Santiago Rothe Sandoval discurre entre el antes y el después en “Agualumbre”
" Agualumbre" de Santiago Rothe es un poemario lleno de nostalgia y musicalidad. Ahí está el río con su luz, el terruño y las voces de su infancia entre otras vivencias.

Agualumbre es el nombre de la casa de Santiago Rothe Sandoval, joven poeta venezolano de Mérida. También es el nombre de su libro editado por Nuevos Clásicos Editorial en la La Paz, Bolivia, ciudad donde reside actualmente. Un libro que escribe para sanar y recordar, un libro en el cual la escritura habla del pasado para desprenderse del dolor del olvido, recordando ese tiempo desde un lugar delirante. Ahí se mezclan distintas voces ; su voz canta, pero a la vez cantan las voces que lleva dentro, voces de personajes de su infancia y de su historia andina que lo acompañan.
“En otro tiempo éste lugar era un vagón de tren,
en otro tiempo reíamos viajando”
La luz que alumbra pero que también se pudre, es una constante que recorre la poesía de Santiago, sobre todo en la última parte del libro. Aquí estar iluminado se convierte en enfermedad, en algo que lo parió y lo arrastra consigo, en algo que le reclama su óxido pero a la vez le revive la voz, lo auxilia en el destierro de lo verde y como una madre violenta, lo arrulla convirtiéndolo a pasos agigantados en el hombre que es ahora. Esa luz le reafirma su poder de creador, le adjudica la potestad de crear y también de destruir, perdido en su propio salvajismo.

“Estoy enfermo
Lo sé
Esta luz que me parió
Esta luz que agoniza me arrastra consigo
Yo que en aras de la ceguera he derrum-
bado mis huesos
Que no he logrado revivir las voces
que importaban
que en cada esquina hago de mi un
punto muerto
que lloro ante la injuria
que atropello mi voluptuosidad
para pacer rumiante
que me dejo llevar por el impacto
que estremezco la caliza
que me oxido
como las malditas flores
que sostengo un discurso
salvaje
que retoño mi oscuridad
que sacrifico mi imagen
que soy impuro
que huelo a tierra a mastranto
que me masturbo
sin rostro
(…)
que soy dios
que me adjudico
la potestad
de crear
de destruir
lo inmaculado”
El libro está lleno de expresiones coloquiales, con un halo nostálgico y profundamente andino, incluso contiene un glosario para el lector poco familiarizado, con palabras como Atestado ,Bejuco, Yopo, Bahareque, Taita, Chinchorro; el autor no se contiene cuando se expresa en su lengua raíz, en su dialecto y en el dialecto de sus otros, parte sin duda de su manera de ensimismarse, de tirar piedras a su río interior, y el ritmo coloquial también privilegia la intencionalidad del autor cuando habla de lo cercano desde lo lejano.

“Mi canto es una troja llena de alacranes
Su muerte se confirma en el profundo re-
medio del saúco
En la intensidad del escalofrío que somos
Tanto que nos decían NO SEAS TAN
ATESTAO
e hicimos vástago del pensamiento y
bejuco del corazón al fondo, la talanquera y la fosa común,
los órganos familiares
la desconfianza”
El libro se divide en dos cantos y en ellos Santiago marca un antes de abandonar su casa y sus amigos y una memoria lo deja ser un niño eternamente. El poema se convierte en un recorrido por las distintas voces que habitan en su cabeza, en donde su casa/alma se encuentra con amigos y les habla desde la distancia y la ternura movediza, como queriendo convertir sus versos en una vasija de barro llena de agua y volcarla sobre ellos.
“El río muere y Daniel se ríe y Daniel se ríe
supongo que cree que nos ha atrapado en
su loquera
supongo que supone la victoria de su san-
gre sobre la penumbra
Danielito, Danielito, estás bien loco
pero siempre serás paisaje y las cosas
más sencillas
como un vaso de cocuy
como el frío
como lo siniestro”
Se podría decir que en este libro, el desdoblamiento es frecuente. Contiene las voces de algunos de los heterónimos de Santiago, que se cuelan en las montañas para conversar con él su canto desesperado, viejos amigos y exploradores de los caminos, al igual que Santiago de la experimentación con el hongo, con lo alucinógeno que se encuentra en la montaña y que casi como duendes logra embrujarlos.
“Hay que apurarse Estivi, los hongos están
creciendo
—El tiempo es una barca innavegable—
Sí, pero la luna está más cerca que ayer,
los caballos ya huelen a musgo
—El río canta
El bosque tiene el corazón de un turpial
¿Sabías que tengo un hijo levantando una
casa en el páramo?—
Debe ser de muros anchos…
—El viento es más ancho
Los muros serán del tamaño de su sober-
bia.—
¿Su soberbia le ganará al frío?
Hay que apurarse, la noche quiere
derramarse
—Que se derrame
después de comer no volveremos a ver
nuestros rostros
entonces hablaré con María de todo esto—
María cantaba de solo respirar
—Sí, era un relámpago sin tristeza…
Tengo sueño Santiago—
Tranquilo, vuela Estivi, vuela
Se va el viejo en su corriente y se
une al agua de los cielos
Abandonados decidimos
tomar otro rumbo”
Lo que le dicta su cabeza a Santiago, está en formato de canto, tiene ritmo y un aliento continuo, porque aparte de poeta, Santiago es músico y cineasta, con interés sobretodo en el área del sonido, y lo deja entrever en algunas imágenes y guiños en donde la emocionalidad, se mezcla con una cualidad fotográfica.
“Con todo y todo
Sabíamos jugar en nuestro lodo
¿Recuerdan?
El dolor como cámara mágica esculpiendo
delicadas torres orientadas al suroeste
como si de pintar fronteras se tratara
como si la violencia pudiese venir más
despacio abrazada con el viento”
Agualumbre logra enfrentar al lector consigo mismo, porque el autor se enfrenta a distintas transiciones del destierro con su yo esencial. El lector se vuelve casi un soñante unido con la voz emocional de Santiago, que está lejos de casa y explora la multiplicidad de emociones, de abandonos, de árboles, murmullos, flores y misas en donde comulga en la espesura del monte, de ese río que es Agualumbre. Particular para una casa, el agua que alumbra, el agua que ahora es luz, el agua que es recorrida por la luz, la luz que fluye sobre el agua. Podría ser también una metáfora para nombrar el sentimiento que te queda al leer el libro, en donde las ausencias y la celebración habitan por igual en una corriente que cae rápida y certera, que te mira velada y que insiste en que todo al principio fue grito, en modo de reclamo en el agujero de la montaña para no abandonarse a sí mismo, para no perderse en el camino e ir de a poco a los pequeños rebaños de imágenes que dejó atrás.

“El grito se nos va, se desvanece
En otro tiempo éste lugar era un vagón de
tren, en otro tiempo reíamos viajando
Pero la sombra del barbecho
se detuvo y cuajó su fortaleza temprana
Nuestra sangre se revuelve bajo la som-
bra de los árboles nombrados
Árboles silenciosos y mecánicos
Silenciosos aun astillándose contra el
viento
Sus nombres son los nombres de mis
ancestros, sus nombres son bebedizo
rastrojo y barbas aéreas”
Pueden leer el libro Agualumbre en el catálogo de Nuevos Clásicos Editorial, a través de la plataforma issuu, en este link
https://issuu.com/santiagorothe/docs/agualumbre-santiago-rothe-sandoval