Retrato familiar
Miguel Marcotrigiano nos presenta en "Nuestros más cercanos parientes. Breve antología del cuento venezolano de los últimos 25 años" (Madrid, Kalathos Ediciones, 2016) una muestra de relatos que inicia en 1990 y concluye el año de su salida pública

Desde 2001 hasta hoy se han publicado, al menos, dieciocho antologías y diecisiete muestras del cuento venezolano, donde se difunden materiales recientes junto a otros de distintos períodos de nuestra literatura. Lo cual señala no solo la persistencia del género entre nosotros, sino la dinámica de un sistema literario en el que, por supuesto, surgen (deben surgir) novísimos narradores enfrentados a un contexto de difíciles condiciones sociopolíticas que hace de la práctica del relato un alto compromiso estético cuyo fin último acaso sea ofrecer, en clave fictiva, explicaciones simbólicas, pulsionales y hasta de carácter antropológico sobre la grave coyuntura que atravesamos.
La diferencia entre una antología y una muestra, permítaseme la deriva metodológica, es crucial. Una antología de cuentos reúne, con base en unos parámetros específicos y limitantes, como la recurrencia de unos temas o motivos, por ejemplo, de unos elementos estructurales o de un estilo prosístico, textos que cumplen con cualidades baremadas de antemano.
Una muestra, por su parte, conjunta relatos seleccionados con categorías más flexibles: el ganador y los finalistas de un concurso, digamos, las composiciones que han impactado (por cualquier causa) al compilador, los trabajos correspondientes a un lapso. Por supuesto, con mucha frecuencia los criterios que alientan a quien organiza una antología o una muestra suelen traslaparse; no obstante, es necesario distinguir un tipo de libro de otro pues de ese modo se atajan torpes escaramuzas. Ambas realizaciones contribuyen con la divulgación del género, pero por el espíritu que la insufla una muestra provee un conocimiento general –no minucioso– del estado del cuento en un momento determinado: aquél fijado como arco temporario para hacernos leer lo que en ese instante dispone el terreno.
Así, lo que Miguel Marcotrigiano nos presenta en Nuestros más cercanos parientes. Breve antología del cuento venezolano de los últimos 25 años (Madrid, Kalathos Ediciones, 2016) es una muestra de relatos que inicia su cala en 1990 y concluye el año de su salida pública. Se trata de treinta y tres cuentos que nos permiten adentrarnos en el imaginario de un país y de sus sujetos en una era tumultuosa y precaria, pero de sólidas materializaciones narrativas.
Que no llame a confusión el hecho de que el subtítulo destaque la frase: “Breve antología”. En sentido estricto, el término “antología” significa “colección de piezas escogidas” (DLE, 2014); por ello es común que aparezca en muestras de variada especie, como ocurre en Antología personal del cuento venezolano (1977), de José Fabbiani Ruiz, y en Antología del cuento venezolano (1994), de María del Pilar Puig, para citar dos compilaciones reconocidas.
En Nuestros más cercanos parientes Marcotrigiano incorpora textos de narradores ya consagrados por cierta tradición crítica (Israel Centeno, Silda Cordoliani, Juan Carlos Chirinos, José Roberto Duque, Oscar Marcano, Juan Carlos Méndez Guédez, Eloi Yagüe) al lado o vecinos de páginas de jóvenes de meteórica carrera como Carlos Ávila, Rodrigo Blanco Calderón, Liliana Lara, Sol Linares, Carolina Lozada, Roberto Martínez Bachrich, Mario Morenza, Gabriel Payares, Keyla Vall de La Ville (todos con varios libros publicados).
Asimismo, hay textos de una generación llamémosla intermedia: José Tomás Angola, Roberto Echeto, Salvador Fleján, Lucas García, Gisela Kozak, Mariano Nava Contreras, Fedosy Santaella.
Quede claro: la selección se rige por el criterio de incluir trabajos publicados o escritos (algunos se mantenían inéditos) entre las alcabalas cronológicas exigidas por la muestra.
Conforta ver en el índice cuentos de Luis Felipe Castillo, Laura Cracco y Dina Piera Di Donato, autores de quienes se ha sabido poco la última década.
Las apuestas recaen en los títulos de Víctor Alarcón, Mardon Arismendi, Carlos Colmenares y Fernando Vanegas, talentos que apenas inician sus labores en el negocio de la prosa creativa.
No deja de lado Marcotrigiano los casos de vocaciones secretas que despuntaron de forma tardía: Krina Ber, Heberto Gamero, Federico Vegas.

La muestra constituye, entonces, un panorama personalísimo (vale insistir: los tomos de esta especie siempre lo son) de un segmento de nuestra narrativa corta, a la que no se le puede cuestionar su naturaleza ni los laxos fundamentos expuestos en el “Pórtico”; aunque resulta útil como mapa de los imaginarios coincidentes y disímiles, de los estilos y poéticas (consolidadas o incipientes) y de los impulsos (políticos, sexuales, profundos o sobre el tedio cotidiano) que activan la necesidad de comunicación de los autores. Sirve también para contemplar algo de las entrañas ficcionales de un país que al parecer no termina de hacerse.