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Sucede que soy horrible: cría cuervos y te sacarán los ojos

"Sucede que soy horrible" es una interesante crítica al panorama político presente y a la sociedad venezolana en su bipolaridad

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El tercer montaje de jóvenes directores llega, a Espacio Plural del Trasnocho Cultural, de la mano de Sareni Siplenko. Nattalie Cortez, Rolando Padilla, Mariana Marval, Beatriz Sojo y Calique Pérez son los actores que dan vida a la familia Silva en Sucede que soy horrible, de Gustavo Ott. Un afiche, que imita el poster realizado por Shepard Fairey para la campaña de Barack Obama, nos da la bienvenida al teatro y genera una expectativa sobre lo que veremos. Un dispositivo escénico muy sencillo recrea el pantry de una casa caraqueña en la que no puede faltar el tradicional carrito-bar lleno de bebidas espirituosas de alto estándar.

La familia de un alto jerarca del partido, al que el yerno llama ‘el padre fundamental’, vive, en su burbuja hexagonal, una vida sin compromisos ni responsabilidades. La división familiar que oscila entre la fascinación y el hastío por la política no se hace esperar. El ambiente enrarecido responde al clima electoral que se asocia con el tiempo atmosférico. La madre señala que, en esas ocasiones, siempre llueve y que esta vez es distinto, el clima no está para contiendas electorales. Ott aplica este recurso dramático como prolepsis, un presagio de lo que se avecina.

Nattalie Cortez

El partido Tu Muro luce imbatible en las encuestas, lleva una ventaja impresionante a sus adversarios y las elecciones son imperdibles. Ellos ganarán porque este es un país de voluntades en las que se evidencia una marea de sueños y la gestión del partido es el testimonio de diez años de felicidad comprobada. Un ridículo, pero eficaz, jingle amina la campaña electoral: empleos, casa, progreso, un pueblo que reclama igualdad y felicidad.

La pregunta es ¿de qué país hablan? Sin duda alguna es el nuestro pero, desde qué perspectiva lo está planteando Siplenko. El texto de Ott parece aludir a las esferas del chavismo pero la propuesta escénica presenta un sistema de referencias opuesto, los Silva son una familia acomodada del Este de la ciudad. Todo esto me lleva a pensar en un ejercicio de síntesis que se agrupa al género de los políticos en una misma categoría, sin distinciones partidistas porque, al fin y al cabo, todos son lo mismo. Aquí está el punto de interés, la joven directora se arriesga y juega dominó con dios y con el diablo porque la puesta en escena fija un camino que, a todas luces, puede ser complaciente para los dos extremos en los que se encuentra dividida la sociedad venezolana. La lectura es doble y va en una sola dirección: los políticos crean al votante y la política inventa a los ciudadanos.

Mariana Marval y Calique Pérez

Sucede que soy horrible es una interesante crítica al panorama político presente, a la sociedad venezolana en su bipolaridad y a los ciudadanos que ejercen la irresponsabilidad aliándose irrestrictamente con el candidato de turno que les diga lo que quieren escuchar, que valide sus perspectivas a pesar de que puedan ser acríticas.

La familia como escenario de traición es una de las claves de la dramaturgia de Ott y, esta vez, es presentada en asociación con lo político, mejor dicho, con la política. Los Silva están enfermos de poder, ausencias y secretos; son un cuerpo podrido por el cáncer. El amor es una fachada, la unidad familiar una simulación.

¿Qué es un político? Un gran gesticulador, adquiere la máscara, sabe fingir y su naturaleza es, eminentemente, práctica. Ahora bien, ¿todos son iguales? Yo diría que no pero la obra de Ott nos dice que sí, hay un momento interesante que pone esto en evidencia. El ‘padre fundamental’, en una conversación honesta con su yerno, también miembro del partido, revela el verdadero rostro de los políticos como él. Cuando ingresaron al partido y a la vida política lo hicieron pensando en que su labor allí les permitiría transformar la sociedad y por supuesto escalar posición, con el tiempo se dieron cuenta de que la sociedad no se modifica si no quiere hacerlo. Es decir, la sociedad no se transforma desde el poder sino que es ella la que permite o no el cambio. Luego de tener clara esa idea lo único que queda es el dinero, ese que proviene de los negocios que se hacen en la política, un dinero sucio que compra y lava conciencias.

Nattalie Cortez y Rolando Padilla

A partir de este momento, la obra presenta un giro interesante en torno al problema de la responsabilidad. Las hijas, el yerno y la madre son interpelados por las autoridades del nuevo gobierno porque han salido a la luz casos de corrupción en los que ‘el padre fundamental’ es pieza clave. Ellas no conocen otra vida, está bien que su papi las lleve de viaje por el mundo o les compre un yate, jamás cuestionan de dónde proviene el dinero para costear esos lujos. Está bien tener una carrera universitaria y no ejercerla porque no necesitan trabajar, su padre está en el gobierno y eso es suficiente. No hay mérito, esfuerzo ni compromiso.

Mariana Marval y Beatriz Sojo

Unas líneas atrás dije que la pieza y el montaje tenían una lectura doble del mismo país, porque asistir al desmoronamiento de los personeros del gobierno, verlos en ruinas es la esperanza de muchos, en la actualidad, pero no olvidemos que también lo fue hace más de veinte años cuando la propuesta de una revolución en marcha prometía acabar con las cúpulas podridas del puntofijismo y muchos decidieron que ese era el camino. Parece que Ott nos mira con distancia y atestigua que somos aves de rapiña. La ruindad es el síntoma de lo horrible.