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Patton reencarna

Tras 46 años de su estreno, el clásico es rescatado entre la heteróclita oferta en línea de Netflix

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“Aquí fue la batalla”, inicia el soliloquio* el Comandante General George S. Patton Jr. en algún paraje desolado del Norte de África. Corre el año de 1943, cuando el temido oficial, ahora decorado de tres estrellas, toma el mando de la U.S. II Corps, unidad militar formada por alrededor de 30 mil combatientes. Libra la mirada al horizonte yerto presidido por la ruina solitaria de Cartago, y continúa el ensimismado relato que su subcomandante, Omar Bradley, escucha con fraternal incredulidad: “Los cartagineses que defendían la ciudad fueron atacados por tres legiones romanas. Eran valientes, pero no pudieron resistir y fueron masacrados. Las mujeres árabes los despojaron de sus túnicas, sus espadas y lanzas. Los soldados quedaron tendidos desnudos al sol…hace 2000 años. Y yo estaba entre ellos”.

Así descrita, la escena es extraída del monumental biopic, estrenado en 1970, homónimo de su protagonista Patton, dirigido por Franklin J. Schaffner y escrito por Francis Ford Coppolla y Edmund H. North. El actor George C. Scott rechazó el Oscar al mejor actor principal en un gesto de soberbia que habría mimetizado de su personaje, el legendario general cuyas tropas nombraban con el mote de “Sangre y agallas”. De hecho, la personificación de Scott es icónica, y en el imaginario popular, el rostro típicamente white anglosaxon del personaje histórico, sin mayor atractivo, es reemplazado por el más bien anguloso y de nariz pronunciada del histrión.

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El monólogo de marras, no el único en un guion que informa de una personalidad egolátrica, es en particular, revelador de la psique del personaje. El general Patton es retratado imbuido en su personal mito, edificado a su vez con el barro de la historia de la Antigüedad, la de Tito Livio y la de Polibio. El egregio militar americano se presenta como el último guerrero, con la íntima melancolía de no haber nacido en otro tiempo. Se consuela en el delirio de grandeza: él no es sino la resurrección última de un héroe ancestral, quizá descendido del mismísimo Olimpo. Para él, el combate cíclico y eterno es la única explicación de la historia y la existencia del hombre.

Tras 46 años de su estreno, el clásico es rescatado entre la heteróclita oferta en línea de Netflix, para quien no lo haya visto que es lo mismo que haberlo hecho en su momento. Se trata de una película episódica y larga, con una narrativa más novelesca en desmedro de la precisión estructural del largometraje de 90 a 120 minutos. El arco narrativo es tan amplio como el de una saga, la vida de un héroe y sus no pocas peripecias en un territorio tan amplio como el que hay entre el Norte de África y el Sur de Italia, la misma extensión recorrida en el siglo II a.C. por el general cartaginense Aníbal, al frente de sus huestes de hombres y elefantes, paquidermos precursores de los tanques de Patton.

Mientras, en Berlín, el oficial de inteligencia encargado de elaborar el perfil del general enemigo desconcierta a sus jefes: “Escribe poemas y cree en la reencarnación”. Los generales nazis –es sabido, que valoraban en demasía el mito, como en toda doctrina totalitaria–   ven en tales veleidades la singladura del temido estratega; acaso la misma de un antiguo conquistador. Para enfrentarlo cuentan con el mariscal de campo alemán Erwin Rommel, no en balde revestido de leyenda; der Wüstenfuchs (el Zorro del Desierto) comandante de una invencible unidad de infantería y blindados.

Rommel es el contendor soñado por Patton para su propio duelo con la historia. Es así que convierte la guerra en un asunto personal; hasta hacer peligrar los aciertos de las Fuerzas Aliadas contra la Alemania Nazi. Él se imagina a solas frente a Rommel, cada comandante en su tanque en la nada del desierto africano. Pero, en la realidad se le interpone otro gran comandante del mismo bando, el británico Sir Henry Law Montgomery, quien es el único que hasta entonces ha vencido al alemán.

Patton logra una primera victoria sobre los tanques del mariscal nazi. Jubiloso planea su epopeya: vencedor en África, es el nuevo conquistador de Sicilia. Ahora, el contendor –vaya paradoja– es Montgomery, quien conduce a sus tropas hacia Sicilia; entre el americano y el inglés aliados, el enemigo alemán no es sino un creciente saldo de bajas. Patton solo quiere llegar antes que Montgomery.

Finalmente, el relato autoconstruido por el general estadounidense insinúa intolerable para el jefe de Estado Mayor, Dwight Eisenhower. El obstinado comandante es apartado y él se resigna a ver cumplido su ciclo heroico.

En la vida real, Patton moriría poco después de finalizada la guerra en Europa, a consecuencia de un accidente de carretera huérfano de gloria épica.

George S. Patton es de esa estirpe histórica que embelesa a los biógrafos y tienta irresistiblemente a los creadores de ficción literaria y cinematográfica. En el reino de la ficción, personajes así tornan trascendentalmente empáticos. No así cuando la ficción precede a la realidad histórica y se pretende emular alguna profecía errática.

Patton, pese a todo, tuvo el suficiente talento para hacer calzar su propia leyenda en el relato histórico de la victoria aliada, lo que le confiere el atributo de excepción en la ya agotada reedición del héroe.

La metáfora de cierre de la película, refiere al arquetipo del incomprendido hombre que quiso repetir el pasado y se dice: “Toda gloria se desvanece”. Tal vez, el mito ya fue vencido por la historia. Si no, ¿por qué se apela al símbolo del molino de viento en el plano final?

*Este es el discurso inicial de la película: