Polvo: hacemos el amor y todo pasa
La violencia, la desconfianza y los celos en las relaciones de pareja forman parte de la temática de " Polvo" original de Saverio La Ruina

Hebú Teatro trae a escena Polvo, del dramaturgo italiano Saverio La Ruina, bajo la dirección de Diana Volpe. Rossana Hernández y Elvis Chaveinte dan vida a una pareja que ha dejado de reconocerse como el producto de la suma de dos individualidades. Ambos habitan en un espacio lleno de silencios y miedos. La pieza estará en cartelera durante enero y febrero en La caja de fósforos.
Es muy interesante el modo en que Diana Volpe pone en juego el texto dramático de La Ruina porque incluye una variante que potencia la acción dramática: dos bailarines crean una partitura corporal que evidencia los signos del enamoramiento y la violencia. Es una suerte de traducción simultánea de los sentimientos y experiencias sensoriales que generan los personajes en su interacción.
La puesta en escena es impecable en cuanto al cuido del gesto dramático, los actores logran expresar la cotidianidad de la violencia, esa que luce naif y por ello pasa desapercibida, porque se intuye como capricho o necedad sin comprender la verdadera naturaleza de lo que esto encierra: el control y la dominación del otro, su anulación. El dispositivo escénico en escala de grises con iluminación intimista y la ausencia de objetos superfluos ponen al relieve el infierno en el que se convierte la casa y la convivencia en ella.
Mi encuentro con los actores comenzó con una pregunta ¿cuál es el límite para definir nuestras acciones como violentas y reconocer la violencia en los otros? Esto nos llevó a una breve pero interesante conversación. Ambos —por separado— reconocieron que el hábito o la norma frente a estos comportamientos casi siempre es bajar la mirada, hacernos de la vista gorda para no involucrarnos sin entender que nuestro silencio nos hace cómplices.
La pieza plantea un escenario perfecto para recrear el ejercicio de la violencia en un ámbito de dominación y sumisión. Quizá el texto dramático parezca didáctico en algún sentido, pero su didactismo no raya en lo panfletario sino que expresa de modos sutiles y aterradores cómo nos permitimos ser violentos y ser violentados. Ahora bien, la pregunta que me hago es ¿en esa relación hay amor? El espacio que comparten nos muestra un asunto que, en nuestra cultura, se considera una manifestación amorosa, los celos y el control. Los celos como un modo de decirnos te amo y el control como forma de protección.
La protagonista es una mujer hermosa comparable con Brigitte Bardot, ese encanto es el que embelesa a su pareja, no porque la ame sino porque quiere poseerla. Esta posesión se traduce en la anulación individual de este personaje femenino. Ella no puede tocarse el cabello o el cuello mientras conversa porque eso representa una insinuación sensual, no puede vestir de un modo determinado porque quiere llamar la atención, quiere seducir. No puede hablar con otros hombres porque su pareja es el único hombre que la ama y la respeta verdaderamente, él le dice: soy un hombre y tienes que confiar en mí. ¿Cómo confiar en alguien que te mantiene bajo amenaza? Parece descabellado pero es más común de lo que nos gusta reconocer. Vivimos en un sistema que nos cierra los ojos ante el delicado gesto de la violencia, su perfeccionamiento lo convierte en algo sutil, mínimo. Pero son todas esas pequeñeces las que quiebran y socavan el alma humana.
Como mujer me sentí indignada por el comportamiento de ese hombre, me vi en el asiento de la sala respirando de un modo distinto, incómoda por lo que miraba, quería gritarle y decirle que parara. Tal vez ustedes —que me leen con paciencia— creerán que me parcializaré por ella, sin embargo, no es así. El comportamiento de este hombre responde a una estructura social imbricada en nuestro ser desde un punto de vista ideológico que sostiene nuestra aproximación y aprehensión de la realidad. Esto implica la legitimación del patriarcado que exhibe la construcción de lo femenino en negativo frente a lo masculino.
¿Por qué puedo sentir compasión por él? Mi respuesta se vincula con la catarsis desde la óptica de la tragedia griega. Puedo sentir compasión porque —objetivamente— él también es una víctima. Es el producto de una forma de comprender el mundo, así lo educaron, su estructura mental se define por el ejercicio de la dominación del otro. Su valía como ser humano pasa por la destrucción de la otredad, solo allí él logra entenderse, saberse hombre. Este personaje responde a una serie de valoraciones y prejuicios sociales que habitan entre nosotros, parecen invisibles pero se manifiestan en las cosas más sencillas y pueblan nuestra subjetividad.
Él piensa que por ser hombre es sujeto de confianza, que las mujeres abusadas sexualmente son culpables de lo que les ha sucedido. Supone que vestir de un modo determinado implica carta blanca para que un hombre se propase y así te enseñe cómo valorarte. Incluso se atreve a pensar que si durante una violación una mujer tiene un orgasmo es porque le gustó y no porque es una respuesta biológica. Asocia el sexo con placer y no necesariamente el ejercicio de uno implica el otro. En un momento crucial expresa: hacemos el amor y todo pasa. ¿Realmente pasa?
Polvo nos invita a mirarnos, a evaluar cómo construimos nuestras relaciones con los otros. Reflexionar en torno a las formas invisibles de la violencia que ejercemos a diario. Es una propuesta que nos golpea como espectadores porque de un modo u otro nos reconocemos como agentes multiplicadores de esa violencia subjetiva y sutil en el gesto y la palabra. No hacen falta los gritos o los golpes para romper el alma de quienes son más vulnerables.