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Peter Fonda sabía lo que es estar muerto

Recién fallece el niño terrible de la aristocracia de Hollywood, siempre recordado por la aventura emprendida junto al legendario Dennis Hopper: Easy Rider, clásico del cine de la psicodelia

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Esta nota podría titular también: Born To Be Wild (“Nacido para ser salvaje”) de la banda canadiense Steppenwolf, entre otros clásicos del Bildungsroman rockero, cuando canciones cargadas de blues que presagiaban el Heavy Metal eran el amnios acústico de niños y adolescentes. Porque el personaje que anima esta recordación se entregó a destino tal, al menos mientras fue joven y guapo.

Toda una era del cine mundial se pierde en el tiempo. Se aceleran los desvanecimientos de sus creadores e intérpretes. Y sería penoso retomar la lista de un año para acá, por ejemplo.

La fuga del pasado pareciera coincidir con la tesis de G.K. Chesterton: “El periodismo consiste esencialmente en decir ‘lord Jones ha muerto’ a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo” Y la muerte de lord Jones pasa debajo de la mesa, si no cuando es el caso de quien activa la nostalgia solo de un puñado de millones.

Jane cuando moza

El pasado viernes 16 de agosto falleció Peter Fonda, a los 79 años. El actor, guionista y productor, nació enmantillado, hijo de Henry Fonda, tan emblemático actor del cine de la Gran Depresión y la post guerra, y hermano de Jane Fonda, sex symbol de los ‘60 y adorable actriz, aun inolvidable. Peter, el menor de los dos, es un icono de la década salvaje, personaje principal del ambiente y la estética psicodélica.

Si algo brota de la memoria, en ocasión de la muerte de Fonda, es un clásico de aquel cine marcado por el impacto de los alucinógenos en la generación de la época: Easy Rider (1969).

Dirigida por el actor de culto Dennis Hopper (1936-2010) y escrita por éste junto a Fonda y Terry Southern, uno de los padres de la iglesia del Nuevo Periodismo, Easy Rider es una de las primeras propuestas cinematográficas en torno al viaje –geográfico de costa a costa– pero también hacia la psique profunda de la mano del ácido lisérgico.

La road movie a lomo de motocicleta, la protagonizan los personajes (Billy) Hopper y (Wyatt)Fonda. Una vez encaramados en sus naves Wyatt, como en un ritual, se deshace del reloj pulsera en medio de una desértica carretera en California. El tiempo no cuenta en la travesía que emprenden, o empieza a contar solo por un destino llamado Mardi Gras, el atávico carnaval de New Orleans.

No van tan a la buena de Dios, los aventureros de larga melena guardan en el tanque de gasolina de la chopper de Wyatt, un cuantioso puñado de dólares provenientes de una transacción de sustancia ilegal. El descanso del viaje será en Florida, donde piensan gastarse el botín. Sueñan ellos, desaprensivos ante cualquier eventual obstáculo en el camino.

El viaje inicia con un montaje de planos según el ritmo de Born To Be Wild, mientras corren créditos. Pero, ante el desafío a la realidad de tan temerarios Billy y Wyatt, el mundo reclama su parte del juego. Y a medida que avanzan por la carretera (el mítico viaje americano, cuyo Homero es Jack Kerouac) la apuesta sube.

La estrafalaria percha de estos hípsters trasnochados, causa soterrada alarma entre los habitantes del fondo de Estados Unidos, agentes del más recalcitrante protestantismo.

No puede faltar la prisión momentánea para los alienígenas de la droga. Su salvador es un abogado que comparte celda por exceder el porcentaje de alcohol en la sangre; George Hanson interpretado por Jack Nicholson, el que faltaba a la tríada estelar. Hanson, con todo y que es abogado tiene la vida hecha pedazos por su afición extrema a la botella y los viajeros quieren compensarlo al subirlo a la chopper y más tarde iniciarlo en el cannabis para liberarlo del karma; escena memorable.

 

Hanson queda atrás por causas que quien haya visto la película sabe. Ahora sí, las cosas tornan tenebrosas, pero los quijotes del LSD siguen a todo trance la andadura.

Ya cerca de New Orleans adhieren a su causa perdida a dos muchachas de vida alegre, con quienes comparten el alucinógeno en escenario propicio a lúgubres ritos. En medio de un cementerio el heraldo psicotrópico hace de las suyas entre los cuatro, quienes son arrastrados a una suerte de ágape gnóstico. Los desnudos de las mujeres, transidas y desmelenadas, alternan con imágenes que remiten al cristianismo primitivo y más allá, al paganismo, en una secuencia que cualquiera diría es surrealista.

Es la experiencia del LSD convertida en valor cinemático; otro de los tramos de la película que la merecen como un clásico de la historia del cine, si bien contra cultural en su época.

Los personajes en la secuencia representan el “mal viaje”, cuando la sustancia que se apodera de la mente no es propicia a paraísos artificiales, sino a infiernos interiores.

Jane y Peter, grandecitos
Jane y Peter, ya grandecitos

El “mal viaje” no es infrecuente. En la llamada vida real, el actor Peter Fonda gustaba de excursiones lisérgicas. Una de ellas, a mediados de los ’60, la emprendió junto a The Beatles y cuando el embrujo se hizo presente, George Harrison se vio en mitad de un “mal viaje”: “¡Voy a morir!”, gritaba. Fonda fue a su lado cual chamán y quiso guiarlo en la experiencia psicotrópica. Fue cuando le soltó la legendaria frase: “I know what’s is like to be dead” (Yo sé lo que es estar muerto), que produjo el rechazo de John Lennon y así Fonda tuvo que salir de la fiesta privada de los Liverpudlians.

No obstante, las palabras del niño terrible de Hollywood quedaron grabadas en el alma de Lennon y compuso la canción: “She said, she said…”, incluida en el álbum Revolver (1966) Al poeta se le ocurrió cambiar el “he” que correspondía a la revelación por el “she”, para endulzar el relato con una alucinada chica como auriga del trip.

Peter Fonda no fue olvidado al menos por un sector, tal vez, no muy influyente de Hollywood, pero que le presentaba respetos a un aristócrata remiso de la industria. Con apariciones secundarias, el actor estuvo activo hasta su muerte.