Vanessa Vargas: ideas expresadas en cuerpo y alma
La artista caraqueña se desarrolla como performer y bailarina, al mismo tiempo que realiza investigaciones en la ciudad de Nueva York

Para expresar lo que inquieta, el ser humano, en su paso por este planeta, ha ido encontrando soportes y maneras. El lenguaje oral, escrito y corporal, además de las artes, le han permitido desarrollarse.
Vanessa Vargas es bailarina, comunicadora social y artista del performance. A través de los lenguajes propios de cada esfera, la caraqueña indaga en los fenómenos que despiertan su inquietud. Egresó como Comunicadora Social en la Universidad Central de Venezuela y también como Intérprete de Danza Contemporánea del Taller de Danza de Caracas (TDC), en donde continuó bailando hasta su traslado a Nueva York, desde donde le habla a Esfera Cultural.
– ¿Cómo fue tu acercamiento a la danza?
– Como muchas niñas, empecé con clases de ballet en la escuela del Teatro Teresa Carreño. Fue una entrada interesante al mundo de la danza, me permitió entender que me gusta y me siento cómoda expresándome o manifestando ideas a través del cuerpo en movimiento. Por eso me fascina el arte vivo, me atrae desde chiquita.
Estando en la escuela veía los ensayos de Danzahoy en la sala Ríos Reyna y decía “me gusta el ballet, pero eso que están haciendo ellos me parece poderosísimo”.
– Al terminar el colegio, Vargas ingresó a la Universidad Central de Venezuela de donde egresó como Comunicadora Social y entró al Taller de Danza de Caracas (TDC), donde se formó como Intérprete de Danza Contemporánea y se mantuvo como miembro de la compañía y docente.
– En el Taller hice a mis amigos, mi familia. Viví allí por 13 años. La danza es la verdad meridiana a través de la cual yo hago el resto de mis actividades. Durante ese tiempo fui miembro fundador del elenco contemporáneo de la Compañía Nacional de Danza, bailé en proyectos independientes con Luis Villasmil, Armando Díaz, Félix Oropeza. Di clases en el TDC y en la Escuela Nacional de Danza.

– ¿Cómo combinas esas dos carreras?
– Siempre digo que hay cosas que no se pueden decir con la letra y esas otras cosas las digo con la danza. Siempre me interesó pensar la danza, escribir sobre danza, analizarla.
Mi tutor de pregrado fue Marcelino Bisbal, quien es mi “Maestro Yoda” de la Comunicación y me invitó al máster en Comunicación para el Desarrollo Social que ofrece la Universidad Católica Andrés Bello. Con toda esa información y mi interés por la danza, empecé a articular mi propia línea de investigación. Al terminar presenté la tesis La danza contemporánea en la ciudad de Caracas: un diagnóstico de su producción cultural (2012).

– ¿Cómo ha sido tu estadía en Nueva York?
– Mi esposo es filósofo e iba a comenzar un postgrado en Nueva York, entonces nos vinimos. Encontré un máster en Estudios del Performance en la Universidad de Nueva York (NYU por sus siglas en inglés), apliqué y hallé bien articuladas, desde la danza y el performance, todas estas informaciones que había venido investigando por separado.
Nunca he sentido que esté exiliada, no tengo esa sensación, sin embargo siento que no estoy en mi lugar de origen. En Nueva York tu cuerpo se siente diluído con otros cuerpos, es una ciudad increíble, con mucha energía y poder, que te da mucho pero también te exige. Mientras estudiaba la maestría, realizamos una investigación de campo sobre el performance y la migración entre México y Estados Unidos. Viajamos durante 18 días por todo el sur de México, cruzamos por el río la frontera con Guatemala, hicimos entrevistas y entramos en contacto con los diversos conflictos de que se presentan allí. Fue un viaje muy poderoso.
En una de las entrevistas, un señor me dijo “mi mayor temor no es morirme, es que la gente que dejé ahí se olvide de mí”. Eso me retumbó porque a mí me pasa lo mismo, esa sensación de desterritorialización muy fuerte. Empecé a investigar, a escribir sobre el tema de la cartografía e hice una pieza con Nela Cote que se llamó Becoming Invisible. Continué trabajándola remotamente con Nela y con Mariana Alviarez, bailarina de TDC, y la terminamos de ensamblar en Buenos Aires, le cambiamos el nombre a Humo/Smoke y la presentamos en el Encuentro Archipiélago de Movimiento el año pasado.

