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¿Qué es la poesía?

Muchas personas evitamos a la poesía por pereza, porque nos parece difícil de entender y aprehender y hasta prescindible pero ,si tenemos la dicha de toparnos con ¿Qué es la poesía? de Armando Rojas Guardia, descubriremos el sustrato de este género literario, dialéctico y formador de consciencia.

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La poesía es pensamiento analógico y simbólico estructurado rítmicamente. Siendo pensamiento, no constituye un acto irracional, ni una mera efusión sentimental, ni una simple expresión subjetiva. Es una manera específica de captar la realidad, de procesarla y de dar cuenta de ella; en ese sentido, de pensarla. Decimos que tal tipo de pensamiento es analógico porque su vehículo principal viene a ser la metáfora, o sea, la relación entre objetos distintos. El establecimiento de vínculos analógicos entre cosas aparentemente diferentes se basa en esta premisa ontológica: todo lo que existe en el universo está entrelazado, hay una conexión sustantiva entre el macrocosmos y el microcosmos, entre lo que asciende y lo que baja, entre lo que puebla el reino mineral, el vegetal, el animal y el humano: el Todo es orgánico, todo está en todo. Se trata de una antigua verdad, que la física contemporánea ha explicitado exhaustivamente, pera que ya fue postulada por el budismo desde el siglo VI a. C. bajo el nombre de la “ley de lo recíprocamente condicionado”. La poesía, a su modo intransferible, a través de la analogía es la puesta en acto de esa ley

Visión de microcosmos
Foto: depositphotos

Formulamos que ella es también pensamiento simbólico. Con ello queremos afirmar que trabaja con símbolos y los procrea. Dicho muy esquemáticamente, un símbolo es un objeto que actúa en representación de otro u otros objetos. Le propongo al lector que discierna mi aserto leyendo el poema de Jorge Luis Borges titulado “Mateo XXV, 30”. Se percatará de este hecho incontrovertible: el conjunto abigarrado y variopinto de objetos mencionados en serie por el poeta no sólo posee un carácter metafórico, al ser vinculados entre sí por el texto a pesar de que son aparentemente disímiles y muy distintos los unos de los otros, sino que constituye una representación simbólica de todo lo que puebla desde adentro “ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo”, tal como dictamina el propio Borges en su célebre cuento, “El Aleph”. Pero el talante simbólico del poema no sólo se afinca en tal orquestada enumeración, sino que su mismo título –el de un versículo del evangelio de Mateo- se convierte en el símbolo del estado de conciencia del creador ante la exigencia moral que trae implícita su destino de poeta: “todo eso te fue dado (…) / has gastado los años y te han gastado, / y todavía no has escrito el poema”.

El poeta Jorge Luís Borges

Decimos también que la poesía es pensamiento analógico y simbólico estructurado rítmicamente. Con ello no queremos sino enfatizar la milenaria conexión entre la poesía y la música. Ella, la poesía, nació vinculada a la música: en los albores de nuestra civilización los aedas acompañaban sus versos con la flauta, la siringa, la cítara y la lira. Durante muchos siglos los poetas orquestaron sus poemas ceñidos a los patrones métricos emanados del caudal retórico de su propio idioma: esos patrones métricos no eran otra cosa más que la condensación de la respiración de la lengua. Los modelos estróficos, el número de sílabas, la rima consonante y asonante, resguardaban la musicalidad del texto, la palpitación sistólica y diastólica de su ritmo, la pautada cadencia de su despliegue verbal. Hoy se ha abandonado el recurso de esos patrones métricos porque el poeta actual apunta a una musicalidad más compleja y original: el verso libre brotó como una protesta contra la música encorsetada, fácil, superficial; pero no puede haber poesía genuina sin voluntad musical, sin tensión rítmica. El ritmo es la víscera del texto poético.

La poesía tiene su ritmo Foto: es.pngtree

Todo este pensamiento analógico y simbólico estructurado rítmicamente tiene como objetivo aproximarse a lo inefable, a lo que está más allá de las palabras. Pero con esta característica esencial: la poesía busca allegarse a lo que trasciende la palabra, pero dentro de ella, trabajando en su seno. Esa es la gran paradoja del fenómeno poético: acercarse a lo indecible en el interior de lo decible. Para lograrlo, debe fracturar, desgonzar, desquiciar el orden convencional de las palabras. Esas mismas palabras que creíamos muertas, disecadas, inertes gracias a su uso habitual, el-de-todos-los días, en el poema empiezan a saltar, a encabritarse, a danzar, a adquirir connotaciones y significados inéditos, a desplegarse en una subversiva, revolucionaria polisemia. De esta forma, la poesía nos sustrae el consuetudinario piso mental de nuestra captación del mundo: a través de ella aprehendemos una manera-otra, nueva, de percibir la realidad. Y nos acercamos, trémulos, balbuceantes, a lo indecible, a lo que subyace al lenguaje, pero trascendiéndolo.

El poeta Rafael Cadenas

Y es claro: la poesía, como alguna vez dijo Rafael Cadenas, representa una “espléndida derrota”. Porque ella es la primera que sabe que lo inefable no puede ni podrá jamás ser dicho. Su territorio ontológico es inexpugnable. Lo indecible constituye el desafío permanente de la poesía. Asumir el reto de su quemante cercanía sin apropiárselo viene a ser un maravilloso fracaso: llegar a su umbral, apenas rozarlo, testimoniar su proximidad sin poder objetualizarlo: he allí su insustituible grandeza.

Flor de jazmín. Foto: Lysa Flores