Roberto Giusti en entrevista con el director de orquesta Daniel Barenboim
“El oyente que disfruta es aquel que se sabe colgar del primer sonido y vuela con él hasta el final”, expresa Barenboin

No le caben en los bolsillos los cuatro pasaportes: el de Argentina (allí nació), el israelí (por judío) el español (donde pasa parte del año) y el palestino (por la causa de este pueblo que tiene como suya). Eso lo dice todo de un músico que trasciende las partituras y hace de su oficio una razón para la búsqueda de lo que parece un imposible: la solución del conflicto árabe-israelí. De origen ruso, su niñez transcurrió en Argentina, donde nadie tenía conflictos de identidad. Luego vivió IN SITU el nacimiento del Estado de Israel y el sufrimiento que implicó para los palestinos. Ahora predica la compasión y la comprensión entre ambos pueblos porque, parafraseando a su carnal, ya fallecido, el orientalista Edward Said, “los palestinos son las víctimas de las víctimas”. A sus 68 años, Daniel Barenboim recorre el mundo con su orquesta multinacional y llega a Caracas con los recuerdos de dos visitas previas (1960 y 2000): “Venezuela me fascinó por el personaje Teresa Carreño. Siendo niño conocí a Claudio Arrau y cuando hablaba de las pianistas de su pasado decía que Teresa Carreño era la que más le impresionó. Y me lo decía con tanto detalle que tuve la sensación de haber oído a la única persona en el mundo que fue niña prodigio de la música”.
Tampoco economiza encomios a la OSJSB: “En el 2000, cuando vine a Venezuela, me llevaron a un ensayo. Dirigió un jovencito de mucho talento, poco conocido entonces, llamado Gustavo Dudamel. Allí comprendí que la idea del maestro Abreu es genial porque, además de resolver problemas humanos y aliviar otros, coloca la música a nivel universal”.

-¿No le otorga usted a la música un papel que trasciende lo que cualquier otro director pudiera asignarle?
-Se piensa que uno debe tener mucha experiencia para hacer música, que también es cierto, pero en mi vida he aprendido de la música tratando de descubrir su naturaleza. La música es espíritu, pero se expresa a través de un fenómeno físico, el sonido, que no se puede comprender porque no sabemos dónde vive. Cuando escuchamos una orquesta y ésta finaliza, el sonido desaparece y no sabemos a dónde va. Por eso el compositor italiano Ferruccio Busoni dijo que “la música está, a la vez, dentro y fuera del mundo”.
-Cuando usted le asigna a la música la misión de unir pueblos ¿no pide demasiado?
–Yo no le pido a la música nada. Es ella la que nos pide. La música tiene enorme importancia humana y resulta útil para la concordia porque es diálogo permanente. Yo no le doy a la música un papel superior a lo que es. Tanto ejecutante como oyente debe abrirse ante ella. Si en un concierto usted no le abre su cerebro, alma y oídos, no disfrutará nada. La música no permite la pasividad. El oyente que disfruta es aquel que vibra con la música, que se sabe colgar del primer sonido y volar con él hasta el fin.

-Usted hizo una obra unificadora entre palestinos y judíos con Edward Said, quien se quejaba de la incomprensión occidental hacia el Oriente. También habla de la necesidad de ser iguales, pero ¿no cree que la búsqueda del otro reside también en difundir expresiones musicales de la cultura oriental?
-Ese es un matiz. Hasta ahora la música de gran talento es europea. Hay un gran acervo de música oriental, pero nuestro proyecto no es demagógico. No buscamos repertorios que hagan sentir bien a unos y a otros. Tratamos sí de convocarlos, pedirles, exigirles que den todo para entrar en ese mundo fascinante y profundo de la música. Las sinfonías de Beethoven, que estamos interpretando, no son sólo para europeos porque, esa música, creada en Europa, tiene significado universal.
-¿Cómo se junta en la Orquesta jóvenes de países diversos y opuestos?
-Edward Said y yo no quisimos imponer un pensamiento, ni dimos respuestas. La idea es que hagan preguntas porque sin ellas no hay diálogo. Cada quien puede expresarse y oír al otro, con el cual puede no estar de acuerdo. Pero lo importante es que diga lo que piensa, lo que se le antoje, le duela o le alegre, sin ofender. Así que no es un proyecto de paz, sino de diálogo y cuando esto sucede se van creando las condiciones que podrán llevar a la paz.
-Ocurre en la orquesta, pero no en el Medio Oriente.
-En la orquesta funciona porque tenemos algo de lo que carecen allí: la igualdad. Ante una sinfonía de Beethoven un palestino es igual a un israelí. Pero en Israel y en los territorios ocupados no son iguales.

-Cuando interpretó a Wagner en Israel, ¿quería probar la tolerancia de los suyos?
-Wagner fue un antisemita espantoso, pero eso era casi normal en la Europa del siglo XIX. Lo que molesta a mucha gente en el mundo judío es que Hitler se apoderó de Wagner para presentarlo como profeta del nacionalsocialismo. Pero eso no fue así. Wagner no se toca en Israel por antisemita, sino por las asociaciones que los racistas han creado. Hay mucha ignorancia y sé que la gran mayoría de quienes se pronuncian contra la música de Wagner piensa que vivió en Berlín por 1942 y que era amigo de Hitler.
–Aquí vivimos una gran polarización. ¿No debería crearse una orquesta de chavistas y antichavistas?
-No conozco la situación venezolana, pero la música ad- mite divisiones siempre que no sean musicales. En la orquesta todos tocan en armonía y así se juntan los polos más opuestos.
Publicada por El Universal el 8 de agosto del 2010