El texto que acompaña a la obra se titula De la cartografía a la coreografía, y habla sobre las relaciones y vínculos más allá del fronteras, el desarraigo, el exilio y el cuerpo en medio de un proceso migratorio. Las dos artistas que la acompañan también son venezolanas, Alviarez vive en Buenos Aires y Cote en Málaga, y lo que no puede decir Vargas en el texto, lo plasman juntas en la pieza de danza.
– ¿Cómo fue la experiencia trabajando con el MoMA?
– En el Museum of Modern Art de New York fui Performer y Performance facilitator, que es quien ayuda a los asistentes y visitantes a interactuar y participar de algunos performances en el museo. Aprendí muchísimo, estuve allí entre enero de 2014 hasta agosto de 2016, y trabajé en las exposiciones de Lygia Clark, David Lamelas y Yoko Ono.
Vargas también ha colaborado con compañías como Rastro Dance Company, Accidental Movement, dirigidas por venezolanas en NY, y en Kinematik Dance Thether y Chameki Lerner.

– Con base en tu investigación y tu experiencia en Nueva York, ¿qué reflexiones puedes compartir sobre la danza contemporánea en Venezuela?
– Para empezar, en Venezuela es difícil hablar de compañías de danza independientes, porque el paternalismo del Estado es omnipresente, abarca incluso el sector cultural. La crisis de producción dancística existe porque al país estar en crisis, las compañías dejan de funcionar pues dependen en mayor o menor medida del Estado.
Aunque esté fuera de lugar la comparación, Nueva York tiene una dinámica completamente distinta, acá las grandes compañías no reciben aportes del Gobierno sino de instituciones culturales y de gente con mucho dinero. Las compañías hacen su propio trabajo para gestionarse, un trabajo que yo nunca he visto en Venezuela, aunque en términos de práctica artística tengo que decir que en Venezuela hay gente increíblemente buena en lo que hace.
A partir de la llegada del periodo del chavismo, con la transformación del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC) al Instituto de Artes Escénicas y Musicales (IAEM), se impulsó la producción, difusión y consumo de danzas tradicionales en comparación a la de danza contemporánea. Las políticas culturales actuales se basan en la idea de que existe una cultura de élite y una cultura popular y la que vale es la cultura popular, y esto sumado a la relación de dependencia de las compañías de danza con el Estado, le ha hecho mucho daño a la producción artística.
Aquí no se sabe mucho de la danza venezolana pues las plataformas de intercambio que históricamente existieron ya no se dan. Se conoce a David Zambrano, pero nada más. La danza y la cultura en Venezuela es más que la gente que gobierna ahora. La danza siempre va a estar ahí: la creación, los bailarines, los maestros, están haciendo un trabajo tremendo desde sus lugares. Tenemos responsabilidad sobre lo que está pasando, y el tema requiere más análisis, estudios, investigadores estudiando qué pasa en estos momentos con la danza.
Continúa conectada con el Departamento de Estudios del Performance de la NYU y, en abril, estará participando en el panel del simposio The Between: Couple Forms, Performing Together, junto a Women & Performance. Ofrece talleres y crea proyectos junto a bailarines, performers, actores y artistas visuales. Recientemente recibió una beca para asistir al Barcelona International Dance Exchange en España, en abril de 2018.

Fotografías cortesía de Vanessa Vargas.