Parasite y The Joker: lucha de clases y populismo
Carlos Caridad Montero ve las películas como conocedor del séptimo arte, con criterio propio. Por eso su opinión sobre las aclamadas películas " Parasite" y " The Joker" es tan atractiva.

La obra cinematográfica de Bong Joon Ho está signada por tres grandes temas: la división de clases, la amenaza ambiental y las relaciones familiares. En varias de sus películas, esas preocupaciones suelen estar estrechamente relacionadas, al punto de que el clasismo suele estar determinado por lo ambiental y ambas cosas se expresan visualmente a través del estudio de las dinámicas familiares.
En The Host un ecocidio engendra un monstruo que directamente obliga a los miembros de una familia a confrontar sus más íntimos miedos, mientras nos pasea por toda la geografía social de Corea del Sur. En Mother, los privilegios de clase impulsan a una madre de escasos recursos a enfrentarse un monstruo muy diferente pero no menos brutal: el corrupto e ineficiente sistema judicial coreano. Snowpiercer es una distopía futurista steampunk sobre la lucha clases en un mundo postapocalíptico. Okja es una fantasía infantil sobre la deshumanización de la industria alimenticia y una crítica a los movimientos ecologistas fashion, todo contado a través de los ojos de una niña y su relación con un suido gigante creado por ingeniería genética.
De modo pues que el arribo de Parasite en su filmografía era poco menos que inevitable. Es la consecuencia lógica del trabajo anterior de Bong Joon Ho. Desde su título, el film nos anuncia que nos contará una relación parasitaria entre dos familias ubicadas en las antípodas del espectro de clases sociales. Sólo que esta vez se trata de una relación simbiótica: ambas dependen de la otra para su subsistencia.

Parasite aprovecha este relato para contar cómo nace, se alimenta y se reproduce el resentimiento social, ese combustible del populismo, derivado del choque entre los privilegios de clase y la discriminación económica.
A diferencia de Snowpiercer, donde Bong Joon Ho también aborda el tema directamente en una estructura visual horizontal, en Parasite edifica una estructura narrativa vertical. No en vano se trata del relato de la lucha entre los de abajo y los de arriba.
Por eso, todo la mayoría de los giros importantes de la trama suceden en escaleras, cuando los personajes están ascendiendo o descendiendo. El mejor ejemplo es el descenso bajo una tormenta que ocupa un tramo central del relato, donde confluyen los temas del colapso social y la amenaza del cambio climático. Para Bong Joon Ho la debacle de la sociedad es consecuencia del cambio climático. Y viceversa.

Con una dirección efectiva y un manejo no menos escrupuloso del tiempo cinematográfico para potenciar el suspense —Bong Joon Ho incluso homenajea a su maestro Alfred Hitchcock en alguna escena—, Parasite es una disección anatómica precisa e implacable de la división de clases de la Corea contemporánea.
The Joker, retrato de un populista

Si la arquitectura visual de Parasite es diáfana y vertical; la de The Joker, de Todd Phillips en cambio es laberíntica como las circunvoluciones de un cerebro, voluntariamente incoherente y a ratos confusa como el pensamiento y el discurso populista que retrata, desmonta y denuncia a la vez.
La historia de The Joker transcurre enteramente en la mente de un paciente mental que ha perdido el acceso a su tratamiento médico subvencionado. De allí en adelante, es la crónica del derrumbe de la razón y su sustitución por el instinto y, aun, por los fantasmas del resentimiento, la soledad y la discriminación social.
El film es el recuento de la cruenta batalla de Arthur Fleck por mantener unidos los pedazos de una identidad, la suya, que se desmorona. Acaso por eso la trama progresa a saltos tempo-espaciales. Es la mente de Fleck que avanza y retrocede en un vano intento de reconstruir el hilo narrativo de su propia historia vital. Inevitablemente como Fleck, los espectadores paulatinamente perdemos noción de la realidad conforme transcurre la trama. Al final somos incapaces de dilucidar qué ha sucedido realmente y qué ha sido sólo un delirio del personaje principal.
La debacle existencial de Fleck se exterioriza como decadencia urbana. La Ciudad Gótica de The Joker es oscura, pestilente y claustrofóbica, desbordada por la basura, la delincuencia y la deshumanización. Recuerda a ratos a la Nueva York de los 70 de Taxi Driver o a la Berlín de la República de Weimar de El Huevo de la Serpiente, de Bergman. Una urbe de pesadilla donde el resentimiento social lo va impregnando todo hasta encontrar su vávula de escape en las acciones demagógicas y violentas de Fleck.
Tanto Parasite y The Joker muestran el ascenso del populismo partiendo de lo interior y lo familiar, si bien Parasite es un film coral y The Joker, un monólogo. Son historias de personajes que viven los márgenes de la sociedad, aunque Parasite es intimista y The Joker es una mirada colectiva mucho más totalizadora.
En todo caso, ambas son producto de las preocupaciones colectivas actuales, a la vez que reflexiones acerca de este extraño mundo, dominado por el populismo, el culto a la celebridad y la fama, en que vivimos. Este mundo donde, como en el caso de Fleck, se ha desdibujado la frontera entre lo real y lo fake.
Finalmente, después de ver The Joker uno no puede más que sentir intriga acerca de la clase de Caballero Oscuro que hará de enfrentarse. ¿Acaso alguien más cercano a Travis Brinkle, el insomne veterano de Vietnam de Taxi Driver que al Bruce Wayne de los cómics?
