Sobre “Fin de Poema”, de Juan Tallón
En este artículo, Ricardo Ramírez trabaja un libro con componentes de ficción, en el cual Tallón trata el suicidio de los escritores ;Anne Sexton, Cesare Pavese, Alejandra Pizarnik y Gabriel Ferrater

Juan Tallón (Vilardevós, 1975), ha acometido su obra literaria en dos lenguas peninsulares: el español y el gallego. Hablamos de dos tradiciones diferentes, pero cercanas. En cada una de estas lenguas ha recibido premios y ha cultivado la narrativa y el ensayo. Su trabajo de acercamiento a estas dos tradiciones se puede encontrar también en la traducción que hizo de Festival, de César Aira, al gallego.
Todo autor que trabaja desde dos lenguas trabaja desde fronteras. Estas fronteras han sido exploradas en su obra, pero en particular en Fin de poema. Publicada en gallego en 2013, y en español en 2015, llega a Venezuela en 2018 en una edición cuidada de la editorial Madera Fina, quien se ha destacado por acercarnos a la literatura iberoamericana de manera constante, en especial a través de autores que, a pesar de sus talentos, no están en el centro del meridiano literario. Hablamos de obras construidas con esmero y paciencia y que definen en mucho a algunos autores de culto.
Fin de poema es una obra que explora, con una mirada amable, los últimos días, horas, de poetas destacados del siglo XX que tomaron la decisión de suicidarse: Anne Sexton, Cesare Pavese, Alejandra Pizarnik y Gabriel Ferrater. Cada uno tomó la decisión de acabar con su vida de distintas maneras y en países y circunstancias diferentes: Turín, Buenos Aires, Boston, Sant Cugat. La exploración narrativa que hace Tallón nos va acercando a las obsesiones, tristezas, logros, triunfos, y cotidianidades de estos poetas. Hace mucho más que un balance: se atreve a recorrer los momentos finales con atención, sin patetismo y con una mirada que podríamos pensar llena de comprensión.
Cada uno de estos poetas gozó de fama y reconocimiento: Pavese, como poeta, narrador, divulgador de la literatura norteamericana en Italia, y editor de Inaudi. Pizarnik, como la gran poeta desde su adolescencia, que contó con los apoyos y padrinazgos de autores como Julio Cortázar y Octavio Paz. Sexton, como la mujer que alcanzó una fama importantísima, y que dictó talleres y conferencias en importantes universidades norteamericanas. Por último, Ferrater, como poeta pero ante todo, a través de su acercamiento a la lengua española, la gramática, la lingüística. Es inevitable la pregunta: ¿qué los llevó a suicidarse? Este libro no se propone responder esta pregunta. Lo que si se propone y logra, es recorrer aquello que no fueron esos logros en los poetas, esa condición última de su sensibilidad que los hacía sentirse ajenos al mundo. Ese fracaso interior, recorrido a través del blanco de la página, el alcohol, o el fracaso amoroso. Hablamos de autores que, con su muerte, recuerdan que la vida no es una sucesión de éxitos, sino un misterio que cuesta mucho destapar y, a la vez, hacer callar.
Tallón recorre el libro y nos lleva paso a paso hacia el interior de estos poetas en sus ciudades. Contándonos sus últimos días, va hilando una atmósfera neblinosa que construye con palabras: sabemos de sus amigos, amores, trabajos, anécdotas, dolores y sinsabores. Hay un “crack” adentro de ellos. Hay una incapacidad de llegar al otro o que el otro llegue a ellos: amigos, psicoterapeutas, amores. Lo podemos leer en Pavese, por ejemplo:
No está convencido de por qué lo hace, simplemente desea hablar, fracasar otra vez en el intento de comunicarse, porque-piensa-todo acto de comunicación con el otro es vano, una estúpida pérdida de tiempo. Pero hay que intentarlo, porque solo se tiene a sí mismo. No parece mucho a estas alturas. Aunque cree que eso tampoco es del todo exacto. “Cuando no tienes nada, tampoco te tienes a ti. Si todo alrededor es vacío, nada, completo silencio, tú acabas arrojándote también sobre ese abismo”. El hombre se pierde. He ahí la lección de todos estos años: el hombre no está consigo, está fuera.
En la soledad profunda de sus propias existencias, aparece la poesía. Como en Sexton:
Hasta entonces su vida había sido un desastre indómito, o una sucesión de desastres. Todo cambió aquel día, durante la Navidad de 1956, cuando Ivor Richards apareció en televisión ofreciendo una clase magistral sobre el soneto. De pronto, existía una ventana. A partir de ese momento su vida siguió siendo un desastre, se reiteraron los intentos de suicidio, los internamientos en sanatorios, los saltos de amante en amante, las agresiones maritales, las terapias, pero todo era diferente: ahora estaba la poesía.
Es la poesía el recurso para comunicar lo que hay adentro, pero también para resguardar del dolor del mundo aquello que está afuera. Aquello que no se comunica. Aquello que no está hecho para eso. Pero también ocurre que la poesía, escribir la poesía, publicarla además, de nada sirva ya. Como en Ferrater:
En esa atmósfera clandestina Carmen le lanzó a Gabriela una pregunta a la que llevaba mucho tiempo dando vueltas, a semejanza de un caldo casero que requiere lentitud y poco fuego. Ahora estaba al fin madura y la curiosidad la quemaba por dentro. “Gabi, ¿y tú por qué no has vuelto a escribir poesía?”. Tal vez su amigo llevase tanto o más tiempo dando vueltas a la respuesta, porque no tuvo que pensarla. “El verdadero poeta deja de hacer las cosas cuando ya las sabe hacer, no las alarga, porque entonces hace estilo de su propio estilo”.
Y entonces comienza el rito cerrado del adiós. Como en Pizarnik:
Algo se quiebra dentro de Alejandra como una rama seca. Sienta ganas de llorar. Pasan algunos minutos. Llora, por fin. La noche la desespera con el silencio improductivo que propone. Precisamente, la noche y el silencio. Es como si sus aliados, en su peor momento, se volviesen contra ella y maquinasen eliminarla “con brío pero sin saña”, cortándola “como manjar digno de los dioses y no como carnaza de perros”, como si su sangre tuviese que correr a toda costa, al ejemplo del drama romano de Shakespeare.
Toma otra pastilla. Hace un intento por escribir a Cortázar y agradecerle el envío de los libros, pero también la prosa se le niega. Ahora lamenta no haberle pedido a Olga que se quedase a pasar la noche. La soledad no siempre da compañía.
La soledad no siempre da compañía. Estos poetas buscaron entonces la compañía de la muerte, como final de la soledad.
Como fin de poema.
