras tanto, Duke continúa con sus delirios y sus seguidores mantienen sus rostros cubiertos con las capuchas en la que apenas se atisban los ojos, rostros que solo llegamos a ver cuando son bautizados y miran una ridícula película de 1915, Birth of a Nation, en la que se les presenta como héroes, amo y señores.

Ron ha sido un hombre con suerte, que le ha dado todo a su nación. Ron sale victorioso, tal como escuchamos en Lucky Man de Emerson, Lake & Palmer, canción que anima las últimas imágenes del film. Ron se burló de Duke cómo le dio la gana. Se tomó una foto con él y dejó ver sus ojos a petición del mismo líder racista. El flash fue un bautismo, un despojo, una sentencia, una burla que recibiría su recompensa; un flash muy distinto al que iluminó el rostro y empezó a cegar el destino de Malcolm x, en este caso, Ron es, vuelvo y repito, un hombre con suerte: la reciben solo aquellos que la saben esperar. En este caso no le tocó a la pareja maniática terrorista, los Kendrickson, sino al dúo dinámico, a los hermanos Ron, el original y Flit. Un instante cifrado en una instantánea. Ron abrazó a los del kkk y Flip Zimmerman apretó el gatillo. Flit daba en el blanco cuando quería. Con reflejos y puntería. Le disparó a Ron para salvarle la vida. Ahora apretó el gatillo de la cámara para dejar testimonio de cómo Ron abrazó a los líderes del clan y sonrió. Le sonrió a la posteridad.
Las escenas finales nos desenmascaran a un enloquecido «ignorante, cretino, pendejo, sinvergüenza» pero peligroso Duke que hoy en día ha llegado muy lejos.
Tráiler